lunes, abril 02, 2007

LAS MAGDALENAS

No sé si a todo el mundo le pasará lo que a mí, que, llegadas unas determinadas fechas, es casi imposible no asociarlas a una concreta experiencia de la niñez. Le pregunto a Zalabardo si a él le sucede tal cosa y me responde afirmativamente. Supongo que será cosa de la edad, pues solo a partir de cumplidos unos años precisos los humanos tendemos a mirar más hacia atrás que hacia adelante.
Cuando llega la Semana Santa, más que el olor a la cera y el incienso, más incluso que la bajada del Cristo de la Misericordia, el de los estudiantes, en la madrugada del miércoles santo desde la Colegiata hacia el centro de Osuna, que, según ya sabéis, es mi pueblo, lo que recuerdo son las magdalenas que mi madre y mi hermana hacían. Lo habitual era no hacerlas en casa, sino en una panadería para cocerlas en el calor del horno una vez que de este se hubiesen sacado ya las últimas piezas de la hornada del día. En mi casa, la costumbre era acudir a la panadería de Lavado, la misma que el otro día yo mencionaba, sin dar su nombre, al hablar de los molletes. Allí se elaboraba la masa y el aroma de los huevos, la harina, el azúcar, la mantequilla y las raspaduras de la corteza del limón, que son los ingredientes, se mezclaba con el de los últimos panes cocidos. El pueblo entero se envolvía en la fragancia de las magdalenas, pues eran muchas las familias que las elaboraban por aquellas fechas.
Aunque algunos lo quieran hacer creer, el nombre no le viene de la Magdalena evangélica, sino de otra diferente. En efecto, el origen de este 'bollo pequeño, hecho y presentado en un molde de papel rizado, con los mismos ingredientes que el bizcocho', según leemos en el diccionario de la RAE, es debido a Madeleine Paumier, una cocinera francesa del siglo XVIII que sirvió en la corte del rey polaco Estanislao I cuando este fue derrocado y se exilió a Francia. Por tal motivo utilizamos también, junto al nombre más común, el de madalena, más cercano al de la cocinera francesa.
Hay otro aroma asociado con el de las magdalenas, el de los ochíos, pero estos ya eran propios de otro lugar, Herrera, pueblo de procedencia de la mayor parte de mi familia. Los ochíos de Herrera son diferentes a los de Úbeda, que son más bien bollos. Los ochíos de mis tías eran una tira del grosor de un dedo, aproximadamente, y doblada en forma de U. La masa se parecía a la de las magdalenas, aunque se le añadía anís y matalaúva.
Zalabardo dice que, puestos a escoger, prefiere las magdalenas para el desayuno y los ochíos para acompañar el té de la tarde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se ve que Zalabardo lleva bien el colesterol, los triglicéridos y el azúcar por lo menos. Magnífico, que dure.