jueves, febrero 01, 2007

¿CASTELLANO O ESPAÑOL?

Me pide Zalabardo opinión sobre el nombre de nuestra lengua y, en principio, lo remito a que lea el artículo que este pasado sábado firmaba Antonio Muñoz Molina en El País. Su título, Estado de delirio.
Con la lengua nos está ocurriendo lo mismo que en otras esferas de la vida. Que vivimos en un estado de papanatismo tal que terminamos sintiendo vergüenza de llamar a las cosas por su nombre. Hay en España, en todo el conjunto de esto que llamamos España, un espíritu de trasnochado nacionalismo tan acusado que sentimos la necesidad de falsear lo más obvio. Parece que nos avergonzara decir España y buscamos mil maneras de disfrazar el concepto: este País, nuestro Estado y varias tonterías más tratan de disimular lo indisimulable. Y todo porque, unos, piensan que así se afirma su autoestima nacionalista; y, otros, porque tenemos miedo a que se sientan ofendidos los nacionalistas.
Cuando se redactó nuestra Constitución, ya desde el principio surgió el prejuicio de cómo llamar a la lengua oficial de España. Y, con criterios políticos, se incluyó aquello de que "el castellano es la lengua española oficial del Estado". Se buscaba no herir a las otras lenguas de España, "también españolas". Tenemos miedo a llamar español a una lengua que, como dice Muñoz Molina en tono irónico, "al fin y al cabo, solo se habla en tres continentes". Y tenemos miedo de llamar español a esa lengua y la seguimos denominando castellano. ¿Es que no somos conscientes de que, mientras decimos Aquisgrán en lugar de Aachen, La Haya en lugar de Den Haag, Amberes en lugar de Antwerpen, etcétera, etcétera, mantenemos que los únicos nombres oficiales que se pueden utilizar son Lleida, Ourense, Elx, Girona o A Coruña, por ejemplo?
Sin embargo, como dice Álex Grijelmo en su Defensa apasionada del idioma español, "ninguna lengua es más homogénea que la nuestra". Y sigue diciendo que podemos viajar por más de 11 millones de kilómetros sin cambiar de idioma y que podemos conversar con más de 400 millones de personas que no sienten el español como una cultura impuesta sino como parte de su esencia. O como dice Ángel Rosenblat, "la vida de una lengua de veinte naciones, celosas de su propia personalidad, no puede verse con estrecho espíritu de campanario".
Ramón Menéndez Pidal tituló su obra magna Historia de la lengua española. Y, ciegos a tan fuerte realidad, continuamos manteniendo nuestras cortas miras que no van más allá de un nacionalismo ya obsoleto. De esta forma ridícula, resulta que yo no soy profesor de lengua española, sino castellana.
Siempre he defendido, y seguiré defendiendo, el derecho de todas las culturas a manifestarse y desarrollarse sin ningún tipo de trabas. Pero el respeto a ese derecho se queda en nada si no comenzamos por respetar la cultura propia y común, no lo olvidemos, y por exigir que los demás la respeten. Y lo que no deberían olvidar las instituciones es que el español es la lengua oficial de toda España, sin que ello impida que en otras comunidades haya una segunda lengua con igualdad de derechos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como suele ser habitual, con cada uno de los temas que elige termina acertando. Entiendo mejor últimanente que un día comentara, ante la llegada de un periodo vacacional, que necesitaba unos días de descanso porque es una carga considerable tener que elegir cada día el tema de su agenda, desarrollarlo y escribirlo.
Pues hoy, ya digo, acierta una vez más con el tema. Seguramente esto tendrá algo que ver con el nivel de lectores que, estimo, deben seguirle cada día.
Bien, dicho esto, mi comentario, por centrarme en un punto sólo de todo lo que dice hoy en la agenda, lo relaciono con una de sus frases: "Y lo que no deberían olvidar las instituciones es que el español es la lengua oficial de toda España, sin que ello impida que en otras comunidades haya una segunda lengua con igualdad de derechos". Yo creo, y me parece que usted también, que la solución está en que las instituciones entiendan la situación como, por ejemplo, usted la ha descrito hoy. Y es más, considero que la Administración actual goza de una gran aceptación popular, posiblemente como no haya existido antes (seamos realistas) y le voy a poner dos ejemplos. Esta Administración ha sido la primera en aplicar el cané por puntos y la ley del tabaco, entre otros, sin rechazo social alguno. Para mi esto demuestra que existe esa gran aceptación popular de la que hablaba. Por tanto, cualquier cosa razonablemente expuesta al pueblo sería igualmente aceptada, ampliamente aceptada. De modo que aquí, creo, podría estar la solución al tema que hoy ha planteado con tanto equilibrio.
AG