Después de haber publicado la nota de ayer, Zalabardo y yo nos quedamos, pese a lo apuntado acerca de nuestra propensión a los silencios, hablando sobre su contenido. Dos cuestiones nos preocupaban. Una, que alguien pudiera interpretar las opiniones allí vertidas, o en artículos de similar orientación, como manifestación de petulancia. Nada más lejos de nuestra intención; Zalabardo es de natural humilde y nunca actuaría de forma semejante; y yo a lo mejor no lo soy tanto como él, pero me produce inquietud la posibilidad de molestar a alguien al manifestar un juicio. La otra es de naturaleza diferente. Es más una sensación, no sé si equivocada, de que hoy, en general, se muestra un mayor descuido por la formación lingüística. Los políticos, los periodistas, los escritores, los profesores, "parece" que hablamos, y escribimos, peor que los de épocas pasadas. Prueba de ello, coincidía con Zalabardo, es que se da una, al menos aparente, pobreza léxica, entre otros aspectos.
No es cuestión ya de que nos miremos en el espejo de la precisión y variedad de un, por ejemplo, Azorín, pero tampoco estaría mal hacerlo de vez en cuando. Tanto el escritor alicantino como sus compañeros de generación pusieron verdadero cuidado en recuperar y conservar una ingente cantidad de palabras que parecían condenadas a perderse. y, al mismo tiempo, de llamar a cada cosa por su nombre. Podríamos hacer la prueba de leer Castilla o cualquier otro libro semejante para contar las veces que hemos debido acudir al diccionario.
Recurriré a un tipo de ejemplo que Lázaro Carreter solía incluir en sus libros de textos. ¿Sabemos que atender algo hasta en sus mínimos detalles, con toda escrupulosidad es ser minucioso? ¿Que atender en la realización de algo para que salga todo perfecto es ser perfeccionista? ¿Que atender a las propias obligaciones para cumplirlas es ser cumplidor? ¿Que atender esas mismas obligaciones para cumplirlas con presteza es ser diligente? Y si lo sabemos, ¿utilizamos esos adjetivos en lugar de la perífrasis con atender? A eso es a lo que llamamos pobreza; a no salir del camino trillado, a no pensar que aquello que todo el mundo dice de una manera se puede decir también de otra.
Otro tipo de ejemplos. Es posible que muchos no sepamos jugar al ajedrez sino medianamente; pero quién más quién menos podrá presumir de ser un aceptable jugador de damas; ¿sabemos que el nombre de las casillas del tablero en que se juega es escaque? De ahí, no se olvide el carácter bélico que subyace en este juego, surge el término militar escaquear, distribuirse irregularmente en un territorio; y de ahí, el coloquial escaquearse, 'eludir una tarea u obligación'. Más; me dice Zalabardo que Málaga puede considerarse una ciudad suficientemente arbolada, pese a lo cual podría hacerse la prueba de ver cuántos malagueños, de cualquier índole y situación, sabemos que el hoyo que se hace al pie de los árboles y plantas para recoger el agua del riego se llama alcorque.
Siquiera sea por la lata que nos dan y los desperfectos que nos causan en los coches en alguna que otra maniobra descuidada, casi todos sabemos que los postes de hierro, o de otras materias, clavados en el suelo para impedir el paso o aparcamiento de automóviles son bolardos. Pero, aun siendo Málaga ciudad costera y con puerto marítimo que aspira a ser importante, a lo mejor ya no tenemos tan claro que ese tipo especial de bolardo que tiene la extremidad superior encorvada y que se coloca en las aristas exteriores de un muelle para sujetar a él los buques y evitar que las amarras estorben el paso es un noray.
Me recomienda Zalabardo que no acabe sin pedir disculpas si alguien se siente dolido por esta nota. Que deje bien claro que no tratamos de sacar los colores a nadie, sino tan solo de llamar la atención sobre una situación real y ayudar a crear la conciencia de la necesidad que todos tenemos de ser lo más variados y precisos que podamos. Y que sobre los que estamos relacionados con la enseñanza recae una doble responsabilidad, la que nos concierne a cada uno y la de inculcar ese mismo espíritu en nuestros alumnos.
1 comentario:
El apunte de hoy explica que muchas personas de distintas profesiones y formaciones estemos siguiendo este blog (supongo), una vez encontrado en internet y conocido, pues nos muestra ese contacto con la lengua, el bien escribir, la abundancia de léxico e, incluso, el ejercicio de aprender a opinar equilibradamente.
Además de esto, a mi me gusta participar en los comentarios pero encuentro que participan pocas personas y que a veces se produce algún que otro rifirafe. Yo he escrito un par de veces como El vigilante nocturno ya que no me conocen en el entorno en que usted trabaja. Podía haber puesto mi nombre (Quique Gutiérrez) pero, ¿de qué hubiera servido? Realmente soy vigilante y me gusta la informática, la música y la lectura, así que por azar me tropecé un día con su agenda y la sigo regularmente, porque me recuerda mis años de estudiante de COU.
El que hoy escriba es porque su apunte me ha sugerido, al hablar de Azorín, que hay muchas personas que llegan a escribir con seudónimo, con plica o simplemente anónimo por diversos motivos. A mí se me ocurre que uno de ellos es el de sentirse libre en el momento de expresarse, sabiendo que nadie podrá recriminarle por lo que ha escrito y opinado o por la forma en que lo ha hecho, entre otras cosas. Quiero decir, que igual que Zalabardo es humilde, también otros podemos serlo y, al igual que usted, tampoco nos gusta molestar a nadie con nuestras opiniones y el modo de decirlas. En cualquier caso (esto se alarga, perdón), el anonimato, el seudónimo, las siglas o la plica tienen un lado positivo: muestran al desnudo a quien escribe, su nobleza, sus ambiciones, sus groserías, su mala educación, etc. Espero que haya entendido la idea que se me ha ocurrido en relación con su respuesta al apunte de Los Otros, para justificar y comprender algunas actitudes que usted comentaba.
Bueno que, como también me gusta escribir, termino enrollándome demasiado, así que adiós.
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