Comentaba el otro día con Lola cómo, cuando uno es mayor, surgen más frescos los recuerdos de tiempos pasados que de los presentes. Este apunte de hoy va un poco por ahí. En la plaza de San Pedro, haciendo esquina con la calle del mismo nombre, en mi pueblo, había un barecito donde solía acudir, de vez en cuando, Zalabardo para echar una partida de cartas; en aquel lugar se jugaba, sobre todo, al tute subastado. El maestro indiscutible en estos lances era un señor mayor, jubilado como nosotros ahora, llamado Pepe Verdolaga. Nunca supimos si esto de Verdolaga era apellido o, simplemente, un mote, que en este pueblo eran tan frecuentes. Allí, lo más que se apostaba en el juego era el quinto de cerveza del aperitivo o el café de la sobremesa. Barecitos de estos había casi uno en cada calle.
El casino era otra cosa. En la planta baja, accediendo desde el patio había dos salas de juegos. En una se jugaba al ajedrez y una pareja que casi ningún día faltaba ante uno de los tableros la componían Manuel Pérez, llamado comúnmente Pérez-Pata, y el señor Ibáñez. Sus discusiones por el juego, aun sin que llegara la sangre al río, eran épicas. Pérez-Pata, tan excelente jugador como hombre dado a las bromas, no podía evitar hacer trampas siempre que podía, porque esto era cosa que enfurecía a su contrincante. La más común consistía en coger un caballo entre sus dedos y mantenerlo en el aire, en actitud de quien está pensando, para, después de un rato, colocarlo en casilla diferente a la que en realidad se podía, y siempre provocando una grave amenaza: "Jaque", decía con voz pausada, a lo que el señor Ibáñez respondía lleno de estupor: "Manué, ¿de dónde ha salío ese caballo que yo no lo he visto?" Hasta que tras haberse dado cuenta un día de la añagaza, nada más levantar en el aire su caballo Pérez-Pata, el señor Ibáñez colocaba su dedo índice sobre la casilla de procedencia, al tiempo que gritaba: "¡Ahí estaba!"
En la otra sala se jugaba, por lo común, al dominó. Sobre mesas de mármol, las veintiocho fichas de marfil de este juego caían de las manos de los jugadores con un ruido agudo y seco. Cuando un jugador salía, al comenzar una mano, con una ficha que no fuera doble, siempre había alguien que comentaba en tono sentencioso. "Ha salío a dos caras, como los hombres malos". Allí aprendió Zalabardo esta expresión, que con frecuencia utilizan los jugadores de dominó.
Arriba, había una sala amplia para jugadores de billar, tanto americano como de carambolas, y otra que permanecía siempre cerrada durante el día. Pero era sabido que, de noche, en ella se organizaban fuertes timbas de cartas, donde se jugaba fuerte. La entrada quedaba restringida a muy poca gente: unos cuantos señoritos calaveras del pueblo, algunos terratenientes, un cantaor flamenco de un pueblo vecino y, según se decía, algún torero también de la comarca. Era voz pública que allí se apostaban grandes cantidades jugando al monte. Incluso se decía que, una vez, alguien apostó un cortijo y lo perdió.
Pero vamos a las palabras, que es lo que importa aquí, que ya, como otras tantas veces, me iba por las ramas. Porque resulta que igual que eso que se dice en el dominó de salir a dos caras sucede con algunas palabras respecto a su acentuación, que ofrecen dos formas, dos modos de ser pronunciadas según las acentuemos en una sílaba o en otra. Son, podríamos decir, palabras-Jano que, como ocurría con aquel dios clásico, presentan dos caras.
Estas palabras-Jano que digo son las que ofrecen una doble posibilidad de acentuación, aunque no siempre sean correctas las dos formas. En nuestra lengua son muchas, más de lo que pudiera parecer, y se pueden clasificar en tres grupos distintos. Veamos ejemplos de ellas:
En un primer grupo podríamos poner aquellas parejas en las que una de las opciones, aun siendo bastante popular, se considera incorrecta; en la lista que doy, la forma válida es la que figura en primer lugar, mientras que la segunda debe ser desechada: antítesis/antitesis, biosfera/biósfera, intervalo/intérvalo, avaro/ávaro, centigramo/centígramo, océano/oceano, oboe/óboe, libido/líbido o etíope/etiope.
En segundo lugar se pueden citar aquellas parejas en las que, siendo admisibles ambas, la lengua culta prefiere la primera forma, mientras que la segunda es la más usada por la lengua popular: dominó/dómino, amoníaco/amoniaco, políaco/policiaco, afrodisíaco/afrodisiaco, cardíaco/cardiaco, zodíaco/zodiaco u olimpíada/olimpiada.
Y, por fin, podemos hablar de un último grupo en el que, siendo también válidas las dos acentuaciones, se prefiere por lo común la primera forma: omóplato/omoplato, ibero/íbero, áloe/aloe, médula/medula, misil/mísil, alvéolo/alveolo, bereber/beréber, cantiga/cántiga, bimano/bímano, dinamo/dínamo o kárate/karate.
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