viernes, abril 23, 2010

DESECHOS

Hace apenas una semana se ha entregado el II Premio Internacional Don Quijote de la Mancha, con los que, como se sabe, la Fundación Editorial Santillana y el gobierno de la Comunidad de Castilla-La Mancha premian la labor realizada en pro de la difusión de la lengua española. De las dos categorías que contempla dicho galardón, me interesa destacar la que premia la labor individual. Se pretende reconocer a aquellos “autores, investigadores, profesores o editores cuya obra y trayectoria hayan enriquecido el patrimonio colectivo de la lengua y de la cultura española”. Este año, los premiados han sido el peruano Mario Vargas Llosa y la presidenta de Filipinas Gloria Macapagal Arroyo.
Le digo a Zalabardo que recuerdo esto aquí porque soy de la creencia de que los premios, aparte de reconocer unos méritos, tienen el objetivo didáctico de convertir a los premiados en ejemplos y modelos en los que deberíamos mirarnos el resto de los mortales. Y es que, careciendo de las cualidades que ellos tienen, ¿quién lo duda?, siempre habrá algo que podamos hacer.
Está claro que no podremos emular el estilo y la calidad narrativa, ni la donusura en el uso de la lengua que distingue a Vargas Llosa. Tampoco está en nuestra mano hacer por la difusión de nuestra lengua lo que ha hecho la presidenta filipina. Pero, siendo esto claro, también lo es que el más humilde de nosotros será capaz de aportar un pequeño grano de arena a la tarea. Como me dice Zalabardo con frecuencia, un grano es poco, tal vez insignificante; pero muchos granos pueden hacer una montaña.
En este sentido, siempre recuerdo, alguien dirá que soy un pesado porque lo he repetido varias veces, lo que nos decía don Manuel Alvar, mi admirado profesor y maestro, en las aulas de la Facultad de Letras en la granadina calle Puentezuelas: “Nuestra lengua es un rico patrimonio que hemos recibido de nuestros antecesores y habremos de pasar a nuestros sucesores. Si no podemos enriquecerla, al menos procuremos pasarla en el mismo estado en que la recibimos.”
Me dice Zalabardo que me voy poniendo muy serio y que eso no es buena señal, ya que anuncia que estoy deseando dar un buen palo a alguien. Lo tranquilizo y le aseguro que pienso callarme el nombre del pecador, aunque denuncie aquí el pecado. Y es que hace tiempo que no traigo a estos apuntes denuncias de fallos flagrantes, de esos que no debieran nunca cometerse, al menos, en determinados medios y por determinadas personas.
Primera perla. En una información del pasado 17 de abril que firmaba una corresponsal de EL PAÍS sobre la detención de un presunto homicida que vivía desde hacía dos años escondido en un monte de Estepona se afirmaba que pasaba las noches en una caseta de animales desvencijada y que se alimentaba de *deshechos; por lo visto, esta corresponsal no ha sido consciente de su confusión entre deshacer y desechar. Y segunda. El pasado 20 de abril, en el programa España directo, de la Primera de TVE, se emitió un reportaje sobre personas que compran un local comercial y lo adaptan para vivienda. La reportera preguntaba a los protagonistas si habían tenido problemas para conseguir la *célula de habitabilidad. En principio, pensé que había oído mal y que realmente había dicho cédula; pero no, pues repitió en otros dos casos la pregunta y pude percibir con claridad que decía célula.
Quiero imaginar que las dos personas afectadas sabían, la una, que los restos que se desprecian son desechos y no deshechos, y que el certificado, el documento que determina la habitabilidad de una construcción es una cédula y no una célula. Quiero pensar también que todo ha sido un lapso, una equivocación cometida por descuido. Pero, y aquí veo lo más grave, ¿qué controles hay en el diario y en el programa citados que no detectan tales descuidos y los dejan aflorar, con lo que los convierten en errores imperdonables?
Le comento a Zalabardo lo que me decía José Francisco acerca de que hoy tenemos a nuestra disposición un gran número de publicaciones, muy actualizadas, de consulta: gramáticas, diccionarios de uso o de dudas, manuales de ortografía, libros de estilo. Sin embargo, a veces me parece que lo que demostramos es una gran desidia, no quisiera decir desprecio, hacia nuestra lengua.

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