Raro es el verano que, llegados a estas fechas, no tenemos que estar lamentándonos de voraces, violentos y costosos (económica, paisajística y ecológicamente) incendios. Este año le ha tocado la china a las Canarias. Gran Canaria y Tenerife han sido las islas castigadas con el azote del fuego. En estos momentos todavía no se ha hecho una firme valoración de la superficie destruida, aunque ayer se hablaba de que solo en la semana que han durado los incendios en las dos islas se ha quemado una superficie semejante a la afectada por incendios en todo el territorio nacional en lo que va de año. Es algo que se dice con facilidad, pero que resulta duro cuando se piensa en ello.
¿Por qué cuando padecemos una catástrofe de este tipo las reacciones de las autoridades (las locales y las nacionales) nos parecen idénticas e igual de inútiles? Que si no hay medios suficientes para combatir los fuegos, que si es preciso endurecer la ley contra los pirómanos, que si no hay que endurecer tales leyes sino aplicar las que hay. Y en tales polémicas se enzarzan unos y otros hasta que el personal se adormece de aburrimiento y todo se olvida hasta que estalla la siguiente catástrofe. En tales situaciones, casi siempre hay una voz, por lo general con pocos amplificadores a su disposición y casi nada atendida por quienes mandan, que pronuncia la que tendría que ser no palabra mágica sino palabra lógica: prevención.
En la prensa de ayer leía también una carta al director en la que el remitente decía haber oído en la radio cómo un hombre de campo afirmaba que los incendios del monte se apagan en invierno. Claro, el invierno es la época en que se debe limpiar el monte (talas controladas, poda razonable, eliminación de maleza y monte bajo sobrante, limpieza y apertura de cortafuegos...) La prevención, claro está, cuesta dinero, aunque mucho menos que las pérdidas provocadas por los incendios. Me apunta Zalabardo que diga si ya no existe eso que se llamaba, creo, trabajo comunitario. Las autoridades locales y autonómicas contrataban personal en paro para realizar tareas de interés comunitario. La limpieza de montes pudiera ser una de estas tareas.
En Soria (tranquilos, no hablaré del viaje), en Molinos de Duero, vimos una gran maderera. Hablando del tema nos decían: "¿Sabe usted de muchos incendios forestales en Soria?" La razón, nos explicaban, es que al ser el monte propiedad comunal, los propios habitantes de los pueblos, la vida de muchos depende del monte, cuidan de realizar las faenas precisas para que el verano discurra sin sobresaltos.
Aunque Zalabardo me dice que ya voy a estropear esta nota, quiero terminar comentando algunas cuestiones lingüísticas recogidas durante las informaciones de los incendios. Un corresponsal televisivo, para dar idea de la magnitud de los incendios, decía, y lo dijo más de una vez, que el fuego afectaba ya a un perímetro de no sé cuántas hectáreas. Seguro que ya no se acordaba de cuando en el colegio, de pequeños, enseñaban, eso de las medidas y sus unidades. Al menos a mí me lo enseñaron. Digo esto porque en hectáreas (que son 10.000 m²) se cuantifican las superficies, es decir áreas que tienen una longitud y una amplitud. En cambio, el perímetro no es más que la longitud del contorno de una figura. El perímetro es, simplemente, el contorno de una superficie. Con un ejemplo: la zona amurallada de Ávila tiene un perímetro de 2526 metros; eso es lo que miden, linealmente, las murallas. Su superficie, en cambio, se mediría en metros cuadrados y, la verdad, ahora no sé cuál sea la extensión del ejemplo que empleamos.
Otro desliz, pues quiero tomarlos, el anterior y este, como tales. No se puede decir que el fuego ha arrasado con... El verbo arrasar es transitivo y, desgraciadamente, el fuego arrasa montes, ciudades (sin preposición) y lo que pille por delante. Tal vez lo que ese corresponsal quiso decir es que el fuego había arramblado con, ya que este segundo verbo, arramblar, admite tanto la construcción transitiva como la intransitiva.
1 comentario:
Las cunetas de nuestros caminos y carreteras están llenas de brosa seca. Las autoridades locales se olvidad de esto. No es suficiente con poner "Nunca arroje collilas" en los paneles luminosos que atraviesan las autovías. Parece que hay una mala intención de abandonar los montes, de no podar ni limpiar la maleza seca de un sitio o de otro, para que así se termine produciendo algún incendio devastador y dejar que prosiga la desertificación. ¡Qué poco hacen las autoridades que tienen esta responsabilidad en sus manos! Faltan más colectivos verdes en nuestro país, que luchen con fuerza contra estos hechos tan lamentables.
Adrés, el viejo de la colina
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