jueves, agosto 30, 2007


DETALLES PEQUEÑOS
Ayer, Zalabardo y yo acompañamos a mi cuñado a Manilva. Es un viaje que ya realizamos el año anterior por estas mismas fechas y de él dejé constancia. Volvíamos a visitar a un amigo suyo, Manuel Quirós, hombre agradecido, no hace falta ahora hablar del porqué. Lo que importa es el hecho en sí, no la razón; el detalle, aunque pequeño, pero que tiene su gran importancia. Echamos la mañana en la huerta cogiendo tomates, berenjenas, pimientos. Luego pasamos un rato bajo una higuera, hablando de lo que encartaba mientras cogíamos higos en sazón. Más tarde, en su casa, nos obsequió con una rica sopa de tomate, "como se hace en Manilva".
En los pueblos no muy grandes, creo haberlo comentado en anterior ocasión, se da uno todavía cuenta del valor que poseen algunos detalles pequeños, como el saludo, que en las ciudades vamos perdiendo. Si te cruzas en el campo con alguien, lo saludas y, si es preciso, te paras y conversas aunque sea de temas insustanciales, porque la prisa parece no existir. Si entras en un bar, lo primero es el saludo a todos los presentes; y nunca faltará a quien invitar a una cerveza o quien te invite a ella. Esas cosas, en la ciudad, ya las tenemos olvidadas. Vamos acelerados, no miramos a nadie, no conocemos a nadie, no hablamos con nadie. Zalabardo dice que parecemos el Conejo Blanco de Alicia en el país de las maravillas, siempre mirando el reloj y gritando: "¡Dios mío!, ¡Dios mío! Voy a llegar tarde".
En el habla, también nos topamos muchas veces con detalles insustanciales, mínimos, en los que no reparamos. Detalles que podemos explicar en qué consisten, pero no por qué suceden. Y como los hablantes los empleamos con naturalidad, nadie se preocupa en corregirlos y acaban por adquirir carta de naturaleza y permanecer dentro del sistema. Ayer tarde, leyendo la versión digital de un diario, me encontré con este párrafo: ...decidieron sentarse al lado de su avión, aparcado en una de las plataformas del aeródromo barcelonés, hasta que no se les diese una solución. ¿Habéis reparado en que lo que estos manifestantes solicitaban era que se les diese una solución, no que se les negase, como la frase parece dar a entender? El texto, vaya por delante, no está errado, ni mucho menos; lo que pasa es que sigue una corriente usual en nuestra lengua. Lo explicaré.
La preposición hasta seguida de que suele introducir una subordinada temporal: Permaneceré aquí hasta que me echen. Pues bien, cuando la oración principal es negativa, en la subordinada aparece un no que las gramáticas suelen llamar expletivo, es decir, innecesario, que solo actúa como refuerzo de la negación de la oración principal: No me iré de aquí hasta que (no) me echen; No quiso confesar hasta que (no) llegó el juez. Como veréis, esas oraciones siguen funcionando igual aunque les quitemos el no. El uso es tan generalizado que casi nadie repara ya en ello. ¿Verdad que son detalles mínimos, pero que tienen su aquel?

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