En el apunte anterior citaba que había estado con Zalabardo en Manilva. Paseando por el pueblo, pasamos por el cementerio y nuestro acompañante, Manuel Quirós, nos explicó que ya habían hecho uno nuevo en las afueras del pueblo; pero que, mire usted por dónde, nadie lo quería utilizar y se seguía enterrando a la gente en el viejo.
Me imagino que en todas partes será igual, pero Zalabardo me llamó la atención sobre el hecho de que en la provincia de Málaga existen unos cementerios muy bellos, algunos con características sumamente peculiares: por ejemplo, el de Casabermeja, del que hay una leyenda que afirma que a los difuntos los entierran de pie. No es verdad, aunque el diseño de los nichos colabora al mantenimiento de tan creencia. También se dice que Antonio Gala lo considera el cementerio más bonito de España y tiene dispuesto que a su muerte lo entierren en él. Le digo a Zalabardo que yo no creo que eso sea verdad, pero él me insiste en que sí.
También es bello, y en extremo curioso, el de Sayalonga, pueblo de la Axarquía y situado en la conocida como Ruta del sol y del vino. Es una construcción circular, allí dicen que en España no existe ningún otro semejante y, aunque el adjetivo no parezca adecuado para tal clase de construcción, resulta muy coqueto.
Igualmente llama la atención el del pueblecito de Macharaviaya, todo él más pequeño que la cripta de la familia Gálvez, aneja al mismo.
Pero si hablo de cementerios es porque me gustaría decir algo sobre la palabra cementerio y otra más en uso en nuestros días, tanatorio. Lo políticamente correcto en el lenguaje se reduce en ocasiones a una mera cuestión de tabúes, prejuicios y convenciones sociales. Uno de ellos nos lleva a admitir que aquello que de alguna manera nos desagrada, si no se ve, o no tiene nombre, no existe; y si tiene nombre, se le cambia y santas pascuas. Valga lo siguiente como ejemplo: el lugar de enterramiento ha sido, "toda la vida de Dios", el cementerio o camposanto. En ellos podíamos encontrar los velatorios, donde se velaba a los difuntos antes de darles enterramiento.
Pues bien, hoy se tiende a hablar mejor de parques cementerios, en los que los velatorios han pasado a ser llamados tanatorios. Tan es así que en algunos lugares, Zalabardo lo ha visto en un pueblo de Córdoba, se confunden ambas cosas y al cementerio lo llaman tanatorio. Es más moderno, ¿verdad? Pues bien, analicemos el significado de cada palabra: cementerio (del griego koimetérion) significa dormitorio; velatorio expresa el lugar donde se vela, donde no se duerme y, por fin, tanatorio (del griego thánatos) significa lugar de muerte. Ante eso, y pese a todas las modas que surjan, yo le digo a Zalabardo que, cuando muera, quiero que mis familiares y amigos me acompañen en un velatorio y ser enterrado en un cementerio antes que en un tanatorio. Aunque en ese momento puede que me dé igual lo que hagan, ¿no creen?
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