El pasado sábado fue un día de deporte pasivo, es decir, de ese que se contempla en la pantalla del televisor. El calor del día no invitaba a campear y la playa no es algo que me atraiga en demasía. Como suele decirme Zalabardo, los dos somos de secano. Total, que nos tragamos tres partidos de fútbol en sesión de mañana, tarde y noche. Al fin y al cabo, el verano no da para mucho más y sentado y con el aire acondicionado puesto se está la mar de bien.
Pero no es el fútbol el tema de esta anotación, aunque se relacione con él, pese a que el título y el comienzo así puedan sugerirlo. Voy por un camino muy diferente, el de determinados patrocinadores y el de las consecuencias que ello pudiera acarrear. Pero empecemos por decir que hay verdades que son incontrovertibles, que nadie discutiría; verdades que no habría ni que enunciar, verdades, en fin, como dice Cela en La colmena, que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de orinar.
Una de estas verdades es que el fútbol es un fenómeno de masas, si no el fenómeno de masas por antonomasia. Esto quiere decir que concentra sobre sí los ojos de la gente como quizá ningún otro deporte. Como también quiere decir que aquellos practicantes que sobresalen por encima de los demás automáticamente se transforman en modelos que todos, quien más quien menos, queremos imitar. ¿Y quiénes más que los niños se mirarán en el espejo de estos astros? Un niño, y un joven, y casi sin duda muchos adultos, no sabrán decirnos el nombre de un solo ministro del Gobierno de España, pero no dudarán al recitar la alineación del equipo de sus amores, la situación de la tabla clasificatoria o la lista de los goleadores.
Los niños, esos son los que ahora más nos interesan y más nos preocupan, llevarán la camiseta de su ídolo, imitarán sus gestos y tratarán de emular sus virguerías con el balón en los pies; y si anuncian un producto, desearán tenerlo porque, esto funciona así, es el que el ídolo consume. Nos parecerá bien o mal, pero este es el proceso de funcionamiento de la publicidad.
Y a todo esto, ¿qué tiene que ver nuestro empacho de fútbol del sábado? Ahí va: pues que de los seis equipos que se enfrentaban, tres, y de ellos los dos del partido a priori más atractivo, el Sevilla-Real Madrid, por eso de ser el primer asalto de la Supercopa de España, lucían en sus camisetas el logotipo de tres empresas de apuestas y juegos en los que se participa a través de internet. Me dice Zalabardo que no diga sus nombres, pues son bien conocidos de todos, y, si no lo fueran, mejor que mejor.
¿Pensaron esos equipos al firmar los contratos de patrocinio el potencial peligro para todos sus seguidores y para los niños en particular? ¿Se pararon siquiera un momento a reflexionar sobre el número de ludópatas que hay en nuestro país? ¿Son conscientes de que lo que sobre el pecho de sus futbolistas figura es una incitación a entrar en esas páginas y participar? Nadie me negará que el argumento de cualquier chaval que caiga en la tentación será que si Iker Casillas, Raúl o Kanouté se lo dicen, no puede ser malo.
A propósito, me apunta Zalabardo que en su primer partido con el Sevilla, o en el primero con esa publicidad, no lo sabe bien, Kanouté tapó con esparadrapo ese logotipo aduciendo que su religión no le permitía promocionar de tal forma los juegos de azar. No sé cómo lo convencerían después, porque más tarde ha lucido la camiseta como el resto de sus compañeros. Y me dice también que el FC Barcelona, por escrúpulos semejantes, rechazó al patrocinador que ahora tiene el Real Madrid, como igualmente rechazó el patrocinio de un determinado producto farmacéutico, antes de inscribir en sus camisetas el nombre de Unicef.
La ludopatía es una enfermedad psicológica de quienes sienten una desmedida e incontrolable afición por los juegos de azar que alcanza dimensiones graves en todo el mundo. Las más de treinta asociaciones que en España intentan ayudar a las personas que padecen ludopatía son muestra clara de las dimensiones del problema en nuestro país. Promocionar esta adicción, como otras, no es propio de quienes tienen tanto ascendiente entre unas personas, los niños y los jóvenes, tan indefensos a la hora de dejarse arrastrar por cualquier influencia. Aceptar tal patrocinio es caer en fuera de juego.
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