Zalabardo, que conoce mi afición por los crucigramas y que a veces me ayuda en la resolución de alguno que pueda resultar un poquitín más complicado, sabe que hay palabras que parecen creadas exclusivamente para ser incluidas en ellos. ¿Dónde si no es en un crucigrama nos vamos a encontrar el vocablo onagro que, como todos sabéis, designa al asno salvaje? Pero, por lo común, las palabras a las que me refiero son breves, casi invisibles a causa de las pocas letras que se emplean en su representación, y que, por tanto, ayudan mucho a los autores de crucigramas para ir rellenando las casillas sueltas que van quedando por aquí y por allá. No suelen pasar de las tres letras y resultan familiares a todos los crucigramistas: tas, bao, evo, zen, ido, nao, etc.
En el polo opuesto, habría que citar aquellas otras palabras que son largas, interminables, que consumen para su escritura una buena dosis de abecedario. Son palabras muy de hoy, porque vivimos una época en la que, para muchas personas, una palabra no es palabra si no empleamos medio día en decirla o escribirla. Tan es así, que las palabras largas se hacen preferibles a sus sinónimos más breves que, los pobres, son enviados al ostracismo.
Aurelio Arteta, profesor de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco, inició en 1995, al menos entonces tuve yo noticia de ello, una especie de cruzada contra los que él llamaba archisílabos, que, en tono burlesco, denominaba también muchisílabos. A partir de entonces, periódicamente publica artículos que son continuación de aquel que tituló La moda del archisílabo y en los que condena esta fea manía de preferir el vocablo más enrevesado y largo sobre el más breve y lógico. Según él, y de acuerdo con esta corriente, de un tiempo a esta parte nuestros actos no tienen una intención, sino una intencionalidad; las cosas no se hacen por un fin, sino por una finalidad; los políticos no pierden crédito, sino credibilidad; algunas aficiones no encierran peligro, sino peligrosidad; las teorías no se cimentan sobre sólidos fundamentos, sino sobre fundamentaciones; del mismo modo que no culpamos, sino que culpabilizamos; y así hasta el infinito.
Pregunto a Zalabardo si no cree él también que el señor Arteta está muy cargado de razón y asiente. Pero me pide a su vez que le aclare qué tienen que ver las brevísimas palabras de los crucigramas de las que hablaba al principio con estos muchisílabos.
Y, claro está, lo hago. Sucede, le digo, que del mismo modo que hay palabras que aparecen solo en los crucigramas, las hay que casi con exclusividad las hallamos en otras actividades y no estoy pensando ya en el caso claro de los tecnicismos. Pienso ahora en el fútbol. Durante la transmisión del partido de todos los partidos, el que enfrentó el pasado sábado a Madrid y Barça, pude oír hasta la saciedad términos que han ido adquiriendo carta de naturaleza en todas las transmisiones futbolísticas y que, a la vez, podemos catalogar como archisílabos. Se decía, y Zalabardo me confirma que él también las oyó, que los futbolistas del Barça estaban no mejor situados o puestos sobre el césped, sino mejor posicionados; que estos mismos jugadores se ofrecían continuamente no ya para recibir el balón, sino para recepcionarlo, mientras que sus adversarios lo rehuían; que el árbitro no señalaba las faltas, sino que las señalizaba; e incluso el mismo Valdano, director general del equipo madrileño, justificaba la derrota de los suyos porque la responsabilidad los hizo encarar el partido no muy tensos, sino muy tensionados.
Me pregunta Zalabardo si esta manía de añadir al menos una sílaba más, de abusar de palabras sobrecargadas de sílabas es algo malo. Y le contesto que él mismo se ha respondido, que se trata de una manía y un abuso. Y que, según pienso, nadie me negará que ningún abuso es bueno.
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