Se está celebrando estos días el IV Congreso Internacional de la Lengua Española en la Cartagena colombiana. A propósito, es opinión generalizada la de que es Colombia el país donde se habla el mejor español de todo el ámbito hispánico. Me dice Zalabardo que no me extrañe de ello, pues no debemos olvidar que, a fin de cuentas, los españoles no somos más que cuarenta de los cuatrocientos millones de hablantes de esta lengua en todo el mundo.
El Congreso de Cartagena será recordado por bastantes detalles: en él se ha aprobado el texto de la Gramática del Español, primera desde la de 1931 y primera que se hace bajo el consenso de todas las Academias, la española, las americanas (del norte y del sur) y la filipina. Se ha homenajeado a García Márquez y se ha patrocinado una edición popular, de precio, que no de presencia y contenido, de Cien años de soledad en conmemoración de los cuarenta años de su publicación y que se ha empezado a vender hoy mismo.
También, esto en Medellín, ha tenido lugar una especie de Congresito de la Lengua en el que los escolares han propuesto la recuperación de palabras que se van perdiendo. La primera de la lista ha sido ágape; a esta la han seguido otras: cántaro, chéchere ('trasto', 'cualquier tipo de objeto'), embeleco, embrollo, menjurje (forma americana de mejunje), modorra, pipiolo, pañolón y güete ('contento con algo'). Quitando, obviamente, chéchere y güete, ¿preguntamos a nuestros alumnos cuántas de estas palabras conocen?
El País, que ha dedicado su último suplemento Babelia a este evento, ha hecho algo parecido. Ha solicitado a un grupo de escritores españoles y americanos que propongan palabras que, a su juicio, van cayendo en desuso y merecen ser recuperadas y actualizadas como elementos de nuestro léxico común. Unai Elorriaga, vasco, señala la palabra, también de origen vasco, cascarria, 'barro que se pega en la parte del vestido que va cerca del suelo'; su sentido inicial remite a la 'suciedad que se pega a la lana de las ovejas o al pelo de otros animales'. Álvaro Pombo propone atropar, 'reunir algo en montones o gavillas'. El ecuatoriano Leonardo Valencia se inclina por prístino, 'antiguo, primitivo, original, que tiene el brillo de lo auténtico'. La mexicana Bárbara Jacobs elige caosueño, 'mal sueño, pesadilla'. Y así varios más.
Pero quiero traer aquí un ejemplo claro de cómo es verdad que estas palabras propuestas se van perdiendo y algunas resultan ya incluso desconocidas. La escritora Cristina Peri Rossi, uruguaya, vota por el adjetivo vagaroso, 'que vaga, que fácilmente y de continuo se mueve de una a otra parte'. Aparte de este, la palabra tiene un segundo significado: 'tardo, perezoso o pausado'. Pues bien, el suplemento del que hablo, al componer la cabecera de cada una de las propuestas de estos escritores, escribe *vagoroso, error que ya he encontrado en algún otro lugar y que tiene su origen en suponer que el término procede de vago, cuando en realidad su procedencia es vagar, aunque la raíz sea la misma.
Me susurra al oído Zalabardo que aconseje comprar esta nueva edición de Cien años de soledad. Para quien no la conozca, será un auténtico goce su lectura. Y quien la conozca podrá disfrutar de la amplia serie de artículos y estudios que acompañan al texto de la novela. Texto, por otra parte, que ha sido revisado y corregido por el propio autor.
1 comentario:
Para los interesados en este IV Congreso Internacional de la Lengua Española, apunto la dirección http://blogs.elpais.com/congreso_de_la_lengua/
Que disfrutéis.
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