Hoy, 23 de abril, Día del Libro, Zalabardo y yo hemos echado un rato de charla recordando nuestras primeras lecturas. Le digo que en mi casa, aparte de los libros de texto, había unos cuantos libros, algunos de mis padres y otros de mis hermanos, que yo me entretenía en hojear desde muy temprana edad. No eran muchos ni demasiado adecuados para iniciarse en la lectura, pero eran los que había. Recuerdo que a mí me atraía de una manera especial uno titulado Historia de la regencia de Mª Cristina Habsbourg-Lorena, volumen II, escrito por don Juan Ortega Rubio y publicado en 1905. No sé dónde estaría el primer volumen y, por supuesto, no llegué nunca a leerlo, aunque pasaba una y otra vez sus hojas para detenerme en las coloridas láminas que incluía.
Recuerdo también dos libros de mi hermano Pepe -él escribía en todos los suyos Soy de Álvarez Martín-: una biografía del presidente uruguayo Fructuoso Rivera y una edición aargentina de Martín Fierro, de José Hernández. De este último si recuerdo haberlo leído casi completo. Zalabardo, que para estas cosas tiene mejor memoria que yo, me recita su comienzo: Aquí me pongo a cantar / al compás de mi vigüela / que al hombre que lo desvela / una pena estrordinaria / como la ave solitaria, / con el cantar se consuela. De mi madre, a quien se los había regalado otro de mis hermanos, eran Fabiola, del cardenal Wiseman, edición de 1949, y Quo vadis?, de Henryk Sienkiewicz, aunque en aquel volumen ponía Enrique, edición de 1946. Los primeros libros míos, que yo recuerdo haber comprado, eran unos volúmenes minúsculos de la llamada Enciclopedia Pulga, de Ediciones G. P. Eran muy populares en los años 50 y yo los adquiría en la papelería de Antonio Ferrón durante mis últimos años de primaria. No estaban ausentes de las lecturas de estos años los libros de Julio Verne o de Emilio Salgari. Me recuerda Zalabardo que en estos años leímos, en el colegio, una edición escolar del Quijote. Leíamos todos los días, formando corro en torno a don Eduardo. Y también leía muchos tebeos, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Mendoza colt...
Ya en el instituto, el abanico de lecturas se abrió, aunque leía sin ningún método ni criterio premeditado. Por lo general, cuando compraba, bien en el establecimiento de Antonio Ferrón o en la librería de Granell, me dejaba arrastrar por el atractivo de las portadas o los títulos. Eran volúmenes de las colecciones Plaza, Gran Plaza o Reno, todas de G. P. Por entonces conocí la colección Austral y, algo más tarde, la Contemporánea de Losada. ¿Autores? De la mayoría no tenía la menor idea de quiénes pudieran ser: Knut Hamsun o Henri Troyat, por ejemplo; alguno, sin embargo, me entusiasmó, caso de William Saroyan. Igualmente calaron en mí los textos de Rabindranath Tagore. De los españoles, pronto conocí a Valle-Inclán, por quien aún siento gran admiración, más por su teatro que por su prosa, y Pío Baroja. De la biblioteca del instituto, relativamente amplia, no había mucho entre lo que escoger, pues aún era preciso consultar antes de un préstamo el Índice de libros prohibidos y pocos títulos se libraban de la coletilla "Su lectura no es aconsejable para los jóvenes". Ni que decir tiene que aquello acentuaba mi curiosidad por leerlos, lo que hacía en cuanto que podía.
Ahora, creo que es cosa de la edad, releo más que leo y vuelvo a aquellos títulos que una vez me impactaron o que tengo en parte olvidados. Hace poco que he terminado la relectura de A sangre fría, de Truman Capote y estoy metiéndome de nuevo por los vericuetos de Cien años de soledad. En esta época de tanto movimiento en torno del fomento de la lectura, cuando me preguntan no sé qué responder. Bien está eso de las lecturas dirigidas, pero lo importante es que cada uno se sumerja por sí mismo en los libros. Unos gustarán, otros no (método de ensayo y error), pero en el momento en que una persona encuentre el libro que lo enganche ya no podrá abandonar la lectura en toda su vida.
1 comentario:
L'article d'aujourd'hui, 23 avril, on m'a semblé une contribution émotive et simple pour commémorer le Jour du Livre. Merci beaucoup pour m'être fait heureux pendant quelques moments.
Amelie
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