SI TÚ ME DICES VEN...
Obama ha llamado por teléfono a Zapatero. Y, ¡oh, milagro!, el presidente, el nuestro, como nuevo Saulo en el camino de Damasco, ha caído del caballo, si no del burro, y ha visto la luz, ha comprendido, al fin, que estamos en crisis y que hay que hacer algo que no sea simplemente hablar y marear la perdiz.
Parece mentira la fuerza que tienen las palabras y lo que se puede hacer y deshacer con ellas. Hay quienes juegan con las palabras tratando no de reflejar la realidad, sino se amoldar esta a lo que les interesa, aunque eso que parece interesar pueda no ser lo deseable para el conjunto. Zalabardo me dice que comprende que Zapatero, como todos los políticos, se escude tras las palabras para tratar de convencernos de aquello que a él le interesa. Pero Zalabardo, que en política se ha vuelto un descreído, afirma que el común de los políticos, cuando hablan, priman el interés de sus partidos sobre el de los ciudadanos. Por eso, difícilmente un político dirá que lo ha hecho mal, aunque su gestión haya sido un desastre.
¿Recordáis cuando el actual problema mundial estaba en sus comienzos y todo el mundo hablaba de la crisis que nos envolvía? Todo el mundo menos Zapatero, para quien, si acaso, lo que había era una desaceleración del crecimiento. ¿Desaceleración? Frenazo tan en seco que, por fuerza de la inercia, nos ha hecho salir lanzados hasta quedar sentados de culo y maltrechos en mitad de la carretera.
Pero ha bastado que llame Obama, bueno y otros, para darle un tirón de orejas y nuestro presidente hablaba ayer, miércoles, en el Parlamento, de la crisis tan dura y compleja que estamos viviendo desde el verano de 2008. Por fin se ha dado cuenta y ha comprendido que lo que él creyó simple desaceleración era una crisis en toda regla. Y en su discurso del miércoles, que Zalabardo y yo hemos leído detenidamente, ha utilizado, si no me equivoco, seis veces la palabra. Vaya, hombre, dirá alguno, Zapatero le ha perdido por fin el miedo a la palabra crisis. Algo es algo.
Pero comento con Zalabardo que al presidente le siguen dejando en evidencia sus palabras, y parece como si quisiera disimular la realidad en que estamos y valerse de la tramoya, como en el teatro, para sugerir otra diferente. De todo su discurso, nos hemos quedado con dos perlas que nos han parecido merecedoras de reflexión, puesto que no son, ni más ni menos que un intento de justificar quiénes, en último extremo, van a ser los paganos de la crisis.
Dice la primera perla: Los empresarios que han visto frustradas o reducidas sus aspiraciones han pagado con creces su peaje a esta crisis. No es a ellos a los que quepa demandar solidaridad, sino a la inversa, ofrecérsela. Magnífico. En tiempos de bonanza, los empresarios son los que se forran. Pero cuando llegan las vacas flacas y los poderosos ven frustradas sus aspiraciones (de beneficios) ahí están el veinte por ciento de población activa en paro, o los funcionarios a los que se recortan sus ingresos, o los jubilados a quienes se les congela la pensión, o las futuras madres, o los afectados por la ley de Dependencia para asumir el peaje de la desaceleración devenida en crisis. Y, qué porras, aquí estamos para echar una mano, y lo que haga falta, a empresarios, banqueros y especuladores, que, los pobres, ganan menos de lo que pretendían
Y dice la segunda perla: Soy consciente de que los ciudadanos no entenderán que, ... cuando estamos empezando a salir de la crisis, precisamente ahora se les pida más esfuerzos. Naturalmente que no lo entenderemos; si, según sus palabras, hemos capeado la crisis sin apenas haber tomado medidas, ¿a qué tomarlas ahora que estamos saliendo de ella?
Y todo esto, lo digo al principio, por una llamada de Obama. ¡Con las ganas que Zapatero tenía, tal vez envidioso de la amistad Aznar-Bush (¡menuda pareja!), de echarse por amigo a un presidente americano! Y ahora que el amigo americano ha llamado, Zapatero se ha apresurado a tomar medidas. Solo que estas, frente a lo que no paraba de prometer, sí tendrán unos costes sociales. Esperemos que, al menos, sirvan para que no sigamos el camino de Grecia.
Obama ha llamado por teléfono a Zapatero. Y, ¡oh, milagro!, el presidente, el nuestro, como nuevo Saulo en el camino de Damasco, ha caído del caballo, si no del burro, y ha visto la luz, ha comprendido, al fin, que estamos en crisis y que hay que hacer algo que no sea simplemente hablar y marear la perdiz.
Parece mentira la fuerza que tienen las palabras y lo que se puede hacer y deshacer con ellas. Hay quienes juegan con las palabras tratando no de reflejar la realidad, sino se amoldar esta a lo que les interesa, aunque eso que parece interesar pueda no ser lo deseable para el conjunto. Zalabardo me dice que comprende que Zapatero, como todos los políticos, se escude tras las palabras para tratar de convencernos de aquello que a él le interesa. Pero Zalabardo, que en política se ha vuelto un descreído, afirma que el común de los políticos, cuando hablan, priman el interés de sus partidos sobre el de los ciudadanos. Por eso, difícilmente un político dirá que lo ha hecho mal, aunque su gestión haya sido un desastre.
¿Recordáis cuando el actual problema mundial estaba en sus comienzos y todo el mundo hablaba de la crisis que nos envolvía? Todo el mundo menos Zapatero, para quien, si acaso, lo que había era una desaceleración del crecimiento. ¿Desaceleración? Frenazo tan en seco que, por fuerza de la inercia, nos ha hecho salir lanzados hasta quedar sentados de culo y maltrechos en mitad de la carretera.
Pero ha bastado que llame Obama, bueno y otros, para darle un tirón de orejas y nuestro presidente hablaba ayer, miércoles, en el Parlamento, de la crisis tan dura y compleja que estamos viviendo desde el verano de 2008. Por fin se ha dado cuenta y ha comprendido que lo que él creyó simple desaceleración era una crisis en toda regla. Y en su discurso del miércoles, que Zalabardo y yo hemos leído detenidamente, ha utilizado, si no me equivoco, seis veces la palabra. Vaya, hombre, dirá alguno, Zapatero le ha perdido por fin el miedo a la palabra crisis. Algo es algo.
Pero comento con Zalabardo que al presidente le siguen dejando en evidencia sus palabras, y parece como si quisiera disimular la realidad en que estamos y valerse de la tramoya, como en el teatro, para sugerir otra diferente. De todo su discurso, nos hemos quedado con dos perlas que nos han parecido merecedoras de reflexión, puesto que no son, ni más ni menos que un intento de justificar quiénes, en último extremo, van a ser los paganos de la crisis.
Dice la primera perla: Los empresarios que han visto frustradas o reducidas sus aspiraciones han pagado con creces su peaje a esta crisis. No es a ellos a los que quepa demandar solidaridad, sino a la inversa, ofrecérsela. Magnífico. En tiempos de bonanza, los empresarios son los que se forran. Pero cuando llegan las vacas flacas y los poderosos ven frustradas sus aspiraciones (de beneficios) ahí están el veinte por ciento de población activa en paro, o los funcionarios a los que se recortan sus ingresos, o los jubilados a quienes se les congela la pensión, o las futuras madres, o los afectados por la ley de Dependencia para asumir el peaje de la desaceleración devenida en crisis. Y, qué porras, aquí estamos para echar una mano, y lo que haga falta, a empresarios, banqueros y especuladores, que, los pobres, ganan menos de lo que pretendían
Y dice la segunda perla: Soy consciente de que los ciudadanos no entenderán que, ... cuando estamos empezando a salir de la crisis, precisamente ahora se les pida más esfuerzos. Naturalmente que no lo entenderemos; si, según sus palabras, hemos capeado la crisis sin apenas haber tomado medidas, ¿a qué tomarlas ahora que estamos saliendo de ella?
Y todo esto, lo digo al principio, por una llamada de Obama. ¡Con las ganas que Zapatero tenía, tal vez envidioso de la amistad Aznar-Bush (¡menuda pareja!), de echarse por amigo a un presidente americano! Y ahora que el amigo americano ha llamado, Zapatero se ha apresurado a tomar medidas. Solo que estas, frente a lo que no paraba de prometer, sí tendrán unos costes sociales. Esperemos que, al menos, sirvan para que no sigamos el camino de Grecia.
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