martes, mayo 25, 2010


GUADAMECÍ

Como el tiempo parece que ya lo va pidiendo, gozábamos Zalabardo y yo de una cervecita bien fresca mientras hablábamos de cosas por lo general insustanciales, de acuerdo a como deben ser la mayoría de nuestras conversaciones. Le contaba yo que, cuando estaba en activo, tenía la costumbre de decir a mis alumnos que la que más admiraba entre las posibles virtudes de un estudiante era la de la curiosidad, por ser esta, a mi parecer, la madre de todo conocimiento.
Y a propósito de tal tesis, le contaba también que, días atrás, durante un viaje con alumnos a Córdoba, uno de ellos, tras leer el Hermana Marica de Góngora, preguntó a José Manuel Mesa qué significaba guadamecí, pregunta de lo más oportuna porque para cualquier persona de hoy dicha palabra debe sonar a chino. “Mejor a árabe”, me repuso de inmediato Zalabardo, “porque tal término designa un tipo de cuero adobado y adornado con dibujos de pintura o relieve, procedente de la ciudad libia de Gadames y que ya hoy se lleva poco”. Me asombró la presteza de su respuesta y así se lo dije, a lo que añadió: “La verdad es que a mí también se me da muy bien eso de acumular conocimientos inútiles o cuasi inútiles”. Y me quedé dudoso, pues ignoraba si eso lo decía con alguna aviesa intención.
“A propósito del guadamecí...”, iba a proseguir yo, y él me interrumpió: “Vas a hablar hoy de los epónimos”. Desde luego que hay días en que Zalabardo está sembrado y no solo es ocurrente e ingenioso sino que parece adivinarme el pensamiento.
Y es que las formas de enriquecimiento del léxico, los modos de inventar nuevas palabras son casi ilimitados. Uno muy usual es el de recurrir a la eponimia, que no es sino una modalidad algo más restringida de la metonimia: llamamos a una cosa con el nombre de otra. Específicamente, la eponimia consiste en que un nombre propio deviene o da origen a un nombre común o a un adjetivo. Del tipo de guadamecí, podríamos citar damasco, muselina o satén (tejidos procedentes de la capital siria, de Mosul o de Tse-Thung, llamada por los árabes Zaitún, respectivamente). O cuero de tafilete, porque es originario de la región marroquí de Tafilalt.
La ciencia y la técnica usan profusamente este recurso, como vemos en las unidades físicas julio o amperio (de James Prescott Joule y André-Marie Ampère), en diésel (por R. Diesel) y en zepelín (por F. von Zeppelin). La medicina nos ofrece, como ejemplos más conocidos, down, alzhéimer o párkinson. Y en las matemáticas hallamos guarismo (que procede de Al Huwarismi). Entre las prendas de vestir podemos citar la rebeca (por la prenda que usaba la protagonista de la película del mismo nombre de Hitchcock), las manoletinas (por el torero Manolete), los leotardos (por el acróbata francés Jules Leotard), los pantalones bermudas (por las islas de ese nombre) o el cárdigan (por J. T. Brunnell, duque de Cardigan).
La literatura, sin salirnos del ámbito español, nos presenta los casos de donjuán, quijote, lazarillo y celestina.
Y hay algunos casos cuya historia resulta realmente curiosa. Así, silueta proviene de Etienne de Silhoutte, político francés apoyado por Mme Pompadour que quiso imponer un impuesto sobre ventanas por lo que fue pronto destituido. Para burlarse de él, se dio su nombre a todo dibujo que estuviera inacabado. John Montagu, IV conde de Sandwich, no quiso levantarse de una partida de cartas y pidió para comer que le sirvieran unos emparedados que, desde entonces, recibieron el nombre de sándwich. La guillotina debe su nombre al cirujano francés J. I. Guillotin, que inventó su artilugio para evitar sufrimientos a los ajusticiados. O el nombre que se da a los aficionados violentos en el deporte, hooligan, debido a Patrick Hooligan, matón londinense del siglo XIX cuyo nombre apareció en una reseña del The Times.
Y se podría seguir, pues la lista es casi inacabable. Pero me parece que ya es más que suficiente con los ejemplos aportados.

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