Esta palabra ya la utilicé en un comentario anterior para referirme a aquellos términos que, por unas razones u otras, se van perdiendo y dejan de utilizarse. El hecho de que sean vocablos de raíz popular no debería ser razón suficiente para esta pérdida; lo cierto es que, poco a poco, a veces más bien demasiado deprisa, la influencia de unos medios es tan fuerte que sobre la manera peculiar de expresarse la gente de una zona, comarca, población, o incluso formación, se va imponiendo una capa que nos iguala a la hora de elegir el vocablo con que expresamos una determinada idea. Y belcarrana es uno de esos términos que van considerándose proscritos y pasan a engrosar el número de aquellos que terminan por sucumbir ante las modas miméticas de los nuevos usos expresivos. De esa misma manera, ya no se emplean giros tan significativos como ser una abortaria, 'ser persona inconstante', parecer alechigao, 'presentar color o aspecto enfermizo' o, la palabra que nos ocupa, parecer algo una belcarrana, 'haber tanto ruido que es imposible entenderse'.
Esta última palabra es, además una prueba clara de la tendencia hacia la economía expresiva de nuestra modalidad andaluza, pues a nadie se le escapará que el origen de belcarrana no es otro que 'alberca llena de ranas', lugar ruidoso donde los haya. Pero la verdad es que cuando traigo aquí este tema no es la cuestión semántica la que quiero que nos ocupe, sino otra muy diferente. Resulta que Zalabardo y yo hablábamos de la sesión de la semana pasada en el Senado a la que el presidente Zapatero asistió para explicar las razones de la modificación de la situación carcelaria del etarra De Juana. Estuvimos siguiendo parte de la sesión a través de internet y coincidíamos en que posiblemente no se haya celebrado una reunión más tempestuosa en ninguna de las cámaras de nuestrro Parlamento. Fue algo bochornoso.
Lo malo es que la situación no reflejaba tan solo un ámbito, el político, en el que con frecuencia un bando trata de poner en dificultades a otro para obtener unos réditos que más tarde se manifiesten en el número de votos. Zalabardo y yo coincidimos en ser cada día más escépticos frente a los políticos y en estar cada vez más desengañados ante un sistema en el que la opinión personal queda siempre pisoteada por la voluntad del partido. ¿Cómo es posible, nos decimos, que tanta gente, ya sea del PSOE o del PP, por citar solo a los mayoritarios, opine en todo momento al unísono, de acuerdo con la consigna que marque el encargado de hacerlo?
Pero esa es otra cuestión. Zalabardo y yo hablábamos del alboroto incomprensible de quienes preguntaban al presidente del gobierno las razones de su proceder al tiempo que le impedían pronunciarse. A tal comportamiento no lo llamaba Zalabardo estrategia política, sino mala educación. Y cuando yo intentaba explicarle que los políticos son así, él me decía que esto ya no es problema únicamente de políticos. Y me ponía como ejemplo los numerosos programas de la tele, de esos que llaman 'de testimonios', o 'de telerrealidad', en los que se supone que una persona se somete a las preguntas de unos entrevistadores, o bien se debate una cuestión entre dos o más personas. Si haces la prueba, me decía Zalabardo, verás cómo es imposible entender qué dicen, porque hablan todos a la vez y todos sueltan el argumento que llevan previamente aprendido sin atender a lo que los otros participantes digan.
Y este sistema de hablar todos a la vez se ha traspasado a la vida diaria. En clase es difícil conseguir que los alumnos atiendan al compañero que habla, pues cada uno atiende a su exclusivo argumentario y lo peor no es ya eso, sino que la desatención se extrema hasta el punto de utilizar los más desaforados exabruptos para intentar callar al oponente. En fin, lo que digo, todo un manual de mala educación y de carencia de modales cívicos. Una belcarrana, vaya. Claro que por los ejemplos que nuestros jóvenes reciben de los mayores nada de esto debería extrañarnos.
2 comentarios:
Magnífico post. Además habría que incluir los guiones de ciertas series de TV y de muchas películas actuales que, según parece, lejos de combatir este estilo de belcarrana, invitan a practicar la mala educación. ¡Qué bellas y dulces esas películas, ya clásicas, de diálogo culto y ordenado entre personajes que saben comportarse! El cine actual español parece alejarse cada día más de unos hábitos mínimos de comportamiento y respeto al que habla o te escucha.
SC
ola profe!!!!!
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