lunes, agosto 06, 2007


EL DUERO DE LOS POETAS (Buscando a Machado en Soria, 4)

...por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria... (A. Machado: Campos de Soria, VII)

Pero Soria no es solamente Antonio Machado y el Duero tiene reminiscencias de otros poetas. El Duero, a su paso por la ciudad, es un río que ha ido siendo moldeado por la mano del hombre. Olmos, mimbres y álamos bordean las remansadas aguas del río cuyas riberas son recorridas por dos agradables paseos. En medio, una isla, la actualmente llamada Alameda de Soto, sirve de solaz a los sorianos que en los días calurosos de verano buscan allí el frescor de la vegetación y de las aguas.
Gerardo Diego, que también fue catedrático en esta ciudad, es el autor del bello romance que cantaba una soledad del río Duero que hoy me ha parecido ver desmentida por la realidad de tantos y tantos paseantes como hay por estas riberas (Río Duero, río Duero, / nadie a acompañarte baja, / nadie se detiene a oír / tu eterna estrofa de agua.) Hoy, ya digo, no tengo la impresión de que la ciudad vuelva la espalda al río como se denuncia en el poema.
A la belleza de estos paseos se suman tres hitos de indiscutible interés: San Juan de Duero, San Polo y San Saturio. Construcciones templarias las dos primeras, tienen toda la magia y misterio que envuelven a los que fueron centros de aquellos monjes soldados. A San Saturio se accede a través de una cueva, cuya entrada está casi a ras del agua y en la que vivió el santo patrón de la ciudad, y desde ella se va ascendiendo hasta el templo que encima se erigió en época barroca.
A propósito, así como de la cueva Grande, la que se abre frente a la ermita de San Bartolomé, también templo templario, en el cañón del río Lobos, se dice que está cargada de fuerza positiva para quienes son energéticamente sensibles, de esta cueva de San Saturio se dice que su energía es negativa; aunque me aconsejarron que cuando la visitase no mencionase nada de este "yuyu" que la acompaña.
Me avisa Zalabardo que no me vaya por las ramas, que deje las cuevas a un lado y no cuente nada que no venga a cuento con este paseo por el Duero. Pues bien, a lo que iba: San Juan de Duero es un impresionante templo románico levantado en el siglo XI que posee un no menos bello claustro mudéjar. Desde este lugar se puede contemplar, dominándolo todo, la silueta del monte de las Ánimas. Y es que en este monte y en este monasterio situó Gustavo Adolfo Bécquer aquella leyenda suya que lleva tal nombre. En la ciudad aún se cuenta cómo la lucha que mantuvieron los monjes guerreros, dueños de las tierras, contra los caballeros de la ciudad, que les disputaban la caza del monte, terminó en una matanza en la que los monjes sufrieron la peor parte. En la tenebrosa historia que escribió Bécquer en torno al joven y apuesto Alonso y a su no menos bella, aunque caprichosa, prima Beatriz, los espíritus de los monjes muertos retornan a la vida y corretean por el monte cada noche de difuntos.
Es difícil, para quien no haya estado allí, imaginarse ese paseo por el Duero rememorando los textos de estos poetas a la par que se contempla el paisaje que los hizo nacer. Zalabardo y yo anduvimos por aquellos parajes, recorriendo una orilla a la ida y retornando por la orilla opuesta, mientras percibíamos el murmullo de las aguas y el tenue entrechocar de las hojas de los árboles mecidas por la suave brisa. Un auténtico placer.

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