Hay un dicho popular que pretende expresar el culmen de lo que cualquier mortal consideraría una vida feliz: tener el sueldo de un ministro, el trabajo de un obispo y las vacaciones de un maestro. Se da alguna que otra variante en los componentes primero y segundo del dicho, pero el tercero permanece inalterado, al menos en las versiones que conozco.
Hubo un tiempo en que me sentía especialmente molesto cuando alguien me echaba en cara tal dicho. Pero hace ya bastante que decidí no sentirme aludido y permanecer impasible frente a quien crea que me voy a abochornar con tales palabras. Por lo general, quien intenta conseguirlo es un ignorante que solo sabe argumentar con tópicos. Ignoro si el sueldo de un ministro dará para tanto y si la vida de un obispo es regalada o no; la verdad es que no me importa demasiado. Como tampoco suelo quejarme cuando un mecánico me cobra no sé cuánto por, según algunos dicen, la simpleza de apretar un tornillo. Claro que, bien mirado, yo no sé apretarlo. Y si lo supiera, es de cajón que no acudiría a su taller y me ahorraría esos euros.
Con eso de más arriba quiero decir que cada uno es lo que es, sabe lo que sabe y vale para lo que vale. Y cada uno en su casa y Dios en la de todos. Por otra parte, ya hace que Zalabardo me enseñó lo que responder si alguno se pone impertinente y se mantiene en sus trece con la dichosa cantilena (mejor que cantinela) de las vacaciones: Mire usted, la universidad tiene las puertas abiertas para quien desee el título, la oposición para optar al puesto es de libre acceso y, superadas aquella y esta, no hay más que meterse unas cuantas horas para lidiar con unos adolescentes rebeldes, la rebeldía la da la edad, que están dispuestos a cualquier cosa menos a estudiar, y también eso es asunto de la edad; otras cuantas horas en casa preparando las clases, pues no es cosa de quedarse atrasado en este mundo tan cambiante y vertiginoso, corrigiendo tareas y preocupado por no cometer ninguna injusticia al valorar el trabajo de los chavales. Aparte de eso, solo hay que soportar la casi general incomprensión de los padres, el olvido en que nos tiene la sociedad y la indiferencia de la Administración educativa, nuestros jefes, para quienes parece que solo contamos cuando somos la causa de que un padre presente una queja en la Delegación. Sobre todo eso, ¿eh?, que los padres no se quejen
Me dice Zalabardo que se nota que ya olemos las vacaciones. Y es verdad. Ya las clases han terminado. estamos ahora ocupados con las evaluaciones, redactando memorias que nadie va a leer y celebrando los últimos claustros que cierran, de modo definitivo, el curso hasta septiembre. Entre tanto, observamos cómo quedan de contentos unos padres que ven que sus hijos promocionan de curso, sin reparar lo más mínimo en que esa promoción "por imperativo legal" está propiciada por una ley que impide que se pueda repetir más de una vez en el ciclo y que permite al alumno ser consciente de que, sin hacer el huevo, se pasa de curso. Así nos es dado contemplar cómo a tercero de secundaria, por citar un ejemplo cualquiera, acceden alumnos con veinte y más asignaturas pendientes de cursos anteriores. Y si no, ya nos inventaremos adaptaciones, diversificaciones, apoyos y lo que sea menester. La cosa es conceder los títulos de graduado y que las autoridades puedan presumir de que aquí no hay fracaso escolar. Todo ello sin que se nos altere lo más mínimo el sistema nervioso ni resulte afectado nuestro ánimo, porque lo nuestro, según es bien sabido es "una vocación".
Pues bien, con todo lo que he expuesto antes, yo no tengo vergüenza ninguna en aceptar que tengo las vacaciones que tengo. Y creo que las necesito y que me las he ganado, igual que todos los profesores.
Zalabardo me mira y se ríe. No dice nada, pero tengo la impresión de que, para sus adentros está pensando algo así como "sí, anda, coge ya las vacaciones y tiempla (o templa, que las dos formas valen) los nervios". Por lo pronto, los compañeros, esta noche, nos vamos a comer pescaíto.
1 comentario:
“adolescentes rebeldes, (…) que están dispuestos a cualquier cosa menos a estudiar”
“solo hay que soportar la casi general incomprensión de los padres”
“el olvido en que nos tiene la sociedad”
“la indiferencia de la Administración educativa”
“…nuestros jefes, para quienes parece que solo contamos cuando somos la causa de que un padre presente una queja”
“redactando memorias que nadie va a leer”
“una ley (…) que permite al alumno ser consciente de que, sin hacer el huevo, se pasa de curso”
“La cosa es conceder los títulos de graduado y que las autoridades puedan presumir de que aquí no hay fracaso escolar”
¿Se pueden decir más tópicos en tan podo espacio?
Pero no se preocupe, usted mismo tiene la respuesta:
“Por lo general, quien intenta conseguirlo es un ignorante que solo sabe argumentar con tópicos”
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