lunes, junio 11, 2007

COMPETENCIA Y ACTUACIÓN

Los creadores de la gramática generativa introdujeron dos conceptos de los que posteriormente nos hemos servido bastante cuantos nos dedicamos a estas cosas del lenguaje. A decir verdad, ellos no fueron los creadores de las palabras, que ya existían desde mucho antes, sino de lo que con ellas se quería decir en el campo que trabajaban. Esas palabras son competencia y actuación. Con la primera se hacía referencia a un sistema de reglas interiorizado por los hablantes y que constituye su saber lingüístico, gracias al cual son capaces de pronunciar o comprender un número infinito de oraciones inéditas; la actuación es, por su parte, la manifestación de la competencia de los hablantes en sus múltiples actos de habla. Cojo las definiciones del Diccionario de Lingüística de Jean Dubois.
Los conceptos vienen a equivaler, más o menos, a lo que Saussure había llamado lengua y habla, es decir, el sistema y su exteriorización por cada individuo. Para ser más claro, la competencia es el sistema comunicativo del que yo me sirvo, pongamos el español, o mejor, el conocimiento que yo tengo de él, y la actuación es lo que yo soy capaz de hacer con ese sistema, su utilización práctica por mi parte. Siendo así, es fácil entender que cuanto mayor conocimiento posea del sistema, de más posibilidades comunicativas dispondré.
Me avisa Zalabardo de que empiezo a subirme por las ramas y que debo ir al grano. De acuerdo. Digo todo lo anterior porque me ha venido a la cabeza un prurito muy extendido entre el común de la gente de comprobar constantemente si tal término está recogido en el diccionario, pensando que es ese el criterio para que se pueda utilizar o no. ¿Y qué más da?, me pregunto yo a la vez que me contesto que todo vale si se ajusta a la lógica y al funcionamiento del sistema. Lo que pasa es que, con alta frecuencia, no somos, o no queremos ser, conscientes de nuestra competencia léxica.
Zalabardo me pide que ponga ejemplos concretos antes de acusar a nadie de Dios sabe qué. Le hago caso y ahí va el primero. En la última página de El País del sábado, Manuel Rivas, escribía una columna con el título Paleopolítica que empezaba así: "La modernidad, la posmodernidad, la transmodernidad. ¿Y ahora? Se avecina la paleomodernidad. Un futuro cada vez más antiguo." Bonita forma de jugar con los prefijos, ¿no creéis? Pues bien, mientras que podemos comprobar la "legalidad" (ya que vienen en el diccionario) de las dos primeras palabras, resulta que transmodernidad, paleomodernidad y el propio título, paleopolítica, no están recogidas. ¿Qué hacemos entonces con ellas? ¿Las expulsamos del discurso? Por supuesto que no, ya que no solo son posibles, sino que expresan perfectamente lo que el autor de la columna pretende decir. Se ha servido a la perfección de su competencia léxica para producir términos no contemplados antes.
Segundo ejemplo. He acabado de leer este fin de semana Mercado de espejismos, de Felipe Benítez Reyes. Aparte de por otras razones, la novela me ha gustado por la desenvoltura de su autor en el empleo del léxico. Para no sobreabundar, haré unas referencias mínimas: de una persona que no para de hablar y cuyo discurso es vacío de contenido dice que es un blablablero. A los miembros de una secta que se consideran a sí mismos los auténticos herederos del mesías los califica de veromesiánicos. Y de otro personaje afirma que no para de mostrar su moribundez.
Ninguna de las palabras que presento están creadas de la nada. Todas nacen a partir de elementos que el sistema pone al alcance de quienes las utilizan. Basta pues que yo conozca ese sistema (en este caso, la existencia de los prefijos y sufijos trans-, paleo-, -bundez, etc.) para manejarme con los recursos que me ofrece. O sea, y vuelvo al principio, si poseo una adecuada competencia podré ser capaz de una más rica actuación. Que luego el uso de esas palabras triunfe o no, que acaben o no en una página del diccionario, es harina de otro costal; pero eso no debe importarnos.

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