LA FÁBRICA DE LAS PALABRAS
Le enseño a Zalabardo un programa que ha llegado al instituto, anunciador de un congreso sobre enseñanza que se celebrará en Jerez de la Frontera los próximos días 12 y 13 de noviembre. Su título: maestros y maestras profesores y profesoras en la educación andaluza: 150 años de historia. Así, tal como lo escribo. Los diseñadores modernos no parece que se lleven ni bien ni mal con los signos de puntuación ni con las mayúsculas; simplemente, no se llevan. Pero no es eso lo que le quiero enseñar, como tampoco lo de 'maestros y maestras'. Ya hemos hablado bastante sobre el asunto. Lo que le quiero mostrar es una palabra: feminario. Sí, así como suena, pues el programa anuncia una exposición dramatizada a cargo del Feminario del IES Santa Isabel de Hungría. Busco la palabra en cuantos lugares conozco que me podrían dar información sobre ella. Ningún diccionario la recoge. Sin embargo, su significado es fácil de entender. Si pensamos en abecedario, anecdotario o seminario, deduciremos que la palabra feminario designa un colectivo de mujeres o dedicado a temas relacionados con la mujer. Compruebo que, a través de Internet, esta palabra tiene amplia difusión.
¿De dónde salen las palabras? ¿Cuál es la fábrica que las produce?, me pregunta Zalabardo. Le digo que inventar palabras es fácil. Que la fábrica por la que él pregunta somos un colectivo de alrededor de cuatrocientos millones de personas que tenemos en común utilizar el mismo código comunicativo. Este código está integrado por un conjunto de signos y reglas mediante las cuales podemos crear otros signos; en resumidas cuentas, un conjunto de palabras. Y, lo hemos dicho en otras ocasiones, las palabras nacen, se desarrollan y mueren. Las palabras están ahí para que juguemos con ellas y nos entendamos con los demás. ¿Qué hizo si no ese chileno llamado Vicente Huidobro cuando escribió aquello de Viene gondoleando la golondrina / Al horitaña de la montazonte / La violondrina y el goloncelo... en su libro Altazor. O como hizo Torrente Ballester en La saga/fuga de J. B. O como propone, finalmente, Jesús Marchamalo en La tienda de las palabras.
Quiero decir que no debemos tener miedo a inventar palabras. Los medios existen: derivación, composición, acrónimos, etc. Si hay suerte, a lo mejor alguna triunfa, se generaliza, y termina por hallar su lugar en el diccionario. En el peor de los casos, se utilizará alguna que otra vez y terminará en el limbo. Ayer, Elvira Lindo publicaba una columna bajo el título Juvenilismo; con tal palabra quería aludir a la actitud de algunos, especialmente políticos, que toman medidas que afectan a los jóvenes cuando se acerca un periodo electoral. También ayer, encontré una bitácora que tiene por nombre Enhumorados; ¿verdad que es bellos nombre? O si seguimos el tema de ayer, el de las fobias, podríamos hablar de la liceofobia, aversión que sienten los jóvenes hacia el centro escolar (¿quién tiene vocación de estudiante?). Tal como se puede escribir a vuelapluma, ¿por qué no podemos hacer algo a vuelamano?
Todos los ejemplos son palabras inventadas. Pero miremos una que nuestros jóvenes conocen bien: piarda. ¿Quién la inventó? No viene en ningún diccionario oficial, que yo sepa. Ni siquiera en el Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada; solo la he visto en vocabularios específicos referidos al habla de Málaga: el de Cepas, el de Álvarez Curiel, el de Antonio del Pozo. Y la he oído contantemente en boca de nuestros alumnos: el sustantivo piarda y el adjetivo piardero.
Quien siga estas notas sabrá que, de vez en vez, aparecen algunos juicios peculiares que solo se entenderían si admitimos que son propios de Zalabardo; o sea, zalabardescos. Otra palabra nueva.
2 comentarios:
Lo de hoy nos ha hecho mucha gracia en La Colina, aquí donde, si no participamos un día en la agenda, tenemos la sensación de haber hecho piarda. ¡Qué curioso eso de que la palabra no está registrada en ningún diccionario, salvo en los de Málaga! ¿Será porque es donde más se practica?
El Club de La Colina
Hablando de palabras, hoy se cumplen 50 años del lanzamiento del primer Sputnik, una palabra de origen ruso que significa "satélite" y también "viejo compañero". Pues bien, hoy, cuando íbamos corriendo por el paseo marítimo a la altura de la Térmica, mi "sputnik" y yo, al cruzarnos con dos jóvenes esbeltos que hacían lo mismo en sentido contrario, nos gritaron: "¡Viva la tercera edad!". De inmediato volvimos la cabeza para confirmar la sospecha de que aquel terrible halago se refería inequívocamente a nosotros dos, Javier y yo, sencillamente por la falta de otras personas en aquel momento. De todos modos, tengo que reconocer que, aunque dimos las gracias con la misma exaltación, una mueca de tristeza nos invadió el rostro y que cada uno de nosotros encajó aquella odiosa exageración como pudo. Eso de que te clasifiquen de tercera edad, no le gusta a nadie, aunque presumo, por lo mucho que se lamentó después, que a mi compañero le sentó peor, no solo por sus exclamaciones posteriores, insisto, sino también porque, a menos de 24 horas de haber estado a punto de que me partiera un rayo mientras dormía, cualquier comentario de esa naturaleza no solo no me hiere sino que me resulta casi un cumplido. Por cierto, habrá que ir pensando en cambiar la frase que “te parta un rayo” ya que no te parte, como ha ocurrido con la cornisa de hormigón armado de mi vivienda, que la ha hecho añicos.
Rafa López.
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