Esa es la expresión que la censura de la Iglesia católica utiliza para dar a entender que nada se opone, desde el punto de vista de la moral y doctrinal, a la publicación de una obra. Hubo una época en nuestro país en que toda publicación debía pasar ese fielato. Un libro que no alcanzase tal autorización no solo veía prohibida su salida a la luz sino que se veía abocada a formar parte de aquel negro infierno de los libros que se llamó Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, o, en castellano, Índice de los libros prohibidos. Tal catálogo lo creó la Inquisición en 1559 y en él han llegado a estar inscritos autores de la talla de Anatole France o Emile Zola y libros prohibidos fueron, aunque parezca mentira, el Libro de su vida, de Santa Teresa de Jesús o la que sería considerada base de toda la novela moderna, Madame Bovary, de Gustave Flaubert.
Entre los romanos, el censor era un magistrado encargado de hacer los empadronamientos y de vigilar la moralidad pública. Todavía en 1611, Covarrubias decía que 'este oficio, tan necesario, falta en nuestras repúblicas.' Pero no tardaría la censura en convertirse en lo que sigue siendo hoy, un arma del poder, de cualquier poder, para controlar la libertad de expresión y el libre acceso a cualquier información que dicho poder considere 'perniciosa'. Zalabardo me recuerda que en nuestro instituto, en la biblioteca, funcionaba un libro que se llamaba Lecturas buenas y malas, no sé qué relación tendría con el Índice, cuya consulta era obligada antes de poder retirar cualquier libro. Yo mismo me vi imposibilitado de leer una novela de Baroja, no recuerdo cuál, que aparecía allí marcada como 'peligrosa'. Y el director espiritual del mismo centro nos prohibió representar un montaje teatral en el que se utilizaban poemas de los hermanos Machado y Carolina Colorado. Como todo el mundo sabe, los tres son altamente peligrosos.
A estas alturas, no creo que nadie ignore que nuestro Premio Nobel C. J. Cela ejerció de censor, aunque él siempre se esforzó por dejar bien sentado, ¿o le remordería la conciencia?, que por sus manos solamente pasaban boletines de órdenes religiosas y publicaciones de tipo semejante. Da igual. Reivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo, salió en Méjico en 1970 porque no pasó la censura española. No sé siquiera si su autor lo intentó. Y antes, en 1961, se había publicado Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, tras pasar por las horcas caudinas (ojo, que no claudinas) del lápiz rojo del censor. La edición íntegra no fue posible hasta veinte años más tarde. ¿Qué se le había quitado? Por ejemplo, un personaje no podía decir "Yo soy el que soy" por las connotaciones que la frase tiene. O donde decía "...lugares sagrados, templos de celebración..." debería decir "...lugares de celebración..."; y así todas. Un primor.
Pensaríamos que es imposible que en los tiempos modernos, en esta era de internet, la censura pudiese impedir la libre difusión de las ideas o el acceso a la información. Pues lo consigue. Amnistía Internacional denuncia que entre veinte y veinticinco países tienen serias restricciones en su acceso a internet. No es ya solo que los gobiernos desarrollen utilidades que sirven para controlar lo que un usuario pueda ver en su PC, lo sonrojante es que las grandes compañías, Microsoft, Google, Yahoo!, etc., colaboran con ellos proporcionando los datos de quienes infringen las leyes restrictivas al respecto.
Por eso, esta misma organización, AI, creó una vía de escape, una ventana contra la censura en internet. Se cumple ahora un año de Irrepressible.info, lugar donde tienen cabida todas aquellas páginas que la censura quiere silenciar.
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