viernes, agosto 25, 2006

BEATUS ILLE...

Manilva es un pueblo malagueño, próximo a Estepona, y a dos kilómetros de la costa si entramos desde San Luis de Sabinillas. Tan cercano al mar, Manilva es un pueblo serrano y desde él se puede otear el Mediterráneo y toda la saturada, de urbanizaciones y campos de golf, costa malagueña.
Allí hemos estado hoy disfrutando de la hospitalidad de Manuel Quirós y de toda su familia. En un primer momento, pudiera decirse que Manilva parece un pueblo tranquilo que escapará del tráfago urbanístico y constructor de los pueblos costeros. Vana ilusión. Desde de la terraza de la casa de Manuel puede observarse cómo el pueblo está ya cercado de grúas, de construcciones que parecen enjambres y de proyectos de campos de golf que, mejor mucho a mucho que poco a poco, van haciendo desaparecer los campos sembrados de viñas, una de las principales riquezas de la comarca y origen de la mejor uva moscatel.
Manuel nos cuenta cómo las cepas van siendo arrancadas, los campos abandonados y, finalmente, vendidos a promotores y especuladores. Nos dice que los jóvenes ya no quieren las labores del campo, que en la construcción y en otras actividades ganan más con menos sacrificio. Mientras nos lleva a ver sus viñas y mientras le ayudamos a coger tomates, pimientos, berenjenas y dulces higos, con su cristalina gotita de miel, como dijo Juan Ramón en Platero y yo, nos dice que él ya no necesita de nada de eso para vivir, que sus hijos, hoy estaban allí Daniel e Isabel, dos de los tres que tiene, ya están colocados y tienen la vida resuelta.
Con un poco de brillo en los ojos nos comenta que él también va cayendo en las manos de los promotores y va arrancando cepas, porque ya la edad no le permite cuidarlas como se merecen y que terminará por deshacerse de todo menos, al menos mientras viva, de su trocito de vega porque aquello tiene algo que vale más que cualquier tierra: agua.
Todas las mañanas baja andando hasta su pequeña parcela, nunca supo conducir y nunca ha tenido coche, aunque sus hijos ahora sí lo tengan, y labra, riega, sulfata según la necesidad del momento, y coge las patatas, las cebollas, los pimientos necesarios para el consumo familiar. Las uvas, dice, en su mayor parte las regala, porque tiene muchos compromisos con los que cumplir. Como las que nos regala a nosotros.
Por la mañana nos recibió con un suculento desayuno compuesto por pan y aceite de oliva, café con leche y uvas moscatel. A mediodía, hemos comido unas sabrosísimas sopas de tomate y un no menos bueno guiso de carne con patatas cocinados ambos, mano a mano, por Victoria, su mujer, e Isabel, su hija, entre las que correteaba Olga, la nieta, hija de Daniel. De postre, un dulcísimo melón criado en su vega. En un momento de la comida afirma que él sería feliz con que todo el mundo ganase un poquito más que él. Y lo explica: ha estado toda su vida trabajando sin parar; nunca le ha sobrado nada, pero nunca ha pasado hambre; ha podido sacar adelante a sus tres hijos y ahora los tres disfrutan de una posición estable. Es un pecado, dice en voz baja, que todavía haya gente que no tiene para comer.
Manuel Quirós y su familia viven, o nos lo ha parecido a nosotros, a un paso de la felicidad.

No hay comentarios: