miércoles, agosto 29, 2007


PACO UMBRAL
Hay muertes que se piensan y aceptan como naturales, que se producen porque se tienen que producir, porque vida y muerte se suceden como se suceden los días y las noches, sin que por ello sintamos una conmoción ni pequeña ni grande. Cuando murió Pío Baroja en 1956 yo contaba con solo 12 años de edad y no recuerdo siquiera si por entonces había leído ya o no Zalacaín el aventurero. A su muerte, en 1958, de Juan Ramón se habló más que nada porque dos años antes se le había concedido el Premio Nobel, pues no era un autor afecto al régimen franquista dominante. Azorín murió cuando yo terminaba mi ciclo universitario, en 1967. Aun así, todos ellos eran personas mayores, separadas en edad de este sujeto que contemplaba esas muertes como se contempla la de un abuelo y no propio, sino, si acaso, de un compañero.
Ahora, a los 72 años, ha muerto Francisco Umbral. Y esa muerte, para quien frisa en los 63, ya no resulta tan lejana, ya no se ve como algo ajeno; por el contrario, se siente próxima, cercana, no tanto por el difunto cuanto porque uno experimenta que, poco a poco, se va acercando también a ese negro abismo hacia el que no queremos mirar.
No voy a decir ahora que Paco Umbral sea un novelista que tenga un sitio entre mis predilectos. Mentiría. A mí me ha atraído siempre más el Paco Umbral periodista, puesto que su figura ha seguido durante muchos años la estela de esos escritores españoles, de Larra hasta aquí, que vivían entre las columnas de los periódicos y las tertulias de los cafés. Umbral ha sido un fiel heredero, no sé si el último que quedaba, de la estirpe de escritores del 98. Por personalidad y por actitudes. El Norte de Castilla, Interviú, El País, Diario 16 y El Mundo han sido las publicaciones que se enriquecieron con su pluma. ¿Quién no recuerda sus atractivas series de columnas, como Diario de un snob y Spleen de Madrid, o la última, Los placeres y los días? Ayer, tan solo enterarme de su muerte, busqué su último artículo, Eugenio d'Ors, aparecido en El Mundo en 28 de julio pasado y lo leí como homenaje a su autor.
Si me preguntaran por mis articulistas preferidos de los últimos tiempos, personas que hayan dejado su impronta en el ámbito de la columna periodística, no tendría ninguna duda en citar a tres sin que el orden en que los menciono signifique preferencia: Eduardo Haro Tecglen, Manuel Alcántara y Francisco Umbral. Me dice Zalabardo que no sea tan tajante en la afirmación, porque en España hay muy buena escuela de columnistas. No diré que no, pero los míos son esos, aunque dos de ellos ya sean difuntos.
Pero Umbral ha sido también de esa raza de escritores que han dejado huella por la creación, al par de una obra, de un personaje tan interesante o más que aquella. A las largas guedejas y barba de Valle-Inclán, al paraguas rojo de Azorín, habrá que unir ya para siempre la cabellera plateada y la imprescindible bufanda de Umbral. Ese Paco cuya figura se hizo popular en toda España gracias a un programa de Televisión Española, cuando era la única televisión posible, presentado por Mercedes Milá. En él, nuestro escritor organizó un auténtico bochinche porque a él se le había invitado a hablar de un reciente libro suyo y allí, en su opinión, se hablaba de miles de cosas sin interés para nadie y se metía publicidad por un tubo, y de su libro no hablaba nadie. Esperemos que ahora esté ya hablando con San Pedro, mientras ambos van a comprar el pan, de todos sus libros y de cualquier tema que se les apetezca, por irreverente que sea, que el portero del cielo tiene pinta de viejo verde y picantón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No puedo considerarme un lector habitual de Umbral. A partir de su fallecimiento es cuando más me he interesado por él y por sus escritos. Ahora que empiezo a profundizar algo en su vida y en su obra, veo que ha sido un intelectual de talla al que no se le ha reconocido suficientemente. Siento tener que decir más vale tarde que nunca.
El viejo de la colina