viernes, marzo 26, 2010

XERENSIS
Nadie ignora que, desde hace un tiempo por desgracia ya dilatado, los profesores sufrimos un gran descrédito social. Parece como si se nos quisiera culpar de los males que padece el conjunto de la sociedad. Se nos acusa de trabajar poco, de no motivar suficientemente a los alumnos, de tener muchas vacaciones y de estar continuamente pidiendo aumento de sueldo. Creo que valdría la pena hacer un estudio comparativo con otras actividades y profesiones para dejar a cada uno en su lugar. En la creación de esta negativa imagen que arrastramos, la Administración tiene bastante culpa.
Pese a todo ello, el factor vocacional sigue estando entre los primeros cuando alguien elige dedicarse profesionalmente a la enseñanza. Hay tareas mejor remuneradas; hay profesiones mejor consideradas socialmente. Aun así, sigue habiendo quien quiere, por encima de todo, ser profesor. ¿Qué no todo es de color de rosa y hay profesores mejores y profesores no tan buenos? Sin duda, como en todas las profesiones. Como dice el refrán, en todas partes cuecen habas.
Comento con Zalabardo cómo, pese a lo que está cayendo en este mundo de la enseñanza, quedan todavía muchos docentes con ánimos suficientes para seguir adelante en la tarea, que no se conforman con cumplir dignamente con sus obligaciones y que continúan buscando procesos innovadores en el campo de la transmisión de los conocimientos, que no solo hay que tener habilidades como algunos teóricos de este campo pretenden. La labor de estas personas que decimos compensa con creces el desánimo de quienes, por razón de la edad o por otras circunstancias, se van dejando vencer por el ambiente que reina en muchos centros escolares, en los que cada vez se va imponiendo con mayor fuerza la tarea de mantener la disciplina del aula sobre la de enseñar.
Sobre esa gente animosa de la que hablo, a mi conocimiento ha llegado una experiencia novedosa, una más, que en cierto modo viene a dejar en evidencia el desánimo mencionado más arriba y ratifica otro aspecto igualmente citado, el de la existencia de profesores que, pese a todo, siguen adelante.
Hace ya tiempo, en un apunte de noviembre de 2006, se daba cuenta en esta misma agenda de un trabajo de la Fundación Latinitas, auspiciada por el Vaticano, que consistía en trasladar al latín todo el vocabulario de la vida moderna. La tarea culminó en un trabajo titulado Lexicon, Recentis Latinitatis, que se publicó en el año 2000 y que recogía hasta 50.000 términos de todo tipo. Aunque allí se dieron ejemplos suficientes, recojo aquí otros pocos (jazz, iazensis musica; bidé, ovata pelvis; láser, radius laserica; short, brevissima bracae; desodorante, foetoris delumentum, etc.)
Ahora me informa Zalabardo de que ha conocido la existencia de una asociación, Circulus Latinus Xerensis, integrada por profesores de latín, algunos ya jubilados, pero la mayoría en activo, de Jerez de la Frontera y de Puerto Real. Sus objetivos son muy semejantes a los de la fundación vaticana citada, verter a la lengua latina toda la realidad actual. Pero no se quedan ahí, pues, a la vez, algunos practican en sus clases una metodología distinta a la tradicional: enseñar el latín con la misma técnica que se utiliza para la enseñanza de las lenguas modernas. Se olvidan, solo un poco, de los tradicionales textos de César o de Salustio y practican con realidades más cercanas a la vida de los alumnos: como saludar, cómo presentarse, los días y las horas, las piezas de un automóvil, recetas de cocina, etc. Con esto, consiguen que sus alumnos entablen entre ellos conversaciones en latín y conozcan mejor el funcionamiento de dicha lengua.
Estos profesores disponen de su propia página web (www.xerensis.com) y de una bitácora en la que van dando cuenta de sus trabajos (http://xerensis.blogspot.com). También han colgado en You Tube algunos vídeos con experiencias: se puede encontrar una escena en una barbería (In tonstrina), una práctica conversacional entre alumnos (Cotidie 2) y una reunión del grupo con una puesta en común (Circulus latinus xerensis). Aconsejo a cualquiera que sea curioso que visite estos lugares y se forme su propia opinión.
Quienes siempre están dispuestos a criticar la labor de los profesores ignoran, las más de las veces, que este no es un grupo aislado, que hay más en todas las disciplinas, que esta tarea la suelen realizar fuera de sus horarios lectivos y, las más de las veces, restando tiempo a otras actividades que también podrían requerir su atención. Pero todo ello pocas veces es tenido en cuenta cuando se los critica.

martes, marzo 23, 2010


RESPETOS GUARDAN RESPETOS
Es cosa sabida, por mucho repetida, que los refranes son ejemplos y modelos de vida. O que, me corrige de inmediato Zalabardo, al menos debieran serlo. ¿Tú no crees que lo sean?, le pregunto. Yo creo, me responde, que los refranes surgieron de la vida, lo que es un poco lo contrario de lo que tú decías. Que tras observar determinados comportamientos, alguien los convierte en refrán o sentencia que recuerde a los hombres la bondad o conveniencia de tales comportamientos. A quien madruga Dios le ayuda, por ejemplo, no es sino la conclusión a la que se llega tras haber vivido la experiencia de que más se consigue mediante una actitud diligente que no con otra negligente a la hora de actuar.
Pretendo hacerle ver que lo mismo da que el refrán sea anterior o posterior a la experiencia vital si, al final, coincidimos en la estrecha relación que hay entre el uno y la otra.
Pero él no parece estar muy de acuerdo. Lo que yo quiero decir, me responde, es que hubo un tiempo en que considerábamos positivas determinadas conductas y, entonces, tendíamos a institucionalizarlas mediante la creación de un refrán que nos las recordaba continuamente.
Como no sé adónde quiere ir a parar, le solicito que sea más explícito, y él sigue hablando: Yo quiero llegar a que desde hace bastante tiempo se han perdido muchos valores o están en trance de perderse y no hay refrán que los pueda recuperar. Por ejemplo, el respeto a cuantos se mueven en nuestro entorno. Fíjate en el refrán que abre este apunte, respetos guardan respetos, o en aquel otro mucho más extendido que habla de que para los gustos se hicieron los colores. El primero establece que la conducta que guardemos será la que justifique la conducta de los demás frente a nosotros, que para recibir respeto es preciso que seamos, a nuestra vez, respetuosos. Y el segundo habla, o así lo entiendo yo, de que es posible la igualdad aun sin unanimidad, de que, siendo diferentes, podemos ser todos iguales, de que no existe el pensamiento único, sino que lo usual y esperable, y a la vez elogiable, es que existan visiones diferentes del mundo sin que ello tenga que provocar choques.
Creo que Zalabardo me ha convencido y que ese valor del respeto a los demás es uno de los que están en grave riesgo de desaparición, como sucede con algunas especies animales y vegetales. Duele oír las declaraciones de muchos políticos, los debates en el Parlamento, las tertulias en radios y televisiones, leer algunos editoriales y crónicas de prensa. Y digo que duele porque cada día muestran cómo vamos convirtiendo a nuestro adversario (etimológicamente, el que está frente a nosotros, en otro lado) en nuestro enemigo, que es algo muy diferente.
Y cada día esgrimimos menos argumentos, sino que lanzamos dardos afilados, cuando no envenenados; que no pretendemos convencer, sino derrotar. Pareciera que ahora lo que impera es aquel otro refrán que defiende que al enemigo ni agua. Le pregunto, algo desanimado, si cree que esto es siempre así. No siempre, ni en todas las ocasiones, me dice. Lo que digo es que cada día es más frecuente. Pero te pondré un ejemplo de que es posible el respeto a los otros, a sus personas y a sus ideas sin detrimento de ninguna clase.
Y me pone delante un libro que compramos hace poco tiempo por sugerencia de Pablo Cantos. Es el volumen Guerra en España, de Juan Ramón Jiménez. Me lo abre por una página que reproduce una de las muchas notas conservadas en la Sala Zenobia y Juan Ramón, de la Universidad de Puerto Rico. Va esta referida a una visita que el poeta moguereño rindió en 1954 al escritor estadounidense Ezra Pound, condenado como traidor a su patria por colaborar con Mussolini. Estaba internado en el hospital de St. Elizabeth, en Washington. Allí fue a visitarlo nuestro poeta y la visita se le criticó a causa de las ideas de Pound. Juan Ramón no contestó públicamente a esas críticas, pero dejó escrito en la nota en la que recogía su visita: Allí lo van a ver amigos suyos que no son fascistas y yo que detesto el fascismo. Si solo pudiéramos ver a los que piensan como nosotros, ¿a quién podríamos ver?
Me pregunta Zalabardo si cabe mayor respeto a los demás. Lo malo, añade, es que hay muchos que no entienden esa forma de respeto. Y yo no sé qué contestarle.

viernes, marzo 19, 2010


LA GIMNASIA Y LA MAGNESIA
Debo pedirle a José Manuel Mesa que imparta unas breves lecciones a Zalabardo acerca de qué es eso de comer en un restaurante, pues parece que con los años, Zalabardo, que no Mesa, está perdiendo las facultades. Lo digo porque hace unos días me sorprendió, otra vez Zalabardo, que tampoco ahora Mesa, al decirme muy puesto en su papel de persona rumbosa: "Hoy te voy a invitar a comer en un restaurante del centro". Y cuando llegó la hora, me hizo acompañarlo hasta el McDonald's de la Plaza de la Marina para que nos comiésemos una hamburguesa con patatas. Eso sí, sin parar en barras, me dijo: Si quieres, puedes pedir ración doble de patatas".
Pero yo disimulé y le agradecí la invitación dejando traslucir, ¿por qué a veces mentimos sin reparar en nada?, que era mucha la ilusión que todo ello me hacía. A Zalabardo, a veces, le ocurren cosas de estas, que confunde un restaurante con una hamburguesería como el que confunde la gimnasia con la magnesia, o como quien cree que ir a comer pescaíto es comer calamares fritos. Qué le vamos a hacer.
A propósito de las confusiones, mientras comíamos hablamos de muchas cosas, casi todas ella sin la menor importancia, aunque el tema que más nos ocupó fue el de las confusiones de carácter lingüístico. Zalabardo defendía la tesis, que yo por mi parte no compartía, de que cuando cometemos un lapsus y decimos una palabra por otra que presenta una ortografía y un fonetismo semejante, lo cierto es que nuestro subconsciente está luchando por arrojar al exterior lo que de verdad queremos decir y nos guardamos de hacerlo por no se sabe qué clase de prejuicio.
Y el bueno de Zalabardo me ilustraba su tesis poniendo el ejemplo de aquel reportero que, habiendo realizado un trabajo sobre un hombre de un más que dudoso prestigio, publicó que el tal señor era un afamado mangante, en lugar de decir que era un afamado magnate. Cierto es que luego se disculpaba achacándoselo todo a los "duendes de la imprenta". ¿Pero tú crees de verdad que aquello fue una simple confusión?, me dijo.
Trataba yo de argumentarle lo contrario respondiéndole que no había que ser mal pensado y que las confusiones se dan con harta frecuencia. Si quieres ejemplos, también yo te los doy, le propuse. ¿No es confusión que una locutora, en un programa de modas, dijera que "esta temporada se llevarían los hombres desnudos" en lugar de los hombros desnudos, que era lo procedente? O lo que decía hace unos días un locutor deportivo que afirmaba muy serio que no se podría saber la gravedad de la lesión de un futbolista hasta que se le hiciera una resonancia magnífica, en lugar de una resonancia magnética.
Estas, intentaba convencer a Zalabardo, son confusiones inocentes, si bien mueven a risa, a las que no se les debe otorgar mayor importancia. Ni subconsciente ni niño muerto, mero lapsus y ya está.
De ahí pasamos a hablar a otros tipos de lapsus, que ya no son ni inocentes ni confusiones, sino que hay que catalogarlos dentro de la categoría de los errores provocados por el desconocimiento o la desidia. Y le puse otro ejemplo reciente extraído de un programa deportivo. Ejemplo que, desgraciadamente, no es una caso aislado sino que se repite con excesiva frecuencia.
Decía el locutor que, a tal equipo, el partido se le había puesto en franquicia después de haber conseguido un gol a escasos minutos del inicio del encuentro. Pero, repito, ese giro, ponerse o estar algo en franquicia es, aparte de erróneo, demasiado frecuente. Lo que en realidad se quiere, y se debe, decir es en franquía.
Y es que franquía y franquicia, que proceden ambos de franco, no significan lo mismo. Franquicia significa 'exención que se concede a alguien para no pagar derechos por las mercaderías que introduce o extrae o por el aprovechamiento de algún servicio público' y, también, 'concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial, otorgada por una empresa a una o varias personas en una zona determinada'. Vamos, a una franquicia me llevó Zalabardo cuando me invitó a la hamburguesa.
Franquía, por su parte, es un término marítimo que designa 'la situación en la cual un buque tiene paso franco para hacerse a la mar o tomar un determinado rumbo'. De él se deriva la locución adverbial en franquía, que significa 'estar en disposición de hacer lo que se quiera' o 'situación de algo o de alguien que, después de superar alguna dificultad, puede ya considerarse libre de ella'. Es decir, que al equipo del que hablaba el locutor, por haber superado muy pronto la dificultad que tenía y haber igualado ya la eliminatoria, el partido se le ponía en franquía.

viernes, marzo 12, 2010


MIGUEL DELIBES
Todas las mañanas, al levantarme, una de las primeras cosas que hago es encender el ordenador y repasar los titulares de prensa. Eso supone un inicial contacto con la realidad y me lleva a realizar una selección de lo que, más tarde, será lo primero que buscaré cuando coja un ejemplar de "los de toda la vida", es decir, impreso en papel.
Hoy me he levantado con la noticia de la muerte de Miguel Delibes. Se recogía como información urgente, pues fallecía poco después de las 7,30. Zalabardo sabe que, entre mis preferencias, Delibes ocupa un lugar muy importante no ya por sus calidades literarias (premio Nadal, premio Nacional de Literatura, premio Príncipe de Asturias de las Letras, premio Cervantes y varias veces candidato al premio Nobel) o lingüísticas (miembro de la Real Academia de la Lengua, "el dueño del idioma" lo llama hoy mismo Juan Cruz), sino también por otras cuestiones que él, sin embargo, desarrolló de modo intenso a través de su literatura.
Delibes es uno de los más directos "responsables", se podría decir así, de mi actitud de respeto y aprecio hacia la naturaleza. Creo que parte de mi amor por el mundo natural, lo que significa el campo frente a la ciudad, me vino directamente de las lecturas de este escritor castellano.
Cuando en 1975 Delibes leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, discurso que se titulaba Un mundo que agoniza, quería transmitir un mensaje a sus compañeros académicos y, a través de ellos, a todos nosotros, fuésemos o no lectores de su extensa obra. El mensaje provenía de los personajes de sus novelas, de Daniel el Mochuelo; de la criada Desi; de Lorenzo, el cazador; del Tío Ratero; de Nini, el cazador de ratas... Todos ellos aparecían por allí para dejar bien sentado que si el progreso de este tiempo nuestro, ese progreso que no se recata en cantar las alabanzas a la técnica y al maquinismo, ese progreso que nos inocula una desmedida tendencia hacia el consumismo, significa la destrucción del campo y de los pájaros, ellos se declaran contrarios a él.
Cualquier panegírico que yo intentara hacer de Miguel Delibes resultaría a todas luces escaso. Zalabardo, y quienes me leáis, sabéis que cada vez que trato aquí temas relacionados con la naturaleza y el ecologismo lo pongo como a él ejemplo. Por eso, hoy seguiré la sugerencia que me hace Zalabardo y dejaré en este apunte simplemente su palabra, sin añadidos de ninguna clase. Son fragmentos extraídos de un breve escrito suyo titulado Mi credo:
Cuando escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional. [...]
La industria se nutre de la Naturaleza, y la envenena y, al propio tiempo, propende a desarrollarse en complejos cada vez más amplios, con lo que día llegará en que la Naturaleza sea sacrificada a la tecnología. Pero si el hombre precisa de aquélla, es obvio que se impone un replanteamiento. [...] Esto no supondría renunciar a la técnica, sino embridarla, someterla a las necesidades del hombre y no imponerla como meta. [...]
[El progreso] no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones Hombre-Naturaleza en un plano de concordia.
Descanse en paz Miguel Delibes.

jueves, marzo 11, 2010


UN MUSEO DE PALABRAS
Creo que fue Manuel Seco, autor del Diccionario del español actual, quien dijo algo más o menos así: Yo todos los días releo algunas páginas del diccionario. Así, saco a pasear palabras que están cautivas en el cercado del libro, y les doy vida, al menos efímera. No es mala idea ni mal proyecto. Zalabardo y yo hemos encontrado, hace unos días, otro modo de reactivar palabras que ya casi se han perdido o están en franco desuso: visitar el Museo de Artes Populares de Málaga.
Un museo etnográfico, como este de Málaga al que aludo, es para muchas personas, entre ellas Zalabardo y yo, un lugar para la nostalgia porque en él encontramos utensilios y recuerdos de otra época que ya se fue, afortunadamente, para no volver, puesto que los tiempos no solo han adelantado una barbaridad, sino que han mejorado como no podemos hacernos una idea. Allí hemos encontrado, por ejemplo, un tipo de cocina que nos retrotrajo a muchos años atrás, de aquellos primeros de mi infancia, cuando vivía en la casa de Osuna en la que nací y veía a mi madre preparar la comida en fogones de carbón, como el que hay en el museo.
Pero para otras muchas personas, como por ejemplo para los niños de un colegio que ese mismo día estaban allí de visita y escuchaban embobados las explicaciones de su profesor, ese museo es un factor de valor innegable para reconocer cómo se vivía en otros tiempos. Los niños alucinaban cotemplando uno de los primeros vehículos de bomberos que hubo en Málaga o el molino de trigo, llamado mostrén, de una tahona.
El MAP de Málaga no solo presenta cada una de sus salas o zonas en las que está distribuido perfectamente explicada mediante paneles introductorios, sino que el abigarramiento de utensilios, maquinarias y herramientas que allí se exponen se encuentra acompañado del correspondiente nombre de cada cosa. Zalabardo me decía que muchos de esos nombres no los había oído desde el tiempo de su niñez. Y yo debo confesar que algunos de esos nombres los desconocía por completo. Esto hace que este Museo de Artes Populares sea también un museo de palabras que están en trance de desaparición. palabras que, sin embargo, cobran vida y actualidad mientras leemos los rótulos y las identificamos con los objetos.
Son palabras que remiten al mundo de la pesca, de la casa, de la fragua, de la labranza, de la carpintería, de la cordelería y espartería, de las fiestas populares y de las costumbres más diversas. Pues todo, o casi todo lo concerniente a ese mundo ya superado está allí perfectamente representado, como esa curiosa colección de plancheros de hierro o la no menos curiosa de candiles.
Propios de la casa son utensilios y lugares como un tipo de cesto llamado tabaque, el lebrillo, el humero, las trébedes o el anafre. Del cultivo de la vid y de la obtención del vino nos hablan la azuela, el bastrén y las albarcas o agovías, que son un calzado de esparto que se empleaba para pisar la uva.
En la carpintería se utilizaban garlopas, caneladores y formones y el esparto se trabajaba con el pomo y la balsonera. A la labranza nos llevan el amocafre, el desmochador, el calabozo, el hocino, el ubio y el cebero.
Pero allí encontramos mucho más de lo que digo. También la vida urbana está representada, como las fiestas, tanto profanas como religiosas, o el folclore. O la industria de la pasa y la tipografía. Muchos son los carteles expuestos, de años diferentes y pretéritos, que anuncian corridas de toros o la feria de la ciudad.
Y al ser Málaga ciudad marítima, no podía faltar el mundo de la pesca. A él remiten unos tipos de embarcaciones muy malagueñas, como el sardinal o la jábega, con su ojo pintado en la proa, la red fina para pesca menuda, el boliche, o el aparejo para arrastrar el copo, la traya.
Y quiero dejar para el final un descubrimiento curioso. No creo que nadie desconozca ese tipo de red en cuya boca lleva un aro de hierro y un rastrillo, que sirve para pescar almejas y coquinas. En la foto que acompaña el apunte podéis ver la que allí hay. Algunas son pequeñas, para usar manualmente en la misma playa; pero otras son mayores, para ser arrastradas desde una barca. Pues, bien, en esta visita me he enterado de que esa red se llama salabardo. Imaginaos la sorpresa del propio Zalabardo. ¿Habrá relación, decía, entre mi apellido y este tipo de rastrillo con red? Siquiera por hacer ese descubrimiento, ya ha valido la pena hacer la visita.

lunes, marzo 08, 2010


NATURALEZA VIOLENTA
Cuando estaba en segundo curso de bachillerato (y me recuerda Zalabardo que de eso hace ya cincuenta y tres años) estudiaba que España, atendiendo al clima de su territorio, podía dividirse en una España húmeda y una España seca. Andalucía pertenecía, decíamos, a esta última. Hoy costaría trabajo convencer a alguien de tal afirmación. No sé si este será el invierno más lluvioso que he conocido en mi vida; en cualquier caso, está siendo extremadamente lluvioso. Los daños (por inundaciones, corrimientos de tierras, cortes de vías de comunicación) son cuantiosos en Cádiz, en Sevilla, en Málaga, en fin, en toda la Comunidad.
Y si a nosotros nos azota la lluvia, no hay duda de que en otros lugares están mucho peor. En aquellos en los que la tierra ha temblado hasta originar catástrofes enormes. A mediados de enero fue en Haití; a finales de febrero, en Chile; hoy mismo, en Turquía. Todo en apenas un mes.
Podría repetir ahora los argumentos expuestos en otros apuntes para preguntarme si esta naturaleza desatada es obra del cambio climático u obedece, como dicen otros, a simples ciclos que se repiten periódicamente.
Pero hoy no es momento de plantearse tales preguntas. Ya habrá tiempo para debates, para explicaciones y para hallar las causas de toda esta violencia de la naturaleza. Hoy lo que corresponde es condolerse con todos los afectados y llamar a la solidaridad con ellos, con los que están próximos y con los que están más lejos. Si nosotros, en persona, con nuestras propias manos, no podemos hacer nada, ya hay quien está cumpliendo esta misión. Pero para ello hace falta una colaboración económica. Y esa sí la podemos prestar.
Ahora, aquí, en recuerdo de todos los damnificados, quiero traer un poema de Neruda, chileno precisamente, que se titula Terremoto:
Desperté cuando la tierra de los sueños faltó bajo mi cama.
Una columna ciega de ceniza se tambaleaba en medio de la noche,
yo te pregunto: he muerto?
Dame la mano en esta ruptura del planeta
mientras la cicatriz del cielo morado se hace estrella.
Ay!, pero recuerdo, dónde están?, dónde están?
Por qué hierve la tierra llenándose de muerte?
Oh máscaras bajo las viviendas arrolladas, sonrisas
que no alcanzaron el espanto, seres despedazados
bajo las vigas, cubiertos por la noche.
Y hoy amanece, oh día azul, vestido
para un baile, con tu cola de oro
sobre el mar apagado de los escombros, ígneo,
buscando el rostro perdido de los insepultos.
Deseemos que ese día azul amanezca, en verdad para ellos y para todos nosotros.

viernes, marzo 05, 2010


APUNTES DE VIAJES: UNA CIUDAD ENCANTADA Y ALGO MÁS
Me aconseja Zalabardo que me atenga únicamente a las impresiones recibidas como simple viajero y huya del tono complaciente propio de las guías turísticas. Si pareció eso mi apunte anterior, de verdad que lo siento, porque solo pretendía dejar constancia de la admiración que me produjo una ciudad de la que no tenía otros datos que los de la fama de sus casas colgadas, su semana santa y su museo de arte abstracto.
El segundo día estaba reservado para visitar la provincia. Y como no podía ser completa, seleccionamos la zona que nos pareció de mayor interés: la serranía. El día amaneció cubierto y con amenaza de lluvia, aunque, por suerte, abrió unas horas después. Sí hacía, en cambio bastante frío. Salimos de la capital con 3º y, cuando comenzamos a subir por las primeras estribaciones de la sierra, la temperatura bajó hasta los 0º.
El primer destino sería la Ciudad Encantada, a unos 35 kilómetros de Cuenca y cerca de la población de Uña. Antes, sin embargo, se imponía hacer una parada para acercarse a la imponente oquedad llamada el Ventano del Diablo, balcón natural que se asoma a un río Júcar que lucha en una profunda hoz por encontrar su camino entre las rocas.
La Ciudad Encantada es un curioso capricho de la naturaleza, que ha hecho que el agua, la nieve y el aire moldeen las rocas calcáreas de la zona hasta conseguir formas inverosímiles a las que la imaginación popular ha otorgado nombres no menos caprichosos: los osos, la foca, el mar de piedra, la tortuga, la lucha entre el elefante y el diplodocus, etcétera. Una cosa me disgustó sobremanera en este paraje: que muchas de las flechas que indican el recorrido que debe seguirse y algunos nombres de las diferentes formas estén marcados con pintura sobre la misma roca. Alguien debería evitar ese desmán.
Más adelante, siguiendo por la misma carretera y adentrándonos más en la sierra, a unos diez kilómetros después de pasar el pueblo de Tragacete, se puede disfrutar de un espectáculo casi sin parangón: el nacimiento del río Cuervo. El año ha sido especialmente sonoro, no creo que nadie discuta este dato, y esto se nota en estos parajes. Una vez llegado a un anchuroso aparcamiento que hay junto a la carretera, basta caminar unos doscientos metros para encontrarse con la cascada tobácea cuya foto acompaña el apunte. Remontando el curso, se puede llegar pronto al mismo nacimiento del río. La pena es que no pudimos hacerlo, porque es tanta el agua que hay este año que parte del sendero está inundado y habría que meterse en el agua hasta media pierna.
Esto nos dio ocasión para continuar la visita y dirigirnos hacia otro lugar, la hoz de Beteta, ya a unos ochenta kilómetros de la capital. La hoz de Beteta, áspera garganta por la que discurre el río Guadiela, va desde Beteta a Puente Vadillo. Por la margen izquierda del río, entre este y una alta muralla de piedra, discurre un sendero botánico bastante educativo, ya que hay frecuentes paneles que nos explican la fauna y flora de la zona. La misma razón que en el recorrido anterior, el exceso de agua que corta el camino, nos impidió recorrerlo completo. No obstante, pudimos hacer el tramo que va desde la Fuente de los Tilos hasta el comienzo de la subida a la Cueva de la Ramera, que algunos llaman también de don Quijote.
Y ya nos quedaba el tercer día, el de la vuelta, lunes. En el viaje de regreso teníamos previstas unas visitas, pero a la hora de organizar las cosas no tuvimos en cuenta que si bien en Andalucía ese lunes era festivo, no lo era, en cambio, en Castilla-La Mancha y los lunes no festivos son días de cierre para museos y monumentos. Así que nos quedamos sin ver las ruinas de Segóbriga, en Saelices, o la Casa de Dulcinea y el Centro Cervantino de El Toboso. Tuvimos que conformarnos con visitar los molinos de viento de Mota del Cuervo, que la gente del lugar señala como los auténticos contra los que luchó don Quijote, y dar un paseo por las calles de El Toboso.
Y eso ha sido esta escapadita. Ya veremos cuál y cuándo es la próxima.

martes, marzo 02, 2010


APUNTES DE VIAJES: UNA CIUDAD, UN MUSEO.
¿Ves cómo muchas veces hay que desdecirse de lo que uno ha dicho y comerse las palabras propias con patatas?, me dice Zalabardo, que continúa: Sobre todo cuando uno ha tenido la osadía de hablar sin saber de qué lo está haciendo. Me recrimina porque en más de una ocasión yo he realizado bromas del tipo "¿pero Cuenca existe?" o "a nadie le puede importar alguien que sea de Cuenca" y cosas por el estilo. Y hoy tengo que arrepentirme de todo ello.
Estas pasadas jornadas del puente del día de Andalucía he estado en Cuenca. Y he tenido la oportunidad de comprender que Cuenca existe, ¡y vaya si existe! Hasta el punto de que tengo que decir que siento no haberla conocido antes.
La impresión primera recibida, una vez llegado y dispuesto ya a patear sus calles, fue de admirado asombro al contemplar el casco antiguo encaramado sobre los más altos riscos de ese farallón que sirve de pared común entre la hoz del Huécar y la del Júcar. Ese conglomerado de casas y monumentos, cuya muestra más palpable la constituyen las casas colgadas, parece guardar un inestable, y sin embargo sereno, equilibrio, nido de águilas llamó Pío Baroja a la ciudad, y sobrecoge el ánimo de quien lo contempla desde la margen izquierda del río Huécar, mientras se asciende hacia el Parador de Turismo y nos disponemos a encarar el puente de San Pablo, uno de los accesos al pétreo recinto.
Cuenca es, esa es la impresión recibida a continuación, una ciudad de museos ¿Qué proporción, número de habitantes por cada museo, ofrecerá? El Museo de Arte Abstracto, ubicado en el recinto de las casas colgadas, puede que sea el más importante por la calidad y cantidad de obras y nombres allí representados. No hay figura notable de nuestro arte abstracto que no figure en él. En la Fundación Antonio Saura, aparte de contemplar las obras de este aragonés afincado en Cuenca, pudimos apreciar la exposición Sesión Doble, con obras de su hermano Carlos. Pero, además, están el Museo de Semana Santa, el Museo Diocesano, el Arqueológico, el de las Ciencias o la Fundación Antonio Pérez. Y seguro estoy de que más de uno se me escapa. Por supuesto que no los visitamos todos, ya que disponíamos de un único día para la ciudad. Pero la ciudad es mucho más: es la Plaza Mayor, la calle de los Canónigos, la Torre de Mangana. La ciudad toda en sí misma es un museo. Tanto que a nadie debe extrañar que, en 1996, fuese declarada Patrimonio de la Humanidad.
Mas entre visita y visita había que reponer el cuerpo, que no solo de arte y espiritualidad vivimos. Se hacía preciso probar las muestras de la gastronomía conquense. En una primera fila están las elaboraciones típicas y más famosas de la ciudad: el morteruelo, el ajoarriero y los zarajos. El primero, un paté a base de carne de perdiz y liebre, hígado de cerdo, panceta, jamón y pan, me gustó solamente regular porque le noté un exceso de especias. El ajoarriero, a base de patata, bacalao, pan, piñones y ajos, me encantó y los zarajos no quise ni probarlos en cuanto me dijeron su composición: tripas de cordero adobadas enrolladas en un sarmiento y luego asadas.
Toda la zona monumental está repleta de lugares donde saborear una refrescante cerveza o una reconfortante copa de vino. Para comer, entramos en un pequeño restaurante que está junto a los arcos del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor. Pero cuando, ya de noche, preguntamos por un lugar típico, nos enviaron a La bodeguilla de Basilio. Claro que quien nos dio la dirección olvidó añadir a la información la prevención pertinente. ¿Por qué? Pues porque en la tal bodeguilla puedes comer en la barra por una cantidad insignificante, ya que al pedir una caña o una copa te la acompañan, aparte de con un caldito caliente los días de frío, de cualquiera de las tapas, o mejor raciones, características del establecimiento, de forma que con dos cervezas ya estás cenado. En cambio, si pasas al comedor, te dan lo mismo y, sin embargo, te clavan en el precio. ¿Y quiénes imagináis que fueron los incautos que accedieron al comedor, que estaba tranquilo y semivacío, porque la barra estaba atestada y no había un hueco libre? Exactamente, esos que estáis pensando. Hay otro lugar parecido en la ciudad, en la parte más moderna, que se llama Al rojo vivo. Pero no es igual.
Y por hoy ya vale. En el próximo apunte os contaré otro tipo de visitas, que también las hubo: un recorrido por algunos espacios naturales de la provincia, que también mereció la pena.

martes, febrero 23, 2010

LAS MODAS Y LA LENGUA
Me vais a permitir que inicie este apunte con una cita algo extensa de Benito Jerónimo Feijoo perteneciente a su Teatro crítico universal, publicado en ocho volúmenes entre los años 1726 y 1739. Dice así: Siempre la moda fue la moda. Quiero decir que siempre el mundo fue inclinado a los nuevos usos. Esto lo lleva de suyo la misma naturaleza. Todo lo viejo fastidia. El tiempo todo lo destruye. A lo que no quita la vida, quita la gracia... Piensan algunos que la variación de las modas depende de que sucesivamente se ha refinado más el gusto, o la inventiva de los hombres cada día es más delicada. ¡Notable engaño! No agrada la moda nueva por mejor, sino por nueva. Aún dije demasiado. No agrada porque es nueva, sino porque se juzga que lo es y por lo común se juzga mal.
Le digo a Zalabardo que con el lenguaje pasa igual, que está muy sujeto a las modas y que hay mucha gente deseando que aparezca una nueva expresión, un nuevo modo de decir, para adoptarlo de inmediato, venga o no a cuento, sin reparar en si ese giro es más refinado o delicado y sin reparar, por supuesto, en si de verdad es una novedad.
Y hay muchos hablantes, por supuesto que no los más delicados, deseando hallar ocasión de soltar lo aprendido siquiera sea para intentar demostrar que están a la última. Eso ha pasado, por ejemplo, con ese feísimo como superfluo en frases del tipo hoy me siento como muy satisfecho o la comida me ha salido como muy salada. No menos feísima es esa costumbre tan extendida de sustituir el fino y claro y contundente no para negar con el archisobado para nada.
En estos tiempos que corren, una de esas novedades es el giro tolerancia cero. ¿Qué se quiere decir con él? Por supuesto que todos lo entendemos: que no hay que mostrar ninguna tolerancia o que hay que ser abiertamente intolerantes con aquello a lo que aplicamos el giro. Por ejemplo, podríamos decir que debemos ser intolerantes con quienes destruyen el mobiliario urbano o con conductas tan ineducadas y chabacanas como la de ese que dice ser cantante y que responde al nombre de John Cobra anoche en tve1. Sin embargo, no es así y parece que lo que nos pide el cuerpo es decir que hemos de mostrar tolerancia cero con lo que sea.
Me surge esta crítica porque leía hace unos días en la prensa que un ministro italiano, hablando de un conflicto con inmigrantes, decía: aplicaremos tolerancia cero a quienes destruyen nuestras ciudades. Y, más cerca aún, oí la la expresión, creo, en boca del lehendakari López mientras permanecía pegado a la radio una noche de insomnio.
Y entonces decidí hacer una pequeña rebusca, en la que me ayudó, como siempre, Zalabardo. Y nos encontramos con lo siguiente: Existe en Valencia una fundación dedicada a luchar contra todo lo que sea discriminación y malos tratos que se llama Fundación Tolerancia Cero.
Radio Nacional tiene un programa con el que pretende combatir las desigualdades en todos los ámbitos y que se llama, faltaría más, Tolerancia cero.
En la prensa, y en días muy próximos unos de otros, hemos encontrado los siguientes titulares: Carnaval con tolerancia cero, para hablar del intento del alcalde de Río de Janeiro por evitar que la violencia empañe la imagen de la ciudad. Tolerancia cero con el ruido, para informar de los esfuerzos de la Policía Local de Madrid en su lucha contra los excesos de decibelios. Tolerancia cero con los pederastas, para hacer referencia a unas palabras del Papa contra los abusos sexuales a menores por parte de miembros de la Iglesia Católica. Y se podría haber seguido. ¿No es ya mucha tolerancia cero?
Hay, incluso, una canción con ese título y que interpreta alguien a quien no tengo el gusto de conocer: Moenia. Y, por fin, nos topamos con un apunte de una bitácora que llevaba este sorprendente título: Para los que viven haciéndonos preguntas obvias... ¡Tolerancia cero!
Oímos la expresión en boca de políticos, de economistas, de eclesiásticos, de locutores, por todo el mundo. Pero, mire usted por dónde, el susodicho giro no solo no es bonito, sino que ni siquiera es nuevo. Lo que da la razón a las palabras de Feijoo con que abríamos el apunte, que no es necesario que la moda sea nueva; basta con que se tenga la impresión de que lo es.
¿Y dónde y cuándo surgió esto de tolerancia cero? Pues ni más ni menos que hace treinta años, casi. Fue el Gobierno del presidente-actor Ronald Reagan el que puso en circulación un programa (llamado precisamente Zero Tolerance) con el que intentaba subrayar la total intolerancia de la política antidrogas de la administración americana. E incluso dudo de si será anterior.
Y algunos, todavía, creen que están descubriendo América cuando utilizan la expresión.

viernes, febrero 19, 2010


ES POR ESO QUE
En el apunte anterior pretendía denunciar el olvido en que se tiene la gramática por parte de bastantes profesionales del periodismo que no tienen ningún empacho en contravenir una y otra vez las normas más elementales por las que se debe regir la lengua, ya sea en su versión hablada, ya sea en la escrita. Hoy, puesto que allí no se terminó, toca denunciar el mismo desinterés, si no desprecio, con que se miran los libros de estilo por parte de los profesionales de los diferentes medios.
El Libro de estilo de EL PAÍS se abre con la advertencia de que contiene normas de obligado cumplimiento para todos los cargos del periódico, los redactores y los colaboradores. Nadie estará exento de esta normativa. ¿Se refiere tal advertencia también a las normas gramaticales que recoge? El de ABC dice que aspira a ser un recordatorio de las normas básicas de la gramática y del estilo periodístico español [...] por lo que sus prescripciones serán de uso obligatorio para todos los redactores y recomendación encarecida para los colaboradores.
Me pregunto cuántos redactores y colaboradores consultan esas normas y cuántos, esto es lo peor, las respetan. Zalabardo ha hecho la comprobación y da la casualidad de que una y otra publicación recogen el giro del que hablamos hoy: es por eso que. Y los dos avisan de la necesidad de utilizar es por eso por lo que, que es lo correcto en nuestra lengua. Confluyen en dicho giro dos cuestiones gramaticales: la de la construcción del relativo y la de la construcción de las oraciones enfáticas de relativo. En ambos casos, el proceso viene a ser el mismo. Podemos verlo de forma sencilla.
Cuando el antecedente (la palabra a la que se refiere y reproduce un relativo) lleva preposición, esa misma preposición debe repetirse delante del relativo, si la función es la misma. Por esa simple razón, no debe decirse en la casa que habitábamos, sino en la casa en (la) que habitábamos, siendo opcional usar o no el artículo. Como no se dirá tampoco del asunto que discutimos ayer, sino del asunto del que discutimos ayer. Eso parece que está claro.
¿Y qué es eso de las oraciones enfáticas de relativo? La reciente Gramática de la Academia le dedica varios epígrafes, pero para no complicar la cuestión diremos que son unas construcciones formadas por un verbo ser acompañado de un adverbio o un demostrativo y seguido de una oración introducida por un relativo: ser por eso que. A estas construcciones hay quien las llama de que galicado, nombre no del todo correcto porque no se dan solo en francés, sino también en catalán, portugués, italiano, inglés, alemán, danés y noruego, según advierte la gramática académica. Sin embargo, en nuestra lengua, la construcción correcta exige repetir la preposición ante el relativo y que este lleve artículo. Así pues, lo que hay que decir no es otra cosa que es por eso por lo que.
Y con ello se completa el comentario que iniciamos en el último apunte. Hoy ha quedado más breve, pero no importa. Me dice Zalabardo que de esa manera damos menos tabarra al lector.

martes, febrero 16, 2010



LA LÓGICA Y LA GRAMÁTICA

Zalabardo dice que cada vez que saco este tema dejo traslucir un carácter gruñón y picajoso. Es posible, pero no lo puedo evitar. Todo viene porque le he comunicado las dudas que me asaltan cuando pienso qué es lo que en las escuelas de periodismo enseñan sobre el uso de la lengua o qué es lo que los alumnos aprovechan de aquello que se les enseña. Que también pudiera ser, dada la prisa que ahora tienen estos por obtener un título y lanzarse al ruedo dispuestos a comerse el mundo, olvidados de aquella antigua y sana costumbre en el mundo de la prensa de ejercer un meritoriaje que servía a los aspirantes para aprender cuanto hay que saber de este oficio antes de volar por los propios medios.
Pero corto, que, como tantas otras veces, me voy por los cerros de Úbeda. En definitiva, de lo que quiero hablar es de algunos de esos errores gramaticales que se cometen con frecuencia y que denotan, no lo sé bien, ignorancia o palpable desprecio de la gramática. ¿Y para qué sirve saber tanta gramática?, puede que se pregunte alguien. Concedo que a un médico no le sirva de mucho, que también; pero para un periodista, el lenguaje es su instrumento de trabajo y no debe ir por ahí tratándolo a patadas.
Acepto también que a lo mejor no hay que dominar mucha teoría gramatical; pero, en ese caso, ¿por qué no aplicamos la lógica, que tan de la mano va con la gramática? Pongo un ejemplo que creo simple. En clase, hablando de la transitividad y de los complementos directos, siempre había algún alumno que me preguntaba cómo puede alguien saber si un verbo es transitivo. Yo le decía: si usamos el verbo construir, sabemos que 'quien construye, construye algo'; luego es transitivo y puede llevar un complemento directo, se construyan casas o castillos en el aire. En cambio, seguía, si usamos el verbo caber, sabemos que 'quien cabe, no cabe nada; por tanto, es un verbo intransitivo y no lleva complemento directo. Eso lo podemos saber por pura lógica, nada más, aunque podríamos también decir que lo que hacemos es ya un razonamiento de naturaleza gramatical.
Los errores a los que quiero aludir hoy son dos y los saco de la prensa diaria. No son casuales ni raros, y, aunque el segundo sea más frecuente de hallar que el primero, los dos aparecen cada cierto tiempo. Dice el primero: murieron tras ser disparados, leía el pasado 27 de enero; y el segundo: es por eso que las conclusiones..., según leía el 12 de febrero. Son dos casos diferentes y en el primero cabe perfectamente aplicar el argumento explicado antes. Vamos a verlos.
Cualquiera que utilice el verbo disparar debiera saber que este verbo, dicho de una persona, significa 'hacer que un arma despida su carga': disparó una ráfaga con su fusil; pero si se dice de un arma, significa 'despedir su carga': esta pistola no dispara. ¿Es transitivo este verbo? Sí, porque 'quien dispara, dispara algo'. ¿Pero qué es lo que se dispara?: una flecha (el arco), una bala (la pistola), un dardo (la cerbatana), etc. Y sucede que ese complemento directo, casi siempre, se omite por obvio. Ahora bien, ese verbo suele ir acompañado de un complemento preposicional (generalmente con a o contra) que señala el objetivo del disparo: disparó a los pájaros o dispararon contra la multitud.
El objetivo del disparo es con frecuencia un complemento indirecto, por lo que nunca será sustituible por lo o la, sino siempre por le. No se dirá, por tanto, lo dispararon, sino le dispararon. Y por el mismo motivo no se podrá usar una construcción pasiva en la que el objetivo del disparo se pueda confundir con el sujeto, que es lo que pasa en el ejemplo que aporto: murieron tras ser disparados. ¿Dónde o contra quién fueron disparados? Solo cabe preguntarse qué o quiénes fueron disparados para que notemos la barbaridad que estamos diciendo o escribiendo. Distinto sería si dijésemos que murieron tras ser tiroteados. Eso sí es lógico.
Consulto diferentes libros de estilo de periódicos españoles y me encuentro con que solo los diarios ABC y EL MUNDO comentan el verbo disparar, aunque sea únicamente para indicar que su construcción es disparar a o disparar contra, porque disparar sobre es un galicismo. Por cierto que el Panhispánico de Dudas considera aceptable esta última construcción.
Y me doy cuenta de que he ocupado ya demasiado espacio en esta cuestión y no he comentado la otra. Me sugiere Zalabardo que la deje para el próximo apunte, lo que no me parece mal.

viernes, febrero 12, 2010


EL PACTO POR LA EDUCACIÓN
Hablaba el otro día con José Antonio Garrido y me decía que un docente nunca se convertirá en un ex-profesor, sino que su condición de profesor lo acompañará siempre. Es posible que tenga razón y es este un asunto que he discutido más de una vez con Zalabardo, pues hay ocasiones en las que noto cómo aún perviven en mí actitudes profesorales. Él me las recrimina e intenta convencerme de que un jubilado debiera mantenerse al margen de los asuntos que afectan al mundo educativo, mirarlos desde la barrera y dejar que sean otros quienes los encaren. A veces casi me convence, pero termino reaccionando y le digo que siempre será mejor adoptar una actitud activa y comprometida; que, como decía Celaya, hay que tomar partido hasta mancharse.
Eso me pasa, por ejemplo, con el pacto por la educación, del que tantos hablan y sobre el que, por desgracia, me siento bastante pesimista. Y es así porque tengo la impresión de que se sigue un camino que tal vez no sea el adecuado. ¿Qué me hace pensarlo? Pues dos hechos bastante explícitos. Uno, que aun siendo muchos los políticos que hablan de la necesidad de reformas y de pacto, aún no he oído a nadie, entre los que tienen capacidad para decidir, reconocer sin ninguna clase de tapujos que el sistema actual, basado en el modelo de la LOGSE, ha sido un rotundo fracaso y que es preciso empezar casi desde cero, sin prejuicios partidistas, que hay muchos. Ya sé que ese reconocimiento lo expresa el PP, pero ellos son negacionistas en todo. Y el otro, que tengo la impresión de que se está dejando marginados en este debate a los profesores, que, por estar en primera línea, son quienes conocen mejor cuáles son las patas del banco por las que el sistema cojea. Ya está bien que haya tanta gente de despacho que se arrogue conocimientos de los que, por lo común, carece. Bien está que hablen los políticos; bien que hablen los sindicatos; bien que lo hagan también las asociaciones de padres. Pero si no se deja hablar a los profesores, que son quienes más tiran de este carro, todo resultará esfuerzo baldío.
¿Y qué puedo decir yo desde mi condición de jubilado? Pues algo que he venido repitiendo desde hace tiempo y que se sustenta en mi experiencia como profesor desde el año 1968, con la sola excepción del periodo de tiempo que me tuvo ocupado el servicio militar. Se resume en lo siguiente:
Primero. Que los niños y adolescentes no maduran todos a la misma vez sino que cada uno tiene lo que llamaríamos su ciclo propio e intransferible. Lo que unos alcanzan a los diez años, otros lo consiguen a los nueve y otros, a los once o a los doce. Quiero decir con esto que, siendo prudente establecer unas edades adecuadas para el inicio de cada nivel educativo, ya no lo resulta tanto que también hayan de fijarse edades tope para su terminación; es decir, que es preciso acabar cuanto antes con la promoción automática por razón de edad. Aparte de otras consecuencias negativas, eso provoca que el alumno que es conocedor de que pasará de curso suceda lo que suceda no se esforzará en adquirir los conocimientos del nivel en que está.
Segundo. No tengo nada contra la enseñanza privada. Muchos años trabajé en ella. Quien quiera invertir su dinero en un centro educativo es libre de hacerlo y buscar obtener beneficios, dentro de un orden, con ello. Pero los fondos públicos deben ir dirigidos fundamentalmente a mantener, aumentar y mejorar la red de centros públicos. Todos los escolares deberían disponer de una plaza en un centro estatal si así lo desean, lo que acabaría con el sistema aberrante de los centros concertados. Y si, por alguna razón, se destinan fondos públicos a mantener centros privados, estos deberían someterse a un rígido control en todos sus aspectos, el económico, el didáctico-pedagógico y el ideológico.
Tercero. Habría que estudiar bien la posibilidad de ofrecer a los alumnos cuanto antes, pudiera ser a los 14 o 15 años, la opción de elegir entre dos vías formativas: la de la Formación Profesional y la del Bachillerato. Ello se haría teniendo en cuenta dos supuestos: que tanto el Bachillerato como la Formación Profesional posean un mínimo de calidad exigible y que el acceso a una u otra vía se haga tras un proceso de formación e información adecuados y no según aquella errónea tendencia de tiempos pasados que derivaba en que quienes aprobaban iban al Bachillerato y los que no a la FP.
Y cuarto. Que haya un tronco de enseñanzas comunes, y en castellano, en todo el Estado, sin que ello supusiera detrimento para el respeto a las lenguas y a las peculiaridades culturales de cada Comunidad.
Cabría enumerar una serie de consideraciones diversas: la duración del Bachillerato, quizás un año más, al menos; que se refuerce la figura del profesor y la de los claustros, y, a la vez, que se les exija en consonancia con lo que se les concede. Se podría seguir, aunque ya irían apareciendo cuestiones accesorias que se discutirían por quienes fuesen designados para dar entidad a ese pacto que necesitamos como el comer.

martes, febrero 09, 2010


SOBRE CAÑAS Y LANZAS
Parece que en el PP no están contentos si no andan continuamente a la greña. Las disputas y las rencillas, cuando se trata de luchar por el poder, son frecuentes en todos los partidos políticos, como también lo son en todos los colectivos, aunque se trate de una simple comunidad de vecinos en la que se juegue quién ha de ser vocal de portal. Pero, como digo al principio, se diría que en el PP el enfrentamiento entre correligionarios está más a la orden del día. Y no digamos si por medio se encuentra la sin par Esperanza Aguirre, que, cuando abre la boca, parece el león de la Metro de los rugidos que emite.
Hace ya días volvió a soltarse la melena, a lo leona de Castilla, cuando dijo (ignorante de que sus palabras estaban siendo grabadas) aquello de que se alegraba de haberle dado un puesto en Caja Madrid a IU quitándoselo al hijoputa. Todo el mundo entendió, aunque ella lo negara inmediatamente, que el hijoputa era Ruiz Gallardón. Pero, como digo, ella lo negó y, dos días después, se dijo que habían firmado la paz a la vista de que los sondeos cara a las próximas elecciones les son favorables. Pero Zalabardo no cree en ese armisticio y dice que lo que pasa es que, en ese pretendido juego de cañas que se traen, estas se les están convirtiendo en lanzas.
Hablamos de los dos gerifaltes madrileños, la presidenta de la Comunidad y el alcalde de la ciudad y de quién de los dos merece mayor credibilidad. Partiendo de que la verdad es que, a los políticos, yo les concedo poca, le digo a Zalabardo que, en todo caso, yo rompería una lanza en favor de Gallardón, siquiera sea porque en ese enfrentamiento parece el más débil de los dos y siempre tenemos la impresión de que Esperanza se lo va a merendar en un solo bocado.
A estas alturas del apunte, más de uno se habrá dado cuenta ya de que no pretendo construir ninguna crónica política ni, menos aún, rosa.
Y quien esto piense habrá adivinado también que lo que quiero hoy es comentar dos frases muy corrientes en nuestra lengua: volverse las cañas lanzas y romper una lanza (a favor de algo o de alguien). El significado creo que no presenta dificultades para nadie: la primera quiere aludir al hecho de que 'se torne hostil una situación antes grata o apacible'; por su parte, la segunda indica que 'alguien sale en defensa de algo o de alguien'.
Algo más complicado es explicar el origen de las expresiones. Ambas se remontan a la etapa medieval y tienen que ver con el mundo caballeresco y militar. Volverse las cañas lanzas tiene que ver con el juego de cañas. Covarrubias dice que 'es un juego de pelea de hombres a caballo. Este llaman juego troyano y se pretende haberlo traído a Italia Julio Ascanio'. Sin embargo, el Diccionario de Autoridades, de 1729, dice que es 'un juego o fiesta que introdujeron los moros [...]. Fórmase de diferentes cuadrillas, que ordinariamente son ocho [...]. El juego se ejecuta dividiéndose las cuadrillas, cuatro de una parte y cuatro de otra, y [...] forman una escaramuza [...] tomando cañas de la longitud de tres a cuatro varas [...]. La [cuadrilla] que empieza el juego corre la distancia de la plaza, tirando las cañas al aire y tomando la vuelta al galope para donde está la otra cuadrilla apostada, la cual la carga a carrera tendida y tira las cañas a los que iban cargados'.
Se entiende, pues, que, cuando lo que empieza siendo un juego se torna en veras, las cañas se sustituyen por lanzas.
La explicación de romper una lanza es algo más complicada porque hay dos interpretaciones. En una se dice que proviene de cuando en los duelos un caballero rompía una lanza para demostrar que defendía a otro; pero esa interpretación no la he visto documentada. En cambio, tanto Covarrubias como el Diccionario de Autoridades de 1734, dicen que quebrar una lanza 'vale empezar a tratar algún negocio y romper dificultades'. Se sobreentiende, creo yo, que las dificultades que se rompen son las que se ponen a alguien en cuya defensa salimos.
Y dicho esto, ya veremos en qué quedan las trifulcas de los peperos. Del despiste y desconcierto que los del PSOE se traen para ver cómo salir de la crisis que padecemos casi mejor es no hablar.

viernes, febrero 05, 2010


VOCABULARIO DE SETENIL
¿No os ha ocurrido en ocasiones que, habiendo querido decir una cosa, os queda la impresión de haber dicho otra diferente? Eso me ha pasado a mí con respecto al último apunte. Yo quería decir, simplemente, que no es fácil confeccionar un vocabulario popular de una zona o población, no que sea imposible o que no se deba acometer tal tarea. Pero, al parecer, debí expresarme mal.
Le digo a Zalabardo que me ha quedado esa impresión después de leer el apunte de Rafa, de Setenil de las Bodegas, Dichos, palabras y palabrotas de Setenil (I) en su agenda Setenil rural (http://setenilrural.blogspot.com/). Y quería decir que la tarea es difícil porque la dificultad radica en poder delimitar bien la difusión territorial de cada término.
Quienes me siguen desde el comienzo de esta agenda saben que no me gusta, por respeto a sus autores, contestar a los comentarios que a ella se hacen. Salvo en contadas ocasiones, y creo que esta es una de ellas. El motivo no es otro que el de animar a Rafa, si me sigue leyendo, que eso es una presunción mía, a continuar con su investigación sobre las palabras de Setenil y no considere mi apunte anterior como el pozo en que se haya de hundir su gozo. Lo que yo pretendía era dar un pequeñito tirón de orejas a quienes se creen el ombligo del mundo en esto de la dialectología y de la geografía lingüística, a quienes piensan que aquello que se dice en Málaga, digo como ejemplo, no se dice en ningún otro lado.
No hay más que consultar la monumental obra que es el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, dirigida por Manuel Alvar y Antonio Llorente, para comprobar lo caprichosa que es el área de difusión de cada palabra en el territorio andaluz. Como me imagino que lo será en todos. Por ello es difícil arriesgarse a decir que un término es exclusivo de una zona y debemos estar siempre dispuestos a aceptar que pudiera ser compartido con otros lugares.
Y lo que en dicha obra se ve y lo que yo quería decir en el apunte anterior y en lo que llevo de este queda fielmente reflejado y demostrado en el acertado apunte de Rafa sobre el habla de su pueblo. Cita él tres palabras sobre las que me quiero centrar, con su permiso, para argumentar lo expuesto: bollano, tosco y aljofifa.
Sobre la primera, bollano, de la que él dice que significa 'piedra mediana, a ser posible caliza' no encuentro nada documentado, ni en el clásico estudio de Alcalá Venceslada ni en ninguno de los repertorios léxicos andaluces que poseo. No me extrañaría, pues, que sea una palabra propia y exclusiva de aquella zona.
Dice a continuación que en un pueblo vecino, Alcalá del Valle, que está a unos ocho kilómetros, a lo mismo se le llama tosco. Mire usted por dónde, esa es la palabra que en mi pueblo, Osuna, que está a unos sesenta kilómetros, se utiliza para designar a cualquier piedra, y para pedrada, se utiliza toscazo. Tosco no aparece en el DRAE, pero María Moliner recoge tosca, que define como 'piedra caliza ligera', y Manuel Seco incluye toscón, del que dice que es una 'piedra grande' y lo señala como regionalismo. Puede que sea, a lo que se ve, una palabra con cierta extensión en zonas de Andalucía.
Por último, tenemos aljofifa. Ya Rafa, en su apunte, deja claro que es un arabismo que estuvo más o menos generalizado, aunque su empleo se perdió. En mi pueblo, como en tantos otros de Andalucía, se decía jofifa, que con la aspiración quedaba más o menos en hofifa. Las había de dos tipos, la normal era el trapo con que se fregaba el suelo; pero, además, existía la hofifa de pita, que se obtenía machacando las hojas de la pita hasta que perdían toda su pulpa y quedaban reducidas a las fibras. Estas fibras, no sé por qué, eran preferidas al trapo común para el fregado de suelos.
¿Por qué se perdió la aljofifa? Pues porque un ingeniero aeronáutico español riojano, Manuel Jalón Corominas, basándose en las mopas que había visto en los Estados Unidos, inventó un artilugio consistente en unas tiras de tejido al que se le añadía un palo como el de las escobas y permitía fregar los suelos sin tener que arrodillarse. Eso fue, creo recordar, a finales de los años cincuenta. Había nacido la fregona, palabra que dejó de designar a la mujer que fregaba para señalar el objeto con que se fregaba. Lo malo, para su inventor, es que vendió la patente a una multinacional holandesa para poder dedicarse a otras investigaciones "más productivas".
Así que, Rafa, mucho ánimo y a seguir proporcionándonos palabras de Setenil de las Bodegas, bello pueblo en verdad. Yo, al menos, seguiré pendiente de Setenil rural a ver con qué nuevas palabras me encuentro.

martes, febrero 02, 2010


TÓPICOS
Lo característico de los tópicos es su perfecta adaptabilidad al lugar en que se utiliza o al motivo por el que surge. Por ejemplo, ¿cuántos lugares costeros hay en España que afirman ser el original y único verdadero en que se le enseñó al rey don Alfonso XIII que para comer las sardinas asadas hay que cogerlas con los dedos índice y pulgar de cada mano por la cabeza y la cola? ¿O cuántas ermitas explican su origen en la historia de una imagen de la virgen hallada en una cueva, o sobre una roca, o al pie de un árbol, por un pastor y que, pese a ser llevada una y otra vez a la población cercana, volvía indefectiblemente y de manera milagrosa al mismo lugar hasta que en ella se levantó su santuario? Una y otra historia nos son contadas con tal lujo de detalles y convencimiento en cada lugar que acabamos por creerlos a todos.
Es que la vida está llena de tópicos, me dice Zalabardo. ¿Tú crees?, le respondo. Entonces él, para probar su aserto, me pide que reflexione sobre uno de los últimos correos electrónicos que he recibido. ¿Sobre cuál de ellos?, le pregunto. Y me responde que el del vocabulario malagueño.
Medito un poco y concluyo en que tiene razón. Es un mensaje que me reenvió José Luis Rodríguez en el que alguien adjunta una serie de términos malagueños "recogidos" por una cordobesa que solicita que se difunda la serie para, así, mantener vivas las palabras de nuestro léxico popular. Para ser precisos, es necesario decir que esa cordobesa no existe o no es ella la recolectora y que la lista lleva tiempo moviéndose por foros de Internet como respuesta a alguien que pedía ejemplos de términos malagueños.
Empecemos por reseñar las dificultades que entraña señalar los límites en que se movería un habla local. Según define el Diccionario de Lingüística, de Jean Dubois, un habla local es "un sistema de signos y reglas sintácticas utilizadas por un grupo social dado o con referencia a ese grupo. Este sistema puede reducirse a unidades léxicas que, dejando a un lado su valor efectivo, coexisten junto a las unidades del vocabulario general de un dominio determinado". O sea, que aparte de unos rasgos fonéticos y morfosintácticos, muchas veces esta habla local no es más que un simple conjunto de palabras. Ahora bien, los contagios, coincidencias e intercambios con las zonas limítrofes son constantes y numerosos. Por eso es tan difícil hacer un diccionario del habla de Málaga o del habla de Setenil de las Bodegas, pongo por caso. Y por eso los granadinos y los malagueños pueden defender en bastantes ocasiones como propia e inalienable una palabra de uso en las dos comunidades.
Otra cuestión complicada se deriva de lo dicho: la de señalar dónde ha nacido una palabra y de qué origen para que se la pueda considerar original o propia de un lugar. Si nos limitamos a tan solo el ámbito andaluz, por ahí circulan innumerables vocabularios populares de tal o cual población que no tienen de tales más que la procedencia o residencia de su autor, que se limita a amontonar palabras que ha oído en su pueblo y que él considera originales o exclusivas de allí, sin pensar que, la mayoría, son comunes a toda el área andaluza.
Como Zalabardo me pregunta hasta dónde de seguro estoy de lo que digo, quiero poner unos ejemplos. En la lista que ha dado motivo a esta reflexión me encuentro, así de bote pronto, con lo menos quince o veinte palabras que no pueden considerarse malagueñas porque pertenecen a un área más amplia.
El Diccionario de argot español, de Víctor León, recoge como comunes a toda España calimocho, chiringuito, chuminada, piños, 'dientes', o jiñarse, 'acobardarse'.
Chacina, 'carne de cerdo adobada con que se hacen chorizos y otros embutidos', chícharo, 'guisante' o, según las zonas, 'garbanzo', gazpachuelo, 'sopa hecha con salsa mahonesa' y cenacho, 'espuerta de esparto o palma para llevar frutas, pescados u otras mercancías' son de uso muy general en toda Andalucía y aun fuera. El cenachero es, sin duda, una figura tradicional malagueña, pero eso no explica de ningún modo que cenacho sea un malaguesismo.
Y quiero dejar para el final, por no insistir demasiado, dos términos que, por su origen etimológico, difícilmente se podrán considerar malagueños. Son curiana, 'cucaracha negra' y guarrito, 'taladradora'. El primero, según explica Corominas, viene de coriana, por el traje negro que vestían las mujeres de la población extremeña de Coria. Y el segundo, cuya paternidad solicitan también los hablantes de Tarifa, tiene un origen peculiar. Se podría hablar de la tendencia de toda la Romania a nombrar las herramientas con nombres de animales; lo explica bien Gerhard Rohlfs en Lengua y cultura, pero sería una explicación más alambicada. Parece más verosímil buscar el origen en los años del estraperlo y el contrabando. Se dice que en Gibraltar se vendían unas taladradoras de marca Warrington y que la gente de la frontera decía que iba a la colonia a comprar una guarrinton, término que pronto derivó hacia guarrito.

viernes, enero 29, 2010

MIÉRCOLES
Algunos mantienen la falsa creencia de que un jubilado es una persona para quien todos los días son iguales. Nada más alejado de la realidad. En mi caso, debo decir que ahora mis días son, si cabe, más variados que cuando estaba en situación activa (¿se dice así?). Y entre todos los días, el miércoles es especial por varias razones de las que cito solo dos: mi nieto viene a casa a comer, casi siempre, la paella que yo le hago, que es lo que más le gusta. Pero también el miércoles es el día que aprovecho para subir al instituto a desayunar con los compañeros del departamento al que pertenecí tantos años. ¿Por qué precisamente el miércoles? Porque ese es el día en que todos están libres a la hora del recreo y nos podemos ver.
Hace un tiempo, la Escuela de Escritores propuso elegir la palabra más bella del idioma español a partir de las opiniones ofrecidas por los internautas en la página de este colectivo. No recuerdo cuál ganó, pero sí que hubo casi tantas palabras propuestas como participantes. Quiero decir con esto que tal vez no exista eso que ellos pretendían que fuese la palabra más bella. Y es que las palabras no son entes aislados, pura sucesión de fonemas. Aparte de su referencia denotativa, cada palabra está ligada, connotativamente, a sus usuarios por múltiples situaciones, emociones y pasiones. Y eso son factores que se alteran a cada momento.
En aquella experiencia, también Zalabardo y yo nos sumamos proponiendo una palabra. Lo que no recuerdo ahora es si recibió solo nuestro voto o llegó a tener un total de tres. Si ahora alguien hiciera una prueba semejante, pero limitándose a solo el campo semántico de los días de la semana, es posible que ganase domingo, por ser el día de asueto para la mayoría de la gente; aunque puede que que yo contestase miércoles, aunque sea por lo que he contado al principio. Vemos, pues, que siguen reinando, aun en ámbitos pequeños, las cuestiones afectivas, connotativas, sobre las denotativas.
Sin embargo, cuando hablaba de esto con Zalabardo, reconocíamos que, frente a todo lo anterior, es posible que existan también palabras que consideramos antipáticas, que nos resultan feas. Pero yo le digo que las razones son casi las mismas. A mí concretamente no me gusta la palabra ociar. No me gusta ya desde su propia fonética. Pero no me gusta, sobre todo, por el significado que en el DRAE se le da a ocio. En efecto, la primera acepción que de ella encontramos es la de 'cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad'. Y no me sirve que en la tercera se diga que es 'diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas', si ya antes se ha dicho lo otro.
Hay mucha gente que considera al jubilado como una especie de muerto civil, de persona que ya no tiene nada que hacer porque ya ha hecho cuanto le correspondía. Y de ahí la preocupación por saber en qué ocupa su ocio, su tiempo de jubilado. Como si no hubiera actividades a la que dedicarlo. Como digo en el perfil de presentación de esta agenda, yo ando, y leo, y escribo; pero también voy al cine o al teatro cuando se me apetece. Y visito museos. Y, alguna que otra vez, pues estamos en época de crisis, hago algún viaje.
Este miércoles pasado, hablando de mil y una cosas (como debe ser en las conversaciones placenteras) con Pablo Cantos y José Francisco, el primero mencionó, sin que yo recuerde ahora por qué, la Peña de Arias Montano, en Alájar, Huelva, y comentamos la belleza del lugar. Más tarde hablamos de las revistas que ha habido en el instituto y de la pena que supone que ahora no haya ninguna. Luego me preguntaron si siento añoranza por tiempos y situaciones pasadas, a lo que respondí con un no rotundo. Y ya todo derivó a cómo, una vez jubilado, puedo decir que me falta tiempo para hacer cosas. Porque, aparte de lo que digo arriba, tengo una pequeña y humilde colección de sellos de la que no puedo ocuparme, y otra de pegatinas para la que también me faltan las horas necesarias para su ordenación y clasificación.
Lo que pasa, les decía, es que ninguna de las actividades de un jubilado es tan precisa y urgente que haya que cumplirla en plazo acordado, como ninguna es tan poco valiosa como para no dedicarse a ella con pasión. Esa es, aparte otras, la gran diferencia entre los jubilados y los trabajadores en situación activa. Por eso no me gusta el verbo ociar y tampoco decir que me dedico al ocio; y es que, para más inri, miro un diccionario de sinónimos y me dice que ocioso equivale a inactivo, desocupado, parado, quieto, perezoso, holgazán, vago, gandul, haragán, innecesario, inútil, estéril, infructuoso, ineficaz, baldío y no sé cuántas cosas más. ¿Qué sabrá de este asunto quien escribió ese diccionario?
Y por eso, también, como decía, me gusta la palabra miércoles, porque señala el día en que puedo reunirme con los amigos y hablar aunque sea de cosas intrascendentes, que, en definitiva, son las que importan.

martes, enero 26, 2010


SOBRE PALABRAS PERDIDAS (2)
Le consulto a Zalabardo su opinión acerca de si la globalización tendrá también sus efectos sobre las palabras. Quiero decir si es verdad que hay unos términos que se imponen en todos los ámbitos y ocasiones, que desplazan a otros más humildes, más locales o pueblerinos que, los pobres, no tienen oportunidad para subsistir. Me contesta, sin más, que si alguien puede dudar de eso.
Antes, hablo de mi niñez, cada pueblo, y al decir cada pueblo pienso también en las grandes ciudades, que, entonces, la mayoría, se comportaban igualmente como pueblos, tenía sus modos de decir, su vocabulario particular, su denominación específica de las cosas. Para nuestro ámbito andaluz, no hay más que consultar el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (que dirigieron don Manuel Alvar y don Antonio Llorente, de quienes me honro de haber sido alumno) y ver cómo cada pueblo tenía su nombre para la misma cosa. Pongo un ejemplo: al peldaño de entrada a la casa desde la calle, en mi pueblo lo llamaban sardinel; pero no había que ir demasiado lejos para hallar que a ese mismo peldaño, en otros lugares, lo llamaban rebate, arrebate, tranco, graílla o escalón.
Me apunta Zalabardo que el efecto globalizador contra el lenguaje (y digo contra y no en porque considero empobrecedor este efecto) se inició muy probablemente con la televisión, más que con la radio. En la televisión se impone, se pretende imponer, una lengua unificadora, una manera uniforme de decir. Y la gente imita esos decires de quien sale en la caja tonta. Y quien dice el habla dice todo. Más ejemplos. En mi pueblo, donde se usaban con profusión los apodos o motes, los cotilleos versaban sobre tal o cual acontecimiento en el que había participado Pistolón, o sobre si se había visto a la hija de Dientejaca en tal sitio, o sobre si la mujer de Jeringos Lacios había dicho tal cosa. Todo se desarrollaba intramuros, resultaba doméstico, porque las hablillas no superaban los límites del pueblo, salvo en rara ocasión en que un acontecimiento de un pueblo vecino atraía el interés general. Como se dice, la ropa sucia se lavaba en casa. Ahora, mire usted por dónde, el asunto de los cotilleos en cualquier lugar de España, por pequeño que sea, se circunscribe a esa moderna Frankenstein en que se ha convertido Belén Esteban o a gente de su laya y condición, digamos Paquirrín y compañía.
Ya digo, la globalización. ¿Habéis notado ese afán de la Junta de Andalucía, la campaña fue larga y no sé si aún continúa, por que todos hablemos en andaluz? ¿Pero saben ellos qué es eso de hablar en andaluz? Algunos se confunden al creer que es hablar como los locutores de Canal Sur o como Chiquito de la Calzada, por poner dos ejemplos que no son de imitar.
Y, claro, sucede que los giros naturales se pierden, el nombre de los nombres desaparece y, en su lugar se sitúan denominaciones oficiales o, peor, oficialistas. El nombre global, la palabra sin espíritu, sin candor. ¿Quién sabe en nuestros días, yo lo desconocía, que en algunos lugares de Jaén (tomo el dato de Alcalá Venceslada) llamaban, ignoro si se conserva el nombre, cohombrera a esa especie de gran jeringa de hojalata (hoy, de acero inoxidable) que se rellena de masa para hacer la fruta de sartén que llamamos, ¡ay!, ¿cómo la llamamos? Pues ellos decían cohombro, o cogombro, aunque en la mayor parte de la provincia, a eso mismo suelen llamar tallo.
Y sucede que en mi pueblo no decíamos cohombros ni tallos, sino jeringos. O que en Granada y Cádiz resulta más usual hablar de tejeringos. De pequeño, cuando mi padre me llevaba a Sevilla, lo primero que hacíamos al llegar era tomar un café con leche acompañado de calentitos. Y en otros lugares se utilizan, o se utilizaban, nombres más complicados, como porras, masa frita, frutajeringa o mamandungo.
Hoy, en cambio, el común de la gente habla de churros. Aquí y en Pekín. y churro, antes, era el específico de Madrid, con forma de rosquilla y elaborado con harina de patatas. Ya digo, otra cosa.
¿Cuánta gente sigue empleando los vocablos que he presentado como ejemplos? Creo, sinceramente, que poca, lo cual, al menos en mí, provoca un sentimiento a mitad de camino entre la nostalgia y la tristeza.

viernes, enero 22, 2010


TVE Y LA PUBLICIDAD
Hace unos días estuve viendo en La 2 de Televisión Española una película de Ken Loach sin ninguna clase de interrupción para emitir publicidad. Nadie me negará que tal hecho es un placer del que hasta hace muy poco no se podía disfrutar si no era en una televisión de pago. Con la supresión de la publicidad, la televisión pública española se suma al camino que la televisión pública británica sigue desde hace tiempo y al que también por estas fechas inicia la televisión pública francesa.
He leído que tal paso supone, en nuestra televisión, la conversión de las cinco horas diarias dedicadas a la publicidad en horas de emisión de programas. Me dice Zalabardo que este dato da bastante que pensar, puesto que él ha realizado el cálculo. Cinco horas son casi la cuarta parte de un día, dieciocho mil segundos, que, a veinte segundos de media por cada anuncio nos da la friolera de novecientos anuncios de los que nos libramos.
Comprendo que una televisión privada tenga que recurrir a la publicidad para mantenerse en un mercado tan competitivo. Pero una televisión pública, que se sufraga con los presupuestos del Estado, o sea, con los impuestos que todos pagamos, no tiene por qué entrar en ese juego de la lucha por la tarta publicitaria; como no debe tampoco entrar en el de la telebasura, aunque ese sea otro asunto. La televisión pública debe preocuparse por ofrecer calidad y servicio público, nada más. ¿Que de esa forma estamos abocados a que se implante un nuevo impuesto por la televisión? No seríamos el único país en pagar ese canon y, si con ello se persigue un mejor servicio y una calidad contrastada en los programas, bienvenido sea. La calidad, al final, genera beneficios porque ayuda a aumentar la audiencia.
Pero he aquí que en varios medios he leído ya comentarios referidos a ese apagón publicitario y no todos convencidos de la bondad del paso dado. Se diría, leyendo algunos de esos comentarios, que hay quien añora las pausas para insertar anuncios. ¿Hasta tal punto de fuerte es nuestra dependencia respecto a la publicidad?
La publicidad condiciona nuestras vidas. Nos movemos en el mercado de acuerdo con los impulsos de los mensajes recibidos. Toda nuestra existencia parece girar en torno a tal supuesto: los integrantes de nuestros equipos favoritos se han convertido en hombres anuncio. Si vamos al cine, en las películas que nos proyectan no se pierde ni una sola oportunidad de insertar mensajes publicitarios de manera más o menos velada. Las calles, los autobuses, las fachadas de los edificios. Hasta soportamos que muchos productos se vendan bajo el reclamo de que tal producto es el que se anuncia en la televisión, para que no tengamos dudas. Pero es que incluso las prendas con las que nos calzamos y vestimos procuran llevar bien visibles sus logos de marca para que, así, también nosotros seamos anuncios andantes.
Y en vez de cantar la aleluyas por una televisión libre de ese martillo pilón de la publicidad, perdemos el tiempo planteándonos qué va a pasar ahora. Preguntándonos si habrá programas para rellenar ese tiempo que los anuncios han dejado o si nos repetirán programas con fecha ya caducada para ahorrarse gasto en las nuevas producciones.
Mientras tanto, la única verdad de estos primeros días sin publicidad es que la televisión pública española está ganando audiencia. Zalabardo, que apenas si veía de ella los informativos, ahora la sintoniza en horas diferentes. A él y a mí nos agrada encontrarnos a cualquier hora algo diferente de los anuncios. Hace unos días, tuvimos la suerte de ver un interesantísimo documental sobre la visita que un fotógrafo americano, Eugene Smith hizo en 1951 a un pueblecito extremeño para realizar un reportaje fotográfico destinado a la revista Life. Con toda seguridad, si hubieran tenido que ocupar cinco horas con publicidad, ese documental no habría hallado hueco para emitirse. ¿No creéis?