SAMBENITO
En estos tiempos de penuria económica, conversamos Zalabardo y yo de las medidas adoptadas por el Gobierno para paliar la grave situación, se oyen comentarios para todos los gustos. Parece que, casi de modo general, la decisión más aplaudida por el personal ha sido la de bajar el sueldo de los funcionarios. Quede claro, ha sido aplaudida por quienes no son funcionarios, como es de suponer.
De siempre, los funcionarios han tenido (hemos tenido, pues yo, aunque ya jubilado, lo he sido) mala prensa. Y digo yo que en este colectivo, como en cualquiera, hay de todo, pues ese refrán que dice que en todas partes cuecen habas es bastante certero, como casi todos los refranes. Pero siempre es bueno tener alguien a quien echar las culpas, en quien descargar las responsabilidades para desahogar las conciencias de las culpas propias.
Mira que hay, le digo a Zalabardo, formas de atajar la crisis, maneras de recortar gastos y sistemas para generar ingresos (se pueden aumentar los impuestos sobre las rentas más altas, se puede intentar poner coto a los desmanes de los bancos, se puede meter mano y otorgar otra regulación tributaria a las sicav, se puede cortar de raíz la economía sumergida, etc., que de eso sabe cualquiera más que yo), pero, mira por dónde, se les mete mano a los sueldos de los funcionarios y a las pensiones, que es lo más fácil, y parece que todo está resuelto.
No voy a defender aquí a los funcionarios. Si en época de vacas flacas hay que ser solidarios, habrá que serlo, pero digo yo que lo podríamos ser todos. Y es que por ahí hay sueldos muy rumbosos y más apetitosos que los de los funcionarios, que, al fin y al cabo, llevamos no sé cuánto tiempo ya con nuestras retribuciones “cuasi” congeladas. Pero, ya digo, a nosotros se nos ha echado el sambenito y se nos ha cargado con el muerto de la crisis.
Pero ya está bien, que no quería insistir hoy sobre reducciones de sueldo ni sobre congelación de pensiones (ya lo hice hace unos días), sino precisamente sobre estos dichos: echar a alguien el sambenito y cargarle el muerto a alguien. Ya sabemos que ambas cosas significan ‘hacer recaer las culpas sobre alguien’. Pero veamos el origen de cada una de ellas.
Sambenito procede, como bien explica Covarrubias, de saccus benedictus, ‘saco bendito’; en la Iglesia primitiva, los que hacían penitencia pública se colocaban en la puerta de los templos vestidos con unos sacos o cilicios bendecidos por un obispo o un sacerdote hasta que cumpliesen el tiempo de su penitencia. De allí, la Inquisición vistió con estos mismos sacos, especies de escapulario de los hábitos eclesiásticos, a sus condenados, aparte de colocarles una coroza o capirote. Por contagio con la vestimenta de los frailes de San Benito, el nombre de este saco derivó en sambenito. El sambenito llevaba, por lo común, una cruz de San Andrés, aparte de algunos otros motivos dibujados que servían para indicar a la gente cuál era la culpa del reo que lo portaba. De ahí que echar, poner o colgarle el sambenito a alguien sea culparlo de algo.
La historia de cargar el muerto a alguno es también bastante antigua y la cuenta el gaditano José María Sbarbi en su Gran Diccionario de Refranes. Ya en la Edad Media, cuando dentro del término de una población aparecía el cadáver de alguien muerto con violencia, si no era posible indagar quién había sido el autor de aquella muerte, todo el pueblo era considerado responsable, por lo que se le imponía una caloña o pena pecuniaria a la que se daba el nombre de homicidio.
Esta era la razón por la que cuando se cometía una muerte violenta y se desconocía al causante, los habitantes del pueblo, antes de que interviniera la justicia, procuraban trasladar la víctima a otro lugar para así librarse de la multa. Con su acción, cargaban o echaban el muerto a otros.
Lo malo del caso es que ahora se conoce quiénes son los causantes y culpables del desaguisado que vivimos. Sin embargo, siempre será bueno que haya funcionarios a los que culpar. Veremos en qué queda todo.
En estos tiempos de penuria económica, conversamos Zalabardo y yo de las medidas adoptadas por el Gobierno para paliar la grave situación, se oyen comentarios para todos los gustos. Parece que, casi de modo general, la decisión más aplaudida por el personal ha sido la de bajar el sueldo de los funcionarios. Quede claro, ha sido aplaudida por quienes no son funcionarios, como es de suponer.
De siempre, los funcionarios han tenido (hemos tenido, pues yo, aunque ya jubilado, lo he sido) mala prensa. Y digo yo que en este colectivo, como en cualquiera, hay de todo, pues ese refrán que dice que en todas partes cuecen habas es bastante certero, como casi todos los refranes. Pero siempre es bueno tener alguien a quien echar las culpas, en quien descargar las responsabilidades para desahogar las conciencias de las culpas propias.
Mira que hay, le digo a Zalabardo, formas de atajar la crisis, maneras de recortar gastos y sistemas para generar ingresos (se pueden aumentar los impuestos sobre las rentas más altas, se puede intentar poner coto a los desmanes de los bancos, se puede meter mano y otorgar otra regulación tributaria a las sicav, se puede cortar de raíz la economía sumergida, etc., que de eso sabe cualquiera más que yo), pero, mira por dónde, se les mete mano a los sueldos de los funcionarios y a las pensiones, que es lo más fácil, y parece que todo está resuelto.
No voy a defender aquí a los funcionarios. Si en época de vacas flacas hay que ser solidarios, habrá que serlo, pero digo yo que lo podríamos ser todos. Y es que por ahí hay sueldos muy rumbosos y más apetitosos que los de los funcionarios, que, al fin y al cabo, llevamos no sé cuánto tiempo ya con nuestras retribuciones “cuasi” congeladas. Pero, ya digo, a nosotros se nos ha echado el sambenito y se nos ha cargado con el muerto de la crisis.
Pero ya está bien, que no quería insistir hoy sobre reducciones de sueldo ni sobre congelación de pensiones (ya lo hice hace unos días), sino precisamente sobre estos dichos: echar a alguien el sambenito y cargarle el muerto a alguien. Ya sabemos que ambas cosas significan ‘hacer recaer las culpas sobre alguien’. Pero veamos el origen de cada una de ellas.
Sambenito procede, como bien explica Covarrubias, de saccus benedictus, ‘saco bendito’; en la Iglesia primitiva, los que hacían penitencia pública se colocaban en la puerta de los templos vestidos con unos sacos o cilicios bendecidos por un obispo o un sacerdote hasta que cumpliesen el tiempo de su penitencia. De allí, la Inquisición vistió con estos mismos sacos, especies de escapulario de los hábitos eclesiásticos, a sus condenados, aparte de colocarles una coroza o capirote. Por contagio con la vestimenta de los frailes de San Benito, el nombre de este saco derivó en sambenito. El sambenito llevaba, por lo común, una cruz de San Andrés, aparte de algunos otros motivos dibujados que servían para indicar a la gente cuál era la culpa del reo que lo portaba. De ahí que echar, poner o colgarle el sambenito a alguien sea culparlo de algo.
La historia de cargar el muerto a alguno es también bastante antigua y la cuenta el gaditano José María Sbarbi en su Gran Diccionario de Refranes. Ya en la Edad Media, cuando dentro del término de una población aparecía el cadáver de alguien muerto con violencia, si no era posible indagar quién había sido el autor de aquella muerte, todo el pueblo era considerado responsable, por lo que se le imponía una caloña o pena pecuniaria a la que se daba el nombre de homicidio.
Esta era la razón por la que cuando se cometía una muerte violenta y se desconocía al causante, los habitantes del pueblo, antes de que interviniera la justicia, procuraban trasladar la víctima a otro lugar para así librarse de la multa. Con su acción, cargaban o echaban el muerto a otros.
Lo malo del caso es que ahora se conoce quiénes son los causantes y culpables del desaguisado que vivimos. Sin embargo, siempre será bueno que haya funcionarios a los que culpar. Veremos en qué queda todo.
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