miércoles, septiembre 29, 2010

Y EL VERBO SE HIZO UN LÍO


Aquí, lo primero que se tendría que ver es un hermoso caballo blanco haciendo una cabriola. Pero ni caballo ni cabriola. Y no penséis que es por culpa de la huelga o algo de eso. Simplemente sucede que, en el editor que utilizo para esta agenda, la herramienta para subir imágenes ha cambiado y como ni Zalabardo ni yo somos expertos en estas lides pues no consigo incluir la imagen. ¡Qué le vamos a hacer! Ya estamos buscando ayuda para solucionar el problema. Así que os imagináis el caballito y su cabriola y vamos con el apunte de hoy.
De todos es sabido que el sistema verbal español tiene su miajita de intríngulis; que, aun exagerando un poco, podríamos decir que sobreabundan las formas irregulares sobre las regulares; que a un extranjero que se ponga a aprender nuestra lengua la conjugación se le atraganta más de una vez. Y podríamos seguir diciendo, por ejemplo, que los niños pequeños, cuando están empezando a hablar, tienden a usar todos los verbos como regulares (y así, dicen cabo, sabo, soño, etc., en lugar de quepo, , sueño, etc.), aunque según van avanzando en un aprendizaje natural del idioma, van dominando, también de forma natural, las irregularidades.
Hago esta introducción porque en este pasado tiempo de descanso he podido entresacar, de diferentes medios, una amplia colección de perlas, todas ellas de naturaleza verbal, que deberían hacer sonrojar, unas más que otras, a quienes hicieron uso de ellas. Hace días hablaba de la necesidad de cuidar las redacciones y las exposiciones orales. Ahora tendría que añadir que para algunos, aquellos para quienes el idioma es un instrumento cotidiano, un útil de trabajo y no un mero vehículo de comunicación, también habría que recomendar el repaso de la morfología y de la ortología, que, como sabemos, no es solamente el arte de pronunciar bien sino, de modo más general, el de hablar con propiedad.
Cuando recogía estos casos, me trataba de aclarar Zalabardo que pensara en el hecho de que durante el verano hay menos personal en las redacciones, que se puede relajar un poco la atención, que es la oportunidad para los becarios. Yo le respondía que todo eso estaba muy bien, pero que para la corrección y el cuidado del lenguaje no debe caber ninguna clase de relajación.
Y vamos con algunos de los casos de los que hablo. Pude leer un día: en aquel lugar se arrice cualquiera. En principio, todo parece normal; salvo si tenemos en cuenta que el verbo arrecir es defectivo, es decir, que no posee todas sus formas. Cualquier diccionario nos dirá que de él solamente se usan aquellas formas cuya desinencia empieza por –i. Así, el presente solo tiene dos formas, la primera y la segunda personas del plural arrecimos y arrecís; y la forma más utilizada es el participio, arrecido. Por tanto, no existe esa tercera persona singular arrice que recogía el texto.
En otro de los ejemplos, una crónica deportiva, se dice: “¡A por ellos, oé!”, trona la grada. ¿Es preciso explicarle a alguien que la tercera persona de tronar es truena, como de dormir, duerme? Pues eso, que sobra cualquier otro comentario.
Vamos con otro caso: La respuesta municipal ha sido que no a lugar. Todos sabemos que haber lugar es una construcción que significa ‘darse las condiciones para que algo se produzca’ y que más comúnmente se utiliza en formas negativas, no haber lugar. En el presente del verbo, alternan las formas hay o ha; pero, eso sí, siempre con h.
Los casos siguientes son de otra naturaleza. No tienen que ver con la morfología ni con la ortografía simplemente, sino más bien con la propiedad de su empleo. Leía en una crónica sobre las corridas de toros y los correbous, que finalmente han sido declarados “tradición que debe ser preservada”: el bravo de 550 kilos [...] raspa el suelo con la pezuña izquierda y se cabriola encarándose a los jóvenes. Vayamos por partes. ¿Qué pasa con raspa? Pues que aparte de que tal verbo significa ‘frotar ligeramente algo quitándole alguna parte superficial’, cuando los toros remueven con su pezuña el suelo y echan la tierra para atrás se dice que escarban, nunca que raspan. Además, aunque la observación ahora no importa, los entendidos suelen decir que tal comportamiento es señal de poca bravura. ¿Y qué pasa con se cabriola? Primero, que ese verbo, intransitivo, no admite la construcción pronominal (cabriolarse). Segundo, que cabriolar significa ‘hacer cabriolas’ y cabriola, por si alguien no lo recuerda, es el ‘salto que da el caballo, soltando un par de coces mientras se mantiene en el aire’ (¿Véis a cuento de qué venía la imagen del caballo?). O sea, que un toro no hace cabriolas. ¿O a lo mejor sí?
Y vamos con el último caso. Aviso, de principio, que este es más discutible y que, incluso, se podría considerar correcto. Sin embargo, considero, humildemente, que sería más apropiado utilizar para lo que se dice un verbo diferente. En una noticia sobre fosas de la guerra civil, se dice: conseguirán exhumar la fosa. Teniendo en cuenta que exhumar significa: ‘1. Desenterrar un cadáver o restos humanos, y 2. Desenterrar ruinas, estatuas, monedas, etc.’, ¿se puede exhumar una fosa? En principio, hay que decir que sí, aunque lo más adecuado sería aceptar que lo que se exhuma son los restos humanos en ella contenidos y que una fosa, mejor, se abre o se descubre. Pero, ya digo, este empleo puede pasar.
Todo ello, comento con Zalabardo, son detalles que alguien considerará nimios; pero no debería olvidarse que los medios de comunicación no persiguen tan solo una función informativa. Tan importante, o más, es la función formativa y educativa. Y hablar y escribir bien la lengua propia es una tarea a la que no debiéramos nunca renunciar. Al menos, eso es lo que yo pienso.

martes, septiembre 21, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO.03. GUIOMAR (Leyendo a Antonio Machado)


Querido Antonio:

Cuando en mis manos he visto el bello poema que me envías y lo he leído, no he podido por menos que recordar la estrellada noche de junio, apenas si habíamos superado la noche de San Juan, en que, en Segovia, realizamos el largo recorrido hasta el Alcázar.
El paseo por los jardines de aquel palacio encantado a cuyo pie los ríos Clamores y Eresma se hacen uno constituye el mejor símbolo de que nuestras almas también se hicieron una. No puedo negar que fue aquella una de las más felices experiencias de mi vida. El jardín, las solitarias calles, el brillo de las estrellas en el cielo, forman ya un decorado inalterable en el que, desde entonces y como en un sueño, transcurre mi vida.
Todo fue distinto a aquel otro día en el que nos vimos por vez primera. Con tu aspecto desaliñado, tu timidez, tus silencios y tu bondadoso rostro me pareciste tan desvalido... Tampoco yo acertaba a hablar, cohibida ante el gran poeta al que tanto admiraba. Ya ves, yo, que nunca he sido capaz de memorizar un solo verso mío, podría recitar de memoria infinitos de los tuyos. Y ahora, para mayor felicidad, me encuentro con que soy la musa que inspira tus poemas.
Los dos hemos sido desgraciados, cada uno por diferente razón, y los dos hemos hallado, el uno en el otro, el fuego que cauterice la herida. Pero debes comprender que para mí resulta imposible lo que me pides.
Mi condición, mis creencias, mi educación, me dicen que no soy una mujer libre. Ya intenté explicarte en otra ocasión que para mí no puede haber ya otro tipo de amor salvo el que se sostiene sobre la limpia fusión de los corazones, la sintonía de las almas y la ternura mutua, alejado de cualquier contacto físico.
Mientras así lo aceptes, perdurará esta amistad nuestra, más profunda y fuerte que cualquier otro tipo de lazo. Espero tu vuelta para volver a encontrarnos en “nuestro” Jardín de la Fuente, de Moncloa.

Hasta entonces, sabes que tuyo es mi corazón. Pilar.


Antonio Machado (1875-1939): Canciones a Guiomar

En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño —juntos estamos—
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: No puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer).

martes, septiembre 14, 2010


EL ORDEN DE LOS FACTORES

Vencido ya, casi, el verano y acabadas las vacaciones (¿cuántas veces he dicho —alguno pensará que ya resulto pesado— que, pese a estar jubilado, mis biorritmos funcionan aún por el calendario escolar?) aquí estamos, Zalabardo y yo, dispuestos a tomar de nuevo la senda de los comentarios a diferentes usos lingüísticos o a cualesquiera temas de actualidad. Como decía hace poco, el hecho de haber iniciado la temporada con el contenido de ese cuaderno escondido que tan callado se tenía Zalabardo no impedirá que en esta agenda sigan apareciendo los apuntes tradicionales.

Nadie negará que si del verano quisiésemos hablar, dos temas se elevarían sobre los demás: el triunfo de la selección española en el Mundial de fútbol y la prohibición de las corridas de toros (que no de los correbous, pues si aquellas son “actos crueles” estos son “tradiciones que hay que conservar”) por el Parlamento catalán. Pero podéis estar tranquilos porque no voy a hablar de nada de eso. Del Mundial porque no sé si se ha dicho ya todo; de la decisión del Parlamento de Cataluña, porque sería dar mucho eco a esa insana e irrefrenable vocación que sienten los políticos, no solo los catalanes, por cuanto signifique prohibir (fumar, la prostitución, los anuncios de servicios sexuales en la prensa...)

Pero, ya digo, pasaremos de eso. Y si un nuevo curso está dando sus primeros vagidos, me pide Zalabardo que rompa una lanza a favor de una mayor atención a los usos escrito y hablado de la lengua. Como considero que es una petición muy puesta en razón, nada mejor que hacerle caso.

Fuera ya de la actividad docente, no cabe duda de que dispongo de una mayor perspectiva para ver las cosas. Y así, creo haber percibido que, desde hace unos años, bastantes, a esta parte, en la enseñanza de la lengua y la literatura se peca, y tengo que reconocerme incurso en ese mismo pecado que voy a criticar, de incidir en demasía en una teoría de la sintaxis (por encima de cuidar una mejora del uso oral y escrito de la lengua) y de poner énfasis en la historia de la literatura en detrimento del fortalecimiento del placer por la lectura y de la práctica de la creación literaria. No digo que haya que convertir a los alumnos en émulos de Castelar o de Delibes, por citar dos ejemplos de fino estilo en expresión oral o escrita; pienso tan solo en que hagamos de ellos personas dotadas de una conveniente capacidad de manifestarse en esas dos modalidades de la lengua.

Porque la consecuencia de todo ello es que, a la hora de la verdad, nuestros alumnos son incapaces de redactar con un mínimo de estilo cualquier texto o de hacer una exposición oral que no sonroje al auditorio. Y quien dice nuestros alumnos, dice los profesionales del periodismo, la política o cualquier otra actividad. Pongamos unos ejemplos. Todos sabemos que nuestra lengua dispone de una amplia libertad en el orden de los elementos de la frase, que estos no piden una colocación rígida. Pero no debemos perder de vista que si el orden de los factores no altera el producto en aritmética, en la lengua, a veces, puede que sí lo haga; y no poco. Por eso debemos tener sumo cuidado para, cuando queremos decir una cosa, no decir otra diferente, aun a nuestro pesar. No sé si ya referí alguna vez lo del cartel que se pudo leer en el escaparate de una sastrería que anunciaba gran surtido de pantalones para caballeros de tergal.

Me diréis que eso es una pura anécdota y que, pese a todo, se entiende lo que se quiere decir, ya que, entre otras cosas, no hay caballeros de tergal. Vayamos por partes: primero, claro que se entiende, pero no es cuestión de decir las cosas, sino de decirlas bien; y, segundo, que no es algo tan anecdótico y casual. A comienzos de verano, me topé con la siguiente frase en un reportaje: [José Mª Díez-Alegría] ya se había enfrentado al régimen franquista por ponerse del lado de los más débiles. Quien conozca a los actores de la frase sabe bien que quien se inclina a favor de los débiles es Díez-Alegría. Pero, para quien no, la frase pudiera resultar ambigua y podría ser interpretada de otro modo. Y nadie me negará que también es ambigua, e incluso cómica si no fuera porque se refiere a una realidad trágica, esta otra frase, más reciente, pero del mismo tono: El subalterno recibió dos graves cornadas en el muslo derecho del toro devuelto. ¿A quién pertenecía el muslo corneado, al subalterno o al toro?

Y si en estos fallos incurren personas de quienes presuponemos que se expresan bien, ¿qué no harán los demás? Ya sé que eso de las composiciones escritas o las redacciones, así como las exposiciones orales ante un auditorio, pueden parecer ejercicios desfasados, pero creo que no estaría de más volver a ellos de vez en cuando. Claro que el ejemplo que recibimos de más arriba no ayuda a optar por ese camino. Estoy pensando en el ejercicio de lengua española, en la prueba de acceso a la Universidad de junio, que pedía el análisis y comentario de una perífrasis verbal que, para colmo, ni siquiera era perífrasis.

miércoles, septiembre 08, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 02. COMO LA UÑA DE LA CARNE (Leyendo el Poema de Mío Cid)


Allá, en una esquina de la sala apenas iluminada, sentado sobre un escabel, podemos ver al caballero. La mejilla apoyada sobre la mano derecha y el ceño fruncido, contempla en su torno todo aquello que ha de abandonar dentro de pocas horas.
Un velo de tristeza le cubre el rostro. Los ojos, acuosos, luchan por no derramar las lágrimas que, a duras penas, pueden contener. No quiere que sus hombres lo vean así. No quiere que se diga que ha sido débil a la hora de afrontar el castigo impuesto por su señor.
Mira las estancias vacías, como vacías están las perchas, sin aquellos pájaros tan lucidos con los que salía a cazar los pocos días que no le ocupaba la guerra. Se los ha dejado a su sobrino, el joven Félix Muñoz, que tan aficionado se ha mostrado a la cetrería desde que fue capaz de sostener sobre su puño a un azor.
Jimena ya no está. Y tampoco las hijas, las casi niñas aún Sol y Elvira. Ha considerado más prudente mandarlas por delante, acompañadas de fuerte séquito, hacia Cardeña. Allí, en San Pedro, permanecerán al cuidado del abad el tiempo que dure su estancia fuera de Castilla.
Él ya sabía que esto podía suceder, y Jimena bien que se lo avisó, cuando se prestó a ser quien exigiera a don Alfonso el juramento de no haber tomado parte en la muerte de su hermano. Otros muchos pusieron excusas para no hacerlo; pero él nunca había sido de los que dan un paso atrás en momentos decisivos. Y su honor de caballero y la lealtad debida a su rey, don Sancho, alevosamente muerto a las puertas de Zamora, requerían pedir la jura ante el altar de Santa Gadea.
Todos estos pensamientos lo asaltan mientras está sentado en aquella esquina. Pero también sabe que no debe retardarse ya mucho. Los plazos dados por el rey se van cumpliendo y no es posible demorarse más. Si quiere llegar con la amanecida a San Pedro es hora ya de ponerse en camino. Jimena es fuerte y sabrá sobrellevar la distancia, pero las niñas son pequeñas y desvalidas; ¿qué será de ellas?
Los pocos hombres que lo acompañan esperan fuera. Ojalá se les unan algunos más. El caballero comprende que no sirve de nada lamentarse ni se gana nada permaneciendo allí sentado. Y menos mal que han conseguido, bien que con engaños, que Raquel y Vidas, los dos usureros, les den el dinero que precisan para los próximos gastos.
Rodrigo se levanta, echa una última mirada a todo su alrededor y se ajusta los guantes. Jimena y sus hijas lo esperan allá en San Pedro. Ya es hora de ir a despedirse de ellas. Fuera, sus leales, jinetes ya sobre sus monturas, esperan, dispuestos a partir. Martín Antolínez, su buen amigo, sostiene las riendas de su caballo. En el cielo se observan los primeros indicios de que pronto llegará la amanecida.



Cantar de Mío Cid (siglo XII): El Cid, camino del destierro, se despide de su mujer e hijas (texto modernizado)


Aprisa cantan los gallos y quiere romper el amanecer
cuando llegó a San Pedro el buen Campeador
con los pocos caballeros que le sirven por su voluntad.
El abad don Sancho, hombre buen cristiano,
rezaba los maitines, al tiempo que amanecía;
y doña Jimena estaba con cinco de sus damas,
rogando a San Pedro y a nuestro Creador:
—Tú, que a todos guías, ayuda a Mío Cid el Campeador[...]


Delante del Campeador, doña Jimena se puso de rodillas,
lloraba abundantemente, le quiso besar las manos.
—¡Merced, Campeador, que naciste en buena hora!
Por malos intrigantes sois ahora echado de esta tierra.


¡Merced, Cid, de barba tan excelente!
Henos aquí ante vos yo y vuestras hijas,
que son pequeñas y aún casi niñas [...]
Bajó las manos el de la hermosa barba
y a sus dos hijas en los brazos las cogía,
las apretó contra su corazón de tanto como las quería;
llora de forma abundante y suspira con fuerza:
—¡Ya, doña Jimena, mi amada mujer,
igual que a mi alma así es como os quiero!
Ya lo veis que hemos de separarnos en vida,
yo me iré, y vosotras aquí habréis de permanecer [...]


El Cid a doña Jimena la va a abrazar,
doña Jimena al Cid va a besarle la mano,
lloran de tal modo que no saben qué hacer,
y él a las niñas vuelve a mirarlas:
—A Dios os encomiendo, mis hijas, y al Padre Celestial,
Ahora nos separamos, Dios sabe cuándo nos volveremos a unir.
Llorando tan fuertemente, que nunca se vio escena igual,
así se separan unos de otros como la uña de la carne.

viernes, septiembre 03, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 01. EL CUADERNO


Rara vez, esa es la verdad, voy a casa de Zalabardo. Por lo general, es él quien viene a la mía o bien quedamos citados en cualquier lugar de la ciudad. Pero este pasado mes de julio, sin que yo recuerde ahora cuál fue el motivo, me presenté en su casa. Me pidió que me sentara y lo esperara mientras preparaba un té (descafeinado) para los dos.
Mirando a mi alrededor, pude observar que en una estantería estaban los cuadernos que él me presta para recoger los apuntes que van apareciendo aquí desde el año 2006. Sabía que ya son bastantes, pero no imaginaba que fuesen tantos.
Mientras los hojeaba, algo atrajo mi atención. Allí, entre los depositarios de la Agenda, había un cuaderno que, por su forma y color, yo no recordaba haber visto nunca. Estaba allí, como escondido y disimulado entre los demás. Lo cogí y abrí al azar. Me encontré con que era un poema de Cavafis precedido de un breve texto, escrito, supongo, por el propio Zalabardo, y que, según me fue dado comprobar, de alguna manera se relacionaba con el poema.
Cuando volvió de la cocina portando una bandeja con dos tazas de té humeante y un plato con galletas, le pregunté qué era aquello. En un primer momento quedó como confuso y el rubor coloreó sus mejillas. Tras soltar la bandeja en una mesa, me pidió con palabras corteses, aunque firmes, que no leyese aquello y le devolviera el cuaderno. Naturalmente, no le hice caso y no solo pasé más hojas sino que lo forcé a que me explicara qué era aquel cuaderno.
Mucho tuve que insistir, pero al final cedió y se mostró dispuesto a darme cuentas. Dijo que en aquel cuaderno solía copiar poemas o fragmentos de poemas que, de alguna manera, le habían causado impacto profundo la primera vez que los leyó. No eran, por lo que me dijo, lecturas recientes, sino que pertenecían a épocas muy diferentes de su vida. Los poemas, continuó, no eran necesariamente los mejores de sus autores, ni de su época, ni de su estilo. Eran simplemente textos que a él le habían conmovido hondamente, muchas veces sin que se supiera bien la razón.
Entonces, un día, le costaba indudablemente continuar su relato, decidió reunirlos todos para que no se le perdieran. Y, sin saber cómo, pensó que no estaría mal acompañarlos de un comentario que no era tal, ni tampoco glosa, sino una humilde y simple historia alusiva, unas veces más y otras menos, al contenido tratado. En aquel cuaderno no había demasiados y no sé si ahora, una vez conocido su secreto, seguirá incluyendo otros.
Por supuesto, me dijo con mucho énfasis, aquello no era una antología ni pretendía serlo, como entendería si leía también el texto de Machado que había escogido para iniciar la relación. Las antologías, me dijo, no solo suelen ser pretenciosas, sino, en su mayoría, falaces, pues casi siempre reflejan un criterio muy parcial y alejado de la necesaria neutralidad.
Le pedí permiso para publicar en la Agenda la colección que allí había y los textos que introducen cada poema. Es de imaginar lo que me ha costado, pues se negaba en redondo. Pero al fin lo convencí. Los poemas del cuaderno no guardan ningún orden cronológico ni temático ni de ningún otro tipo. He creído que lo mejor es irlos dando tal como aparecen, pese a que él quería revisarlos y ordenarlos. Y también he creído que debería reproducir aquí el texto de Antonio Machado con el que abre su cuaderno:




Antonio Machado (1875-1939): Juan de Mairena (1934-1936)


Si yo intentara alguna vez un florilegio poético para aprendices de poeta, haría muy otra cosa de lo que hoy se estila en el ramo de las antologías. Una colección de composiciones poéticas de diversos autores —aun suponiendo que estén bien elegidas— dará siempre una idea tan pobre de la poesía como de la música un desfile de instrumentos heterogéneos, tañidos y soplados por solistas sin el menor propósito de sinfonía. Además, una flor poética es muy rara vez una composición entera. Lo poético, en el poeta mismo, no es la sal, sino el oro que, según se dice, también contiene el agua del mar. Tendríamos que elegir de otra manera para no desalentar a la juventud con esas «Centenas de mejores poesías» de tal o cual lengua. Porque eso no es, por fortuna, lo selectamente poético de ninguna literatura, y mucho menos de ninguna lengua.


Recordaréis que había prometido cambios para después del verano. Lo que no imaginaba es que en mis manos caería este cuaderno escondido de Zalabardo que me facilita la tarea. En semanas sucesivas, ya sea alternando, o no, con los tradicionales apuntes de esta Agenda, irán apareciendo los poemas del cuaderno. También observaréis que otro cambio afecta al aspecto exterior de la Agenda. Espero que no os disguste ni una cosa ni la otra.

miércoles, junio 23, 2010


NOS VAMOS DE VACACIONES

Hoy, 23 de junio, los compañeros del instituto han terminado su periodo de clases, aunque las actividades continúen hasta final de mes. Le comento a Zalabardo que no estaría mal que, de igual modo, nosotros echásemos el cierre hasta finales de verano y él se muestra de acuerdo.
Además, aparte de eso, hemos estado hablando de otras cosas. Concretamente, del futuro de esta agenda. Le digo que son ya cuatro años los que llevamos y que, por ello, día a día se hace más difícil mantenerla sin caer en el aburrimiento o en el cansancio. Porque encontrar nuevos temas, o nuevos enfoques, cada vez resulta más complicado.
La verdad es que ya llevamos un tiempo planteándonos el asunto y habíamos pensado seriamente en dar carpetazo e iniciar algún proyecto nuevo. Pero hoy, hablando con José Francisco y con Pablo, nos han insinuado que se podría seguir aunque buscando un aire nuevo, tanto de presentación como de contenidos. Y como esto segundo ya lo teníamos pensado, hemos creído que puede ser bueno seguir el consejo. Por ahora no quiero adelantar nada porque el proyecto todavía es eso y hace falta pulirlo.
Y como no quiero despedirme sin algún comentario lingüístico, incluyo este que me surge de la lectura de una entrevista que se le hace a María Dueñas, escritora y profesora de inglés en la Universidad de Murcia, a propósito de su novela El tiempo entre costuras. Dice en un momento: En mi éxito no hay mito, solo curro. Debo reconocer que esta última palabra, curro, me viene intrigando desde hace tiempo. ¿Por qué? Vamos a ello.
Si consultamos el DRAE, vemos que incluye la serie currar, ‘trabajar’, que marca como palabra procedente de la lengua caló o gitana; curre y curro, ‘trabajo’; y currante y currito, ‘trabajador’. En la versión incluida en su página web anuncia la inclusión para la edición vigésimo tercera de currelar, aunque sin indicar origen.
Pero si se consultan otras obras, el resultado es diferente. Así, en Manuel Seco (Diccionario del Español Actual) encontramos las series currar y currelar; curre, curro y currelo; y currante, currelante y currito, para los conceptos expresados antes.
María Moliner (Diccionario de Uso) y Víctor León (Diccionario de Argot Español) coinciden en todo menos en currelante, que no la recogen.
Pero miren ustedes por dónde, si hacemos la búsqueda al revés, es decir, partiendo de vocabularios gitanos, los resultados son asombrosamente diferentes. En Aproximación al caló, de José Antonio Plantón García, vienen currelar y currelo para ‘trabajar’ y ‘trabajo’; en cambio, para ‘trabajador’ lo que recoge es curañó.
En un Vocabulario del dialecto jitano (sic), de 1846, y compuesto por Augusto Jiménez, solamente aparece curipén, ‘trabajo’. Y un extenso Vocabulario caló-español, que consulto en versión PDF, en Internet, y del que no aparece referencia de autor, nos presenta currelar, ‘trabajar’, curripén, ‘ejercicio, oficio’ y curaró, ‘trabajador’.
Lo anterior parece indicar que el vocablo nuclear para ‘trabajar’ en la lengua caló es currelar y no currar. ¿De dónde procede esta última? Esa es la duda que me asalta desde hace bastante tiempo y para la que no tengo respuesta.
Si alguien lo sabe, le agradecería mucho que me lo dijera.
Y nada más, que paséis todos un buen verano y a la vuelta nos encontraremos con las novedades.

martes, junio 15, 2010

AMERICANISMOS

No es ninguna novedad que yo diga aquí que he entrado en una etapa de mi vida en la que me atrae más releer que leer y ya creo haberlo explicado más de una vez. Una de mis últimas relecturas ha sido Merlín y familia, de Álvaro Cunqueiro. Deseaba, después de muchos años, volver a encontrarme con la prosa fluida y musical de Cunqueiro y enfrentarme a esos mundos oníricos y fantásticos que crea. Debo decir que no ha sido menor la impresión recibida ahora que la que me produjo tiempo atrás. También es verdad, dicho sea de paso, que siento una especial predilección por los escritores gallegos.
Pero, siendo esto así, le digo a Zalabardo, no significa, sin embargo, que haya renunciado a la lectura de obras recientes, aunque se me hace más difícil decidir enfrentarme a ellas. Ahora mismo, por ejemplo, estoy enfrascado en la prelectura de El arte de la resurrección, del chileno Hernán Rivera Letelier, premio Alfaguara de este año. ¿Qué es eso de prelectura?, me pregunta Zalabardo al tiempo que hace ese gesto tan característico suyo con el que me da a entender que, a su juicio, estoy intentando ser ocurrente sin conseguirlo del todo.
Pero yo, sin darme por aludido, me limito a contestar a su pregunta adoptando un aire de naturalidad. En esta novela, le respondo, he creído ver una vuelta, en parte, a aquellas novelas hispanoamericanas de la etapa del boom, allá por los años 60 y 70 del pasado siglo. Hay un mundo idealizado rodeado de un aura mágica, que en este caso es el de las minas salitreras del norte de Chile y la soledad del inhóspito y tórrido desierto de Atacama. Hay unos personajes que igualmente parecen pertenecer a un mundo que no este mundo: Domingo Zárate Vega, el Cristo de Elqui, iluminado que se cree reencarnación de Jesucristo; Magalena Mercado, la bondadosa prostituta devota de la Virgen del Carmen; don Anónimo Bautista, el Loco de la Escoba, que pasa todo su tiempo barriendo las calles del poblado así como el desierto que lo rodea y que entierra bajo la arena toda la basura que encuentra... Y hay una lengua que es la lengua popular de Chile. Y aquí es donde se me ha encasquillado la lectura y por eso hablo de prelectura; por ello he empezado por intentar entender las palabras, por alcanzar su recto significado para, una vez conseguido eso, encarar y disfrutar la verdadera lectura de la historia de esos personajes y de esos lugares.
He recordado, leyendo esta novela, la necesidad que tantas veces se ha denunciado en diferentes medios de que en el DRAE deberían tener cabida más americanismos de los que hay. Esa petición ya sobra, porque se ha llegado a una solución mejor. La Asociación de Academias de la Lengua Española, que está trabajando muy bien, sacó a la luz a finales del pasado mes de abril su Diccionario de americanismos. Es una obra en la que se venía trabajando desde hace bastante tiempo y es ahora cuando, en sus dos mil trescientas páginas, nos ofrece las peculiaridades y la riqueza del español americano con atención a todas sus zonas y regiones. Es una obra, a mi juicio, fundamental para que conozcamos por dónde anda nuestra lengua y qué valor tiene para su historia y progreso el habla de los países del otro lado del Atlántico, que no en vano reúnen más de trescientos millones de hispanohablantes
Gracias a esta obra me estoy enterando de qué dicen las palabras de la novela de Rivera Letelier y por eso hablo de prelectura. Estoy buscando el significado de las palabras desconocidas, que son muchas, anotándolo en los márgenes de las páginas, para, después, leer ya de un tirón la obra, sin tanto detenimiento como ahora. Y no es exageración eso que digo de que son muchas las palabras que no pertenecen al español común, sino que son particularismos chilenos. No los voy a citar aquí todos, pero no renuncio a escribir unos cuantos: inquilinato, ‘campo con inquilinos que explotan una parcela concreta’; peneca, ‘niño, mozalbete’; camal, ‘matadero’; volanda, ‘vehículo tirado por mulos que se desplaza por raíles’; caliche, ‘salitre’; frangollo, ‘desorden’; fondo, ‘caldero de hierro’; quiltro, ‘chucho, perro sin pedigrí’; vianda, ‘fiambrera’; retreta, ‘concierto’; forongo, ‘presuntuoso’; biógrafo, ‘cine’; ñeque, ‘valor, coraje’; macuco, ‘astuto’; pililiento, ‘andrajoso’; y así podría seguir, pero si se dice que para muestra vale un botón, aquí van algo más de una docena.

jueves, junio 10, 2010

VUVUZELAS

Me aparece Zalabardo esta tarde por casa llevando una vuvuzela (que nosotros deberíamos escribir vuvucela) adornada con los colores de la bandera española y dispuesto ya a animar a nuestra selección. Le he preguntado con insistencia dónde la ha comprado, pero él, no sé qué se habrá imaginado, no ha querido decírmelo. La vuvucela, palabra zulú, es como nadie ignorará, esa trompeta de aproximadamente medio metro de longitud, cuyo sonido puede superar los 100 decibelios (tantos como un martillo neumático y algo menos que el motor de un avión, que alcanza los 120) y que descubrimos durante la pasada Copa FIFA de Confederaciones y con la que los surafricanos suelen animar durante los partidos de fútbol.
Hay gente, me informa Zalabardo, que le ha preguntado cómo es que vuvucela no viene en el Diccionario de la Academia. Le contesto que la gente, que por lo común adora todo lo efímero, cosa propia de este mundo agitado que vivimos, del mismo modo que tiene una noción algo equivocada sobre cuáles sean sus derechos, lo que a la vez le hace olvidarse, de las correspondientes obligaciones que siempre acompañan a aquellos (actitud que se manifiesta en las expresiones esto tendría que... o yo tengo derecho a...), no sabe, de ordinario, cómo funciona la Academia y qué es lo que significa ese lema que rige su existencia y que reza fija, limpia y da esplendor.
La gente común y corriente, que es la gran mayoría (ojo, que no les atribuyo culpa de ningún tipo cuando digo esto) se deja arrastrar por lo que considera que es el habla actual y correcta, que no es otra cosa que la que se usa en el periodismo y en el conjunto de los medios de comunicación, así como en la política. La gente, repito, oye expresarse a Zapatero en un mítin, o a los locutores de los telediarios, o a María Patiño poniendo verde a la Campanario o a cualquiera de los concursantes de un programa de telerrealidad, y piensa que así es como hay que hablar.
Pero la Academia no debe dejarse arrastrar por ese criterio, el de aceptar sin más aquello que está en la calle. La Academia debe limpiar, fijar y dar esplendor. ¿Y qué supone hacer eso? La Academia limpia cuando niega carta de naturaleza a vocablos que no tienen por qué estar en el Diccionario. Pongo un ejemplo: en el DRAE aparece show; pues bien, con vistas a la próxima edición está prevista la supresión de ese artículo, porque no en vano tenemos espectáculo, que no tiene por qué ser sustituido. Y si alguien preguntara por montar un show, ¿por qué no lo sustituye por dar un espectáculo, que también existe? Igual sucede con free lance, que se va a eliminar, porque lo que debemos utilizar es periodista, o fotógrafo, independiente. Nunca tales términos, show o free lance, debieran haber tenido cabida en la obra académica. Limpieza es, por ejemplo, impedir que entre e-mail, porque es lo mismo que correo electrónico
La Academia da esplendor si evita la entrada de palabras que lo que hacen es empobrecer el idioma, pues su proceso es aparición ha ido desde la jerga periodística al habla popular y no al revés, que sería más lógico. La gente dice magacín porque lo ha oído o lo ha visto escrito. Quienes empezaron a utilizar tal término deberían haber tenido en cuenta que ya tenemos revista o programa de variedades, que es lo que quiere decir. Por tanto, magacín también debiera ser eliminada, pues no enriquece, sino todo lo contrario.
Y la Academia fija cuando establece y delimita los conceptos para que no sean modificados ni manipulados por quienes abusan de esa que hemos dado en llamar jerga de la información o de la política. El verbo incautar es pronominal, por lo que no admite ni complemento directo ni forma pasiva. Su construcción será siempre incautarse de algo, siendo incorrecto decir algo fue incautado. Para este último uso, ya tenemos decomisar. Versátil es ‘lo que se vuelve o puede volverse fácilmente’ y, en consecuencia, ‘lo voluble e inconstante’; pero no debiéramos emplear ese adjetivo como ‘que se adapta a diversas funciones’, como tantas veces se hace, pues para eso tenemos polivalente.
Según lo que digo, ¿es que no caben el extranjerismo o el cambio semántico en nuestra lengua? Claro que sí, pero cuando se produce de forma natural, no forzada. ¿Se puede dar entrada, entonces, a vuvucela? Vayamos despacio, pues ningún enemigo peor que las prisas tiene el Diccionario, y dejemos que pase el tiempo. Si vuvucela no queda en flor de un día, si prospera su utilización, entraría. No sería la primera, ni la última, de las voces africanas en nuestro idioma.

martes, junio 08, 2010

BANDERAS

Esta mañana, durante el pertinente paseo diario, he comenzado a ver cómo van apareciendo en lugares de muy diferente naturaleza, tal como van floreciendo las margaritas en primavera, las banderas de España: balcones, chiringuitos de playa, bares, algún parque... Y estoy convencido de que la cosa irá a más. Por supuesto que no he dudado ni un momento a la hora de interpretar la razón y motivo de tal hecho: el próximo viernes se da el pistoletazo de salida al Mundial de fútbol de Suráfrica (a mí se me hace difícil escribir y decir eso de Sudáfrica que tiene tanto sabor de anglicismo) y el miércoles siguiente será el debú de España en tal competición.
En España somos poco dados a utilizar los diferentes eventos como excusa para ofrecer muestras de nuestro patriotismo. Eso, nos decimos, queda para los americanos. Es más, creo que somos un país donde produce rubor mostrarse patriota. Somos catalanes, vascos, andaluces, riojanos; pero difícilmente nos declaramos españoles, como si tal declaración tuviera no sé qué connotaciones negativas. Parece que tal cosa está mal vista, y se tiende a tachar de facha o carcunda a quien profesa fe de patriota o a quien se hace ver con la bandera. Del mismo modo que tengo la impresión de que cuesta seguir con respeto una audición del himno nacional. En este último caso, no sé si será una especie de complejo al ver que, frente a otros, el nuestro no tiene letra y, por tanto, no lo podemos cantar.
Está claro, no somos patriotas y solo aceptamos comportamientos de esa índole a título individual y mostrados muy de tarde en tarde: Viriato, María Pita, Agustina de Aragón. Si acaso, hay alguna aislada manifestación colectiva: la del pueblo madrileño frente a las tropas de Napoleón. El caso es que sentimos un cierto pudor a confesarnos patriotas. Ese orgullo que vemos en otros de declararse americanos, italianos o franceses, difícilmente lo asumimos nosotros.
Me dice Zalabardo que nuestra historia reciente pesa mucho y aún estamos acomplejados por el uso que se ha hecho durante años de los diferentes símbolos patrióticos. Incluso hay quienes no los reconocen como propios. Una determinada facción los secuestró de tal modo e hizo de ellos un uso tan poco edificante que todavía nos cuesta aceptar que son de todos y, por tanto, que no pertenecen con exclusividad a nadie.
Y, mira por dónde, le contesto yo, tengo la impresión de que el fútbol ha venido en cierto modo a sacarnos de esa especie de marasmo incómodo. Si no estoy equivocado, todo se inició con el pasado Campeonato Europeo que alzó a nuestra selección (que algunos se esfuerzan por que sea la roja, tal como otras son la albiceleste, la canarinha o la bleu) al lugar más alto del continente.
Y si ahora vuelve a ser el fútbol, y el orgullo de que nuestra selección, la roja, esté considerada entre las máximas aspirantes a ganar el trofeo, la única razón y motivo que nos lleva a mostrar las banderas en mástiles y ventanas, aunque sea disimulada con el toro de Osborne en lugar del escudo, bien venido sea.

jueves, junio 03, 2010

SEFARAD

En el lugar / onde estaba aparada la casa de mi chiques (niñez) / ya se enviejisio la yerba, / y en lo vasio de sus camaretas rubinadas (arruinadas) / siento ainda las voses.
Así empieza uno de los poemas del libro Alegrica, de 1992, compuesto por Margalit Matitiahu, nacida en Tel Aviv en 1935.
Muchas veces, le digo a Zalabardo, se habla de la añoranza que se siente en parte del mundo árabe hacia lo que fue Al Ándalus y cómo aún existe en algunos el deseo de una recuperación y regreso. Y muchos son quienes se muestran escandalizados de que alguien pueda siquiera expresar tal sentimiento. Cuando surge este tema en la conversación, yo suelo decir que, aunque no se participe de esa actitud, hay por lo menos que tratar de comprender a los que la defienden, puesto que, hasta la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos, en 1492, trancurrieron ocho siglos en los que la cultura de Al Ándalus ilustró a todo el mundo. Y no hace falta que mostremos las muestras que aún quedan de ello. Y la consecuencia de aquel hecho fue la expulsión de muchos que tenían raíces tan hispanas como las de los cristianos.
Pero si bien se habla con relativa frecuencia de la nostalgia que genera entre los musulmanes el recuerdo de Al Ándalus, cuesta trabajo comprobar el silencio y olvido en que se tiene la similar nostalgia que provoca en otra comunidad, la de los judíos sefardíes, el recuerdo de su patria perdida, la antigua Sefarat, que es el nombre que dan ellos a España. Porque de lo que no se puede dudar es de que, si es posible hablar de la españolidad (si no es un anacronismo utilizar este vocablo para tan remoto periodo) de los musulmanes de Al Ándalus, no en vano vivieron aquí durante ocho siglos, con más razón habría que aplicar el concepto a los judíos sefardíes. Las más antiguas tradiciones hacen remontar su llegada a nuestras tierras a la época de Salomón, cuando este rey mandaba sus naves a comerciar con el reino de Tarsis; y teorías más razonables dicen que esta venida no se produjo hasta el siglo I, tras la destrucción de Jerusalén por el emperador Tito, hecho que provocó la gran diáspora judía por el Mediterráneo. Aun en este último caso, vivieron aquí, hasta el momento de su expulsión en el siglo XV, quince siglos. No olvidemos que España es lo que hoy entendemos por España desde hace tan solo poco más de cinco.
Estos judíos expulsados, cuyo número varía mucho según los autores, se repartieron por tierras que los quisieran acoger: Marruecos, Portugal, Italia, Grecia, Turquía, Rumanía, los Balcanes. Muchos de ellos, como bien leemos en la historia del judío Ricote, que encontramos en el Quijote, se llevaron las llaves de sus casas esperanzados en que pronto podrían volver a ellas. Aunque también se llevaron su lengua, que era la que se hablaba en Castilla a finales del siglo XV y comienzos del XVI. Lengua que, con el nombre de ladino o judeoespañol, han conservado hasta hoy y cuyo carácter más definitorio es el de su acentuado arcaísmo, lo que prueba los esfuerzos por mantenerla en su estado original. Margalit Matitiahu dice: La historia de la lengua ladino, mos yeva a conocer el amor y el carinio que sintieron los judios por Espania [...] Entre los judios espanioles, estando londje de Espania, continuaron a hablar la lengua antigua. Hasta hoy en dia, se puede oyir coplas espaniolas antiguas y cantigas que cantaban nuestros padres nacidos en Espania.
Desgraciadamente, en España parece que valoramos poco nuestra riqueza cultural y lingüística. No solo hay quien siente que se puedan hablar de lenguas diferentes a la castellana, negando la licitud de las otras, sino que incluso se ve mal la propia variedad del castellano (¿cuántos andaluces se avergüenzan todavía de su dialecto, al que consideran un castellano mal hablado?). En este panorama, no debe extrañar que incluso se desconozca la existencia del judeoespañol.
En otro poema, del libro Matriz de luz, de 1997, M. Matitiahu escribe: Los pasharos / abasharon a las urias (playas) del envierno / a picar / restos de mar del enverano. Y Yasmina Levy, de la que escucho un disco mientras escribo esto, canta: Yo en la prizion, e tu en las flores / sufro de korason, kero ke yores. / Las paredes altas, no te alkanso, / te mando salvasion del mio Dio Santo. Eso ya lo cantaban sus antepasados judíos en la España del siglo XI.

Si alguien quiere conocer algo más sobre la historia y cultura sefarditas, y oír un texto leído en su lengua, tal como se pronuncia hoy, puede entrar en Sefarad: los judeo-españoles (http://sefarad.rediris.es).

martes, junio 01, 2010

AVERÍGÜELO VARGAS

Tiene curiosidad Zalabardo por saber qué hacía yo cuando en clase se me planteaba una cuestión a la que no sabía responder y así me lo plantea. Le contesto que nunca tuve reparo en reconocer mi desconocimiento de algo (pues siempre serán más las cosas que ignoramos que las que conocemos) y me comprometía para informarme y ofrecer la respuesta en otro momento; y si, aun así, no conseguía alcanzar la respuesta apetecida, decía abiertamente: Que lo averigüe Vargas, aunque los alumnos, por lo común, no solían entender esta respuesta.
Es frecuente utilizar este dicho cuando se quiere indicar que un asunto es intrincado y de complicada solución. Sobre su origen, Covarrubias afirma: Díjose por el licenciado Francisco de Vargas..., hombre de gran cabeza y buen despidiente; eligiole por su secretario el rey don Fernando el Católico, y porque le remitía todos los memoriales, para que informado le diese cuenta dellos, con estas palabras: “Averígüelo Vargas”, quedó en proverbio.
En la lengua, como en cualquier materia, se nos presentan en ocasiones cuestiones de difícil respuesta si no es que son de solución imposible. Eso es lo que pasa con los verbos acabados en –uar. La norma nos dice que estos verbos deshacen ese diptongo y lo convierten en hiato en los presentes (menos en la primera y segunda persona del plural) y en el imperativo (actúo, evalúo, continúo, etc.).
Pero he aquí que, de pronto, nos encontramos con dos grupos de verbos que deciden funcionar de otra manera. Son los terminados en –cuar y en –guar. Veamos qué pasa con ellos y empecemos con los del segundo grupo.
El diccionario recoge algo así como veinticinco verbos que presenten la terminación –guar, de los que los más comunes son los siguientes: averiguar, aguar y sus derivados, menguar y sus derivados, fraguar, atestiguar, apaciguar, amortiguar, deslenguar, desambiguar y santiguar. El resto lo integran verbos raros y de escaso uso (por ejemplo, amochiguar), por lo que renuncio a enumerarlos aquí. Pues bien, todos estos verbos, e insisto en lo de todos, se conjugan como averiguar, es decir, manteniendo el diptongo en todas sus formas (averiguo, menguo, atestiguo, amortiguo, santiguo, etc., etc.).
Pero el otro grupo, el de los terminados en –cuar, es cortito, de pocos representantes, aunque de extraño comportamiento. Son únicamente ocho, de los que comunes y conocidos solamente hay tres: adecuar, evacuar y licuar; los cinco siguientes son raros y de muy escaso uso: anticuar, apropincuarse, colicuar, oblicuar y promiscuar. ¿Y qué pasa con su acentuación? La norma dice que que se deben conjugar como averiguar (adecuo, evacuo, licuo), pero lo cierto es que el uso tiende a acentuarlos como actuar (adecúo, evacúo, licúo), por lo que la Academia ha terminado, aun en contra del parecer de bastantes, por aceptar ambas conjugaciones. Pero no acaba ahí todo, pues resulta que hay dos de ellos, anticuar y oblicuar, que van en contra del modelo común y se conjugan obligatoriamente como actuar (anticúo, oblicúo).
¿Y a qué se debe tal guirigay?, me suelta Zalabardo. Y yo qué sé, le respondo; cuando tenga una respuesta te la daré. En cualquier caso, que lo averigüe Vargas. Y es que en estas cuestiones de la lengua, que ya de antiguo tiene planteada la cuestión de si predomina la analogía o la anomalía, la regla o la excepción, sin que el personal se ponga de acuerdo, a veces chocamos con asuntos de no muy fácil solución.

jueves, mayo 27, 2010


HABLAR PULIDO

Bien sabe Zalabardo, porque no en vano llevamos muchos años juntos, que yo no soy tiquismiquis ni mojigato en esto de expresarme, ya sea hablando o escribiendo. Sí es verdad que me gustaría poder aplicarme la norma que exponía Juan de Valdés cuando decía aquello de que el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo, etc., aunque la mayoría de las veces no lo consigo, que yo bien lo quisiera.
Hoy quiero traer aquí, a cuento de eso que digo, dos cuestiones de estilo de habla (da lo mismo que sea oral que escrita, aunque se da más en la primera) frente a las cuales mi posición es diferente. Por un lado está lo que viene en llamarse palabras malsonantes y, por otra, lo que algunos dan en llamar, de un tiempo a esta parte, expresiones hirientes u ofensivas.
Respecto a las primeras, nunca he sido de la idea de que aporten nada a los mensajes que emitimos y, muchas veces, aparte de ser manifestación de poca elegancia, lo que suponen es pobreza expresiva. Debo decir que no suelo emplear tacos ni comulgo con esa idea que algunos defienden de que “nada es más expresivo que un ¡coño! bien colocado”. Pero en nuestro tiempo, el taco parece haberse democratizado y circula por más canales de los debidos. Sobre todo en radio y en televisión, porque la prensa parece librarse por el momento de tan fea moda. Los tres libros de estilo que consulto coinciden en considerar inadecuado el empleo de palabras malsonantes y solo admiten su inclusión cuando tienen un auténtico valor informativo. Eso sí, dan por sentado que, si hay que usarlas, se escribirán completas y nunca de forma disimulada, porque no hay cursilería mayor que la de escribir lo llamó hijo de p. o lo llamó hijo de las cuatro letras o cosas por el estilo, cuando lo que se dijo fue hijo de puta.
No tengo ya las ideas tan claras con aquellas expresiones que, según el libro de estilo de El País, son “frases ofensivas para una comunidad”. Lo primero de todo es que no me resulta tan patente el carácter ofensivo de las mismas, aunque vivimos en una etapa de corrección política en el comportamiento y en la expresión y eso es harina de otro costal, ya que a veces se ven intenciones donde no las hay. Pongo un ejemplo: una cuñada mía, hablando de cuando tuvo a sus hijas, decía que, frente a lo que sucedió con las otras, “a su Anita la parió como una gitana”. Quería decir, ni más ni menos, que fue un parto natural, sin ninguna otra ayuda que la de simplemente una comadrona. Y lo decía con orgullo. ¿Se puede considerar ofensiva la expresión parir como una gitana?
Sucede que, según la interpretación que yo hago de estas frases, en ellas intervienen, al menos, tres factores. El uno es que su aparición casi siempre responde a una situación social, e incluso histórica, concreta que, una vez superada, deja su rastro en una forma de hablar. Así se explica que digamos que hay moros en la costa cuando queremos dar a entender que ‘existe peligro de que alguien no deseado vea o escuche algo’.
Otro, puramente lingüístico, que por lo general son construcciones lexicalizadas en las que el significado de la expresión no supone la suma de los significados de sus componentes. Es lo que sucede en la expresión engañar como a un chino, que supone ‘engañar con suma facilidad’. Y pregunto yo: ¿quién dice que sea fácil engañar a un chino? Aparte de que a los chinos recurrimos para otras expresiones que denotan admiración (trabajar como un chino, ‘con laboriosidad’ o ser tarea de chinos, ‘que exige una dedicación y esfuerzo pacientes’) o total neutralidad (sonar a chino, ‘ser difícil de interpretar o incomprensible’). ¿O qué sentido ofensivo puede haber en una frase tan fosilizada como hablar como un carretero, ‘ser muy mal hablado’? A veces nos encontramos incluso con que un posible afectado le da la vuelta a la frase para convertirla en favorable a sus intereses. ¿Quién no recuerda aquello que dijo E’tóo de que estaba dispuesto a correr como un negro para vivir como un blanco?
Y el tercer factor que considero es aquel por el que se pretende, erróneamente, que, cambiando el lenguaje, se modifica la realidad. Se evita o se destierra una palabra para así alterar nuestra visión de las cosas. Según esta postura, no se debería emplear la expresión no ser manco alguien, ‘ser digno de consideración por su calidad e importancia’. Por la misma razón, no debiera utilizarse coger antes a un mentiroso que a un cojo ni mear fuera del tiesto, ‘actuar de manera improcedente’, porque no hay mancos ni cojos, sino discapacitados físicos o mear es un tabú que debe excluirse de nuestro léxico.
Algunos argüirán que siempre habrá posibilidad de buscar alternativas (haber ropa tendida en lugar de haber moros en la costa, o ser una olla de grillos en lugar de ser una merienda de negros). Pero esa posibilidad se da en pocas ocasiones. Así que mejor es no ver fantasmas donde no los hay. O al menos eso creo yo.

martes, mayo 25, 2010


GUADAMECÍ

Como el tiempo parece que ya lo va pidiendo, gozábamos Zalabardo y yo de una cervecita bien fresca mientras hablábamos de cosas por lo general insustanciales, de acuerdo a como deben ser la mayoría de nuestras conversaciones. Le contaba yo que, cuando estaba en activo, tenía la costumbre de decir a mis alumnos que la que más admiraba entre las posibles virtudes de un estudiante era la de la curiosidad, por ser esta, a mi parecer, la madre de todo conocimiento.
Y a propósito de tal tesis, le contaba también que, días atrás, durante un viaje con alumnos a Córdoba, uno de ellos, tras leer el Hermana Marica de Góngora, preguntó a José Manuel Mesa qué significaba guadamecí, pregunta de lo más oportuna porque para cualquier persona de hoy dicha palabra debe sonar a chino. “Mejor a árabe”, me repuso de inmediato Zalabardo, “porque tal término designa un tipo de cuero adobado y adornado con dibujos de pintura o relieve, procedente de la ciudad libia de Gadames y que ya hoy se lleva poco”. Me asombró la presteza de su respuesta y así se lo dije, a lo que añadió: “La verdad es que a mí también se me da muy bien eso de acumular conocimientos inútiles o cuasi inútiles”. Y me quedé dudoso, pues ignoraba si eso lo decía con alguna aviesa intención.
“A propósito del guadamecí...”, iba a proseguir yo, y él me interrumpió: “Vas a hablar hoy de los epónimos”. Desde luego que hay días en que Zalabardo está sembrado y no solo es ocurrente e ingenioso sino que parece adivinarme el pensamiento.
Y es que las formas de enriquecimiento del léxico, los modos de inventar nuevas palabras son casi ilimitados. Uno muy usual es el de recurrir a la eponimia, que no es sino una modalidad algo más restringida de la metonimia: llamamos a una cosa con el nombre de otra. Específicamente, la eponimia consiste en que un nombre propio deviene o da origen a un nombre común o a un adjetivo. Del tipo de guadamecí, podríamos citar damasco, muselina o satén (tejidos procedentes de la capital siria, de Mosul o de Tse-Thung, llamada por los árabes Zaitún, respectivamente). O cuero de tafilete, porque es originario de la región marroquí de Tafilalt.
La ciencia y la técnica usan profusamente este recurso, como vemos en las unidades físicas julio o amperio (de James Prescott Joule y André-Marie Ampère), en diésel (por R. Diesel) y en zepelín (por F. von Zeppelin). La medicina nos ofrece, como ejemplos más conocidos, down, alzhéimer o párkinson. Y en las matemáticas hallamos guarismo (que procede de Al Huwarismi). Entre las prendas de vestir podemos citar la rebeca (por la prenda que usaba la protagonista de la película del mismo nombre de Hitchcock), las manoletinas (por el torero Manolete), los leotardos (por el acróbata francés Jules Leotard), los pantalones bermudas (por las islas de ese nombre) o el cárdigan (por J. T. Brunnell, duque de Cardigan).
La literatura, sin salirnos del ámbito español, nos presenta los casos de donjuán, quijote, lazarillo y celestina.
Y hay algunos casos cuya historia resulta realmente curiosa. Así, silueta proviene de Etienne de Silhoutte, político francés apoyado por Mme Pompadour que quiso imponer un impuesto sobre ventanas por lo que fue pronto destituido. Para burlarse de él, se dio su nombre a todo dibujo que estuviera inacabado. John Montagu, IV conde de Sandwich, no quiso levantarse de una partida de cartas y pidió para comer que le sirvieran unos emparedados que, desde entonces, recibieron el nombre de sándwich. La guillotina debe su nombre al cirujano francés J. I. Guillotin, que inventó su artilugio para evitar sufrimientos a los ajusticiados. O el nombre que se da a los aficionados violentos en el deporte, hooligan, debido a Patrick Hooligan, matón londinense del siglo XIX cuyo nombre apareció en una reseña del The Times.
Y se podría seguir, pues la lista es casi inacabable. Pero me parece que ya es más que suficiente con los ejemplos aportados.

viernes, mayo 21, 2010


SAMBENITO

En estos tiempos de penuria económica, conversamos Zalabardo y yo de las medidas adoptadas por el Gobierno para paliar la grave situación, se oyen comentarios para todos los gustos. Parece que, casi de modo general, la decisión más aplaudida por el personal ha sido la de bajar el sueldo de los funcionarios. Quede claro, ha sido aplaudida por quienes no son funcionarios, como es de suponer.
De siempre, los funcionarios han tenido (hemos tenido, pues yo, aunque ya jubilado, lo he sido) mala prensa. Y digo yo que en este colectivo, como en cualquiera, hay de todo, pues ese refrán que dice que en todas partes cuecen habas es bastante certero, como casi todos los refranes. Pero siempre es bueno tener alguien a quien echar las culpas, en quien descargar las responsabilidades para desahogar las conciencias de las culpas propias.
Mira que hay, le digo a Zalabardo, formas de atajar la crisis, maneras de recortar gastos y sistemas para generar ingresos (se pueden aumentar los impuestos sobre las rentas más altas, se puede intentar poner coto a los desmanes de los bancos, se puede meter mano y otorgar otra regulación tributaria a las sicav, se puede cortar de raíz la economía sumergida, etc., que de eso sabe cualquiera más que yo), pero, mira por dónde, se les mete mano a los sueldos de los funcionarios y a las pensiones, que es lo más fácil, y parece que todo está resuelto.
No voy a defender aquí a los funcionarios. Si en época de vacas flacas hay que ser solidarios, habrá que serlo, pero digo yo que lo podríamos ser todos. Y es que por ahí hay sueldos muy rumbosos y más apetitosos que los de los funcionarios, que, al fin y al cabo, llevamos no sé cuánto tiempo ya con nuestras retribuciones “cuasi” congeladas. Pero, ya digo, a nosotros se nos ha echado el sambenito y se nos ha cargado con el muerto de la crisis.
Pero ya está bien, que no quería insistir hoy sobre reducciones de sueldo ni sobre congelación de pensiones (ya lo hice hace unos días), sino precisamente sobre estos dichos: echar a alguien el sambenito y cargarle el muerto a alguien. Ya sabemos que ambas cosas significan ‘hacer recaer las culpas sobre alguien’. Pero veamos el origen de cada una de ellas.
Sambenito procede, como bien explica Covarrubias, de saccus benedictus, ‘saco bendito’; en la Iglesia primitiva, los que hacían penitencia pública se colocaban en la puerta de los templos vestidos con unos sacos o cilicios bendecidos por un obispo o un sacerdote hasta que cumpliesen el tiempo de su penitencia. De allí, la Inquisición vistió con estos mismos sacos, especies de escapulario de los hábitos eclesiásticos, a sus condenados, aparte de colocarles una coroza o capirote. Por contagio con la vestimenta de los frailes de San Benito, el nombre de este saco derivó en sambenito. El sambenito llevaba, por lo común, una cruz de San Andrés, aparte de algunos otros motivos dibujados que servían para indicar a la gente cuál era la culpa del reo que lo portaba. De ahí que echar, poner o colgarle el sambenito a alguien sea culparlo de algo.
La historia de cargar el muerto a alguno es también bastante antigua y la cuenta el gaditano José María Sbarbi en su Gran Diccionario de Refranes. Ya en la Edad Media, cuando dentro del término de una población aparecía el cadáver de alguien muerto con violencia, si no era posible indagar quién había sido el autor de aquella muerte, todo el pueblo era considerado responsable, por lo que se le imponía una caloña o pena pecuniaria a la que se daba el nombre de homicidio.
Esta era la razón por la que cuando se cometía una muerte violenta y se desconocía al causante, los habitantes del pueblo, antes de que interviniera la justicia, procuraban trasladar la víctima a otro lugar para así librarse de la multa. Con su acción, cargaban o echaban el muerto a otros.
Lo malo del caso es que ahora se conoce quiénes son los causantes y culpables del desaguisado que vivimos. Sin embargo, siempre será bueno que haya funcionarios a los que culpar. Veremos en qué queda todo.

martes, mayo 18, 2010

CUANDO EL DIABLO NO TIENE QUÉ HACER...

Con aire socarrón y un tanto provocador, eso es lo que me suelta Zalabardo cuando le insinúo el tema que pretendo tratar en este apunte. Prefiero no hacerle caso porque sé que, al final, y después de todo, a él le gusta mirar lo que escribo y apostillar cualquier cosa a lo que resulte. Y como sé, también, que sus comentarios, por lo general, son acertados y me orientan, procuro evitar las discusiones.
El caso es que, en uno de mis recorridos diarios, pasaba el otro día por la calle Mefistófeles, el mismo diablo, cercana al Palacio de Ferias, a espaldas del Centro Comercial Bahía. Más de uno me dirá que Mefistófeles no es propiamente Satanás, pero para el caso es como si lo fuera. Bueno, pues a mí me dio por pensar que, aunque no reparemos en ello, el diablo tiene una íntima relación con nuestras vidas. Si, como algunos sostienen, el lenguaje muestra la percepción que tenemos del mundo, no hay que más que ver la de nombres con los que citamos a este personaje para dejar constancia de la importancia que le concedemos. Junto a los nombres propios más o menos bíblicos-esotéricos que usamos, Satanás, Satán, Lucifer, Luzbel, Mefistófeles, Belcebú, Leviatán, y alguno popular, como Pedro Botero, no hay sino echar mano de aquellos otros comunes que también usamos a diario: diablo, demonio, diaño, demongo, diantre, mengue, o los apelativos el maligno, el tentador, el maldito, el patas, la serpiente, el malo...
Y si vamos al terreno de los refranes, ya mejor sería no hablar, porque se empieza y no se acaba: A quien Dios no le dio hijos el diablo le dio sobrinos; el diablo, antes de ser diablo fue abogado; en arca de avariento, el diablo yace dentro; al que no tiene faena el diablo se la da... Ya digo, los que queramos.
Mas, pese a cuanto parece deducirse de estos nombres y dichos, a lo que quiero llegar es a que, en esta mixtura que todos somos, en esta mezcla de bien y mal que nos constituye y que no podemos evitar, acabamos por entablar una relación amistosa con el diablo y por sentir una cierta admiración hacia su figura, y no diré ya hacia su persona, pues ignoro si podemos decir que sea persona.
Que hay una fusión tal vez indisoluble en esta amalgama Jekill/Hyde que somos es posible verlo en ese refrán que admite que detrás de la cruz está el diablo o aquel otro que afirma que donde Dios tiene un templo, el diablo monta una capilla. Y nuestra admiración hacia él queda patentizada en ese más sabe el diablo por viejo que por diablo, que refleja el valor que concedemos a la experiencia acumulada en el largo cómputo de sus años. Y si no, pensemos que, cuando queremos expresar nuestra simpatía por la manera en que alguien solventa cualquier asunto más o menos complicado, solemos decir aquello de ¡diablo de hombre! o, cuando deseamos manifestar nuestro cariño y comprensión por las travesuras de nuestros pequeños, los calificamos de diablillos.
Pero, volviendo al paseo diario y a la calle Mefistófeles, que de ahí viene todo esto, lo que en un principio pensé es que, estando este individuo tan ligado a nosotros, son, sin embargo, pocos los casos en que mostramos tal afecto en forma de manifestaciones externas. Y ya sabemos que una de las formas de honrar que los humanos tenemos es la de dedicar calles o erigir monumentos.
Vamos a lo de las calles. Pensaba yo: ¿cuántas calles tiene dedicadas el diablo en nuestros pueblos? Y me puse a buscar. El resultado de la búsqueda da que, aparte de la calle de Málaga, hay una calle Mefisto en Zaragoza. Y como calle, callejón o puente de los diablos, creo que existen en Toledo, Bilbao, Ontinyent, Montemayor y en una aldeíta de Burgos y otra de Granada. Y pare usted de contar. Nadie me negará que ocho calles en todo el país es muy poco. Sobre todo si comparamos, por ejemplo, con los Reyes Católicos, que a su modo también fueron unos diablos, y vemos que en una muy somera búsqueda en Google maps nos aparecen no menos de treinta (que sin duda serán más) calles, plazas, y avenidas a ellos consagradas.
Aunque de lo que peor andamos es de estatuas. Todo el mundo está lleno de esculturas que honran a generales, santos, inventores, descubridores, fundadores y yo qué sé más. Muchos de ellos son totalmente desconocidos para quienes pasan a su lado y, sin embargo, ahí están. Pues bien, las erigidas en honor del diablo son mínimas y el resultado es que encuentro solamente tres. El ángel caído, en el Parque del Retiro de Madrid, que representa el momento de su vencimiento y su hundimiento en los abismos. El ángel rebelde, en el Capitolio Nacional de Cuba, que nos ofrece el momento en que Lucifer, soberbio, proclama su rebeldía frente a Dios, y El poder brutal, o El diablo de Tandapi, enorme rostro de Satán esculpido sobre una roca a orillas de la carretera que conduce de Guayaquil a Quito, en Ecuador.
¿No parece poca cosa para tan entrañable personaje?, le pregunto a Zalabardo. Me mira, se queda pensativo y, tras unos instantes de reflexión, se limita a exclamar: “¡Psss. Lo que yo decía!” No es que anime mucho, pero ya que tengo completado el apunte, lo dejo tal como está.

jueves, mayo 13, 2010

SI TÚ ME DICES VEN...

Obama ha llamado por teléfono a Zapatero. Y, ¡oh, milagro!, el presidente, el nuestro, como nuevo Saulo en el camino de Damasco, ha caído del caballo, si no del burro, y ha visto la luz, ha comprendido, al fin, que estamos en crisis y que hay que hacer algo que no sea simplemente hablar y marear la perdiz.
Parece mentira la fuerza que tienen las palabras y lo que se puede hacer y deshacer con ellas. Hay quienes juegan con las palabras tratando no de reflejar la realidad, sino se amoldar esta a lo que les interesa, aunque eso que parece interesar pueda no ser lo deseable para el conjunto. Zalabardo me dice que comprende que Zapatero, como todos los políticos, se escude tras las palabras para tratar de convencernos de aquello que a él le interesa. Pero Zalabardo, que en política se ha vuelto un descreído, afirma que el común de los políticos, cuando hablan, priman el interés de sus partidos sobre el de los ciudadanos. Por eso, difícilmente un político dirá que lo ha hecho mal, aunque su gestión haya sido un desastre.
¿Recordáis cuando el actual problema mundial estaba en sus comienzos y todo el mundo hablaba de la crisis que nos envolvía? Todo el mundo menos Zapatero, para quien, si acaso, lo que había era una desaceleración del crecimiento. ¿Desaceleración? Frenazo tan en seco que, por fuerza de la inercia, nos ha hecho salir lanzados hasta quedar sentados de culo y maltrechos en mitad de la carretera.
Pero ha bastado que llame Obama, bueno y otros, para darle un tirón de orejas y nuestro presidente hablaba ayer, miércoles, en el Parlamento, de la crisis tan dura y compleja que estamos viviendo desde el verano de 2008. Por fin se ha dado cuenta y ha comprendido que lo que él creyó simple desaceleración era una crisis en toda regla. Y en su discurso del miércoles, que Zalabardo y yo hemos leído detenidamente, ha utilizado, si no me equivoco, seis veces la palabra. Vaya, hombre, dirá alguno, Zapatero le ha perdido por fin el miedo a la palabra crisis. Algo es algo.
Pero comento con Zalabardo que al presidente le siguen dejando en evidencia sus palabras, y parece como si quisiera disimular la realidad en que estamos y valerse de la tramoya, como en el teatro, para sugerir otra diferente. De todo su discurso, nos hemos quedado con dos perlas que nos han parecido merecedoras de reflexión, puesto que no son, ni más ni menos que un intento de justificar quiénes, en último extremo, van a ser los paganos de la crisis.
Dice la primera perla: Los empresarios que han visto frustradas o reducidas sus aspiraciones han pagado con creces su peaje a esta crisis. No es a ellos a los que quepa demandar solidaridad, sino a la inversa, ofrecérsela. Magnífico. En tiempos de bonanza, los empresarios son los que se forran. Pero cuando llegan las vacas flacas y los poderosos ven frustradas sus aspiraciones (de beneficios) ahí están el veinte por ciento de población activa en paro, o los funcionarios a los que se recortan sus ingresos, o los jubilados a quienes se les congela la pensión, o las futuras madres, o los afectados por la ley de Dependencia para asumir el peaje de la desaceleración devenida en crisis. Y, qué porras, aquí estamos para echar una mano, y lo que haga falta, a empresarios, banqueros y especuladores, que, los pobres, ganan menos de lo que pretendían
Y dice la segunda perla: Soy consciente de que los ciudadanos no entenderán que, ... cuando estamos empezando a salir de la crisis, precisamente ahora se les pida más esfuerzos. Naturalmente que no lo entenderemos; si, según sus palabras, hemos capeado la crisis sin apenas haber tomado medidas, ¿a qué tomarlas ahora que estamos saliendo de ella?
Y todo esto, lo digo al principio, por una llamada de Obama. ¡Con las ganas que Zapatero tenía, tal vez envidioso de la amistad Aznar-Bush (¡menuda pareja!), de echarse por amigo a un presidente americano! Y ahora que el amigo americano ha llamado, Zapatero se ha apresurado a tomar medidas. Solo que estas, frente a lo que no paraba de prometer, sí tendrán unos costes sociales. Esperemos que, al menos, sirvan para que no sigamos el camino de Grecia.

lunes, mayo 10, 2010


LIDERESAS

Hay días en que las palabras nos saltan a la cara como si quisieran llamar nuestra atención y nos pidieran que abogásemos por ellas en pro de conseguir siquiera una mínima concesión en el uso que de ellas hacemos. El otro día fue eso precisamente lo que me pasó. Durante la lectura de un periódico fueron no menos de cuatro las veces que me topé con el término líder. Pero me quedaré, para lo que me interesa, con solo dos ejemplos.
Ahí va el primero: Una docena de Damas de Blanco encabezadas por su líder, Laura Pollán.
Y aquí está el segundo: “He cortado todas las cabezas de los implicados”, presume la líder madrileña.
En los dos casos, vemos que el sustantivo designa a mujeres, lo cual no tiene nada de extraño porque ya sabemos que los sustantivos acabados en –ar (militar), en –er (mercader), en –ir (faquir) o en –ur (augur), así como otros muchos, son comunes en cuanto a su género, es decir se utilizan indistintamente para masculino y para femenino con la sola diferencia de anteponerles el artículo el o la.
Sin embargo, siendo esto tan claro que no admite discusión, le informo a Zalabardo de que quisiera que la cuestión no se quedara ahí. Algo así como aquello del Estoy de acuerdo y el No me convence de Agamenón y su porquero en el muy repetido texto de Antonio Machado. Quiero decir, en resumidas cuentas, que, pese a todo, no sé si habría que plantearse ir abriendo camino a una forma, no ya tan rara, como lideresa para designar a la mujer ‘a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora’. Pudiera parecer esto que digo un sinsentido, un ir contra la norma; pero no es así, pues me fundamento en lo siguiente:
1. El Diccionario Panhispánico de Dudas, cuando explica qué es un sustantivo común en cuanto al género, no deja de reconocer que en algunos casos se utilizan femeninos de esta palabras. Y cita juglaresa, choferesa y lideresa.
2. La Nueva Gramática académica dice que el sufijo –esa da lugar, aunque con distinta extensión geográfica a pares como (y cita entre otros muchos) chófer/choferesa, diablo/diablesa, jeque/jequesa o líder/lideresa.
3. La propia Gramática reconoce más adelante que el género en los nombres que designan profesiones o actividades desempeñadas por mujeres está sujeto a cierta variación y que la lengua ha acogido en ciertos medios voces como bedela, coronela, edila, jueza o plomera, no para designar a la esposa de quien ejerce tales cargos, sino a la mujer que pasa a ejercerlos. ¿Por qué no hacer lo mismo, pues, con lideresa?
4. Me pongo a buscar en el DRAE, avance de la 23ª edición, determinados sustantivos afectados por este caso y encuentro que, mientras el Panhispánico y la Gramática tratan las voces sumiller, ujier y linier como comunes en cuanto al género, el Diccionario dice que son formas masculinas, lo que nos permitiría interpretar como posibles los femeninos sumillera, ujiera o liniera.
¿Se puede interpretar, según lo anterior, como signo de veleidad o poca firmeza de criterio lo que se dice en las obras académicas? Por supuesto que no. Lo que ello viene a demostrar, a mi humilde juicio, es algo que se ha dicho aquí repetidas veces: que la lengua es un organismo vivo que evoluciona y cambia y que los cambios sociales producidos en los últimos años, sobre todo aquellos que afectan al papel desempeñado por la mujer, habrán de tener su reflejo en el lenguaje.
Cuidado, que no hablo de esa pretendida reparación sexista que busca la feísima e incorrecta duplicidad genérica en el habla y en la escritura (los profesores y las profesoras, los andaluces y las andaluzas, etc.). Hablo de que hubo un tiempo en que ser juez, chófer, ujier, médico, etc. se consideraba algo privativo de hombres; una vez que las mujeres acceden a estas profesiones, creo que debería hablarse también de juezas, choferesas, ujieras o médicas. Y, naturalmente, de lideresas.

martes, mayo 04, 2010

EL CAMINO MÁS NATURAL

Vivimos en un mundo, me comenta Zalabardo, en el que parece que, por encima de todo, atrae ese lema circense del más difícil todavía. No tengo otro remedio que darle la razón, pues sin tener que buscar demasiado, sin separarnos en exceso de nuestro entorno, podemos presenciar a cada instante cómo no se valora tanto el resultado de una acción, sino la dificultad añadida que se le ha buscado para que las bocas de los espectadores se abran en un oh de admiración.
La sencillez, la naturalidad, la espontaneidad se ven suplantadas a cada vuelta de esquina por lo complicado, lo difícil, lo barroco y lo abigarrado. No debiera ser así, pero muchas veces lo es y, además, con gran éxito de crítica y público.
Sin embargo, continúa con su argumentación Zalabardo, hay actividades en las que el razonamiento anterior parece quedar desmentido. Así sucede, por ejemplo, con una de tanto riesgo como el montañismo. Los montañeros, al menos la mayoría de ellos, buscan siempre, como el río busca su camino hacia el mar, la más segura senda para alcanzar la cima. Es este un ejercicio que entraña tal dificultad ya de inicio que no necesita escudarse en el doble salto mortal para concitar el aplauso y el respeto públicos.
Podría parecer que esto de lo que me habla Zalabardo no sea extrapolable al uso y manejo del idioma, pero, no sé bien por qué, a mí me ha venido a la mente una anécdota que me contaba el otro día Joaquín Martínez. Me decía: ¿Sabes que hace unos días, en la clase, dije dador y los alumnos me preguntaron extrañados si esa palabra existía? Tal fue su reacción, que hasta yo, por momentos, dudé de que existiera.
Esta reacción de los alumnos, que coincide con la de otra mucha gente, es la propia de quienes, aparte de la duda sobre que una palabra exista, no se plantean nunca que pudiera existir. Por supuesto que dador existe. Pero, además, resulta que –dor es uno de los sufijos más comunes para formar nombres sustantivos de persona, instrumento y lugar a partir de verbos: educador, adaptador, exhibidor, pintor, etc. Pienso ahora en una palabra tan extraña y de tan poco uso, hasta el punto de que normalmente solo la vemos en los crucigramas, como pueda ser adir, ‘aceptar una herencia tácita o expresamente’. ¿Con qué nombre designaríamos a la persona que acepta dicha herencia? Simplemente, con adidor. Tal vocablo no aparece en el diccionario, pero ¿quién nos niega que pueda existir y que la podamos usar?
Dador se deriva de dar. Lo que pasa es que, comúnmente empleamos más donante, que se deriva también de dar, aunque a través de don (en latín donum < dare); es decir, que llega hasta nosotros por un camino más complicado, por una ruta más enrevesada. Dador, que según el diccionario significa ‘que da’ y ‘portador de una carta de una persona a otra’, es la palabra más común con que se designa a la persona cuya sangre se puede transfundir a otra. De esta forma, el individuo que posee el grupo sanguíneo 0 es considerado como dador universal. Sin embargo, a quienes de forma altruista no dudan en dar su sangre para los demás, los llamamos donantes y no dadores. O sea, lo que digo de elegir el camino menos natural.
Y como aviso para quienes buscan el camino menos natural en eso del lenguaje, le recuerdo a Zalabardo que, en una carta enviada a Carmen Laforet con motivo de la publicación de Nada, Juan Ramón Jiménez escribía: Ahora yo, que estoy repasando toda mi obra escrita para una edición definitiva (y no mirarla más), me deleito en quitar todas las palabras menos naturales, “estío” por verano; “cual”, por como; “gualdo”, por amarillo; “mas”, por pero; “albo”, por blanco; “estramuros”, por trasmuros; “calosfrío”, por escalofrío, etc. Gracias a mi destino, “empero” no lo he usado nunca.
En el lenguaje, eso es lo natural, lo espontáneo y lo sencillo.