Le pregunto a Zalabardo por qué habrá tanta gente deseosa de celebrar algo: un nacimiento, una muerte, una construcción, un atentado, lo que sea. Me responde que lo que sucede muchas veces es que con tal de darse relumbrón (sobre todo las autoridades), muchos no dudan en festejar cualquier efeméride; todo sea por salir en los papeles o por conseguir que su nombre figure en una placa.
Hay celebraciones que, de acuerdo con nuestro modo de contar el tiempo, tienen un sentido: los 25 años de algo, los cincuenta, el centenario, el sesquicentenario (ciento cincuenta años). Esos plazos, según mi humilde criterio, pueden pasar . Incluso los matrimonios (no los de ahora, tan efímeros en tantos casos) los tienen presentes: las bodas de plata, las de oro... O, puestos a conmemorar, festejamos cada uno de los años cumplidos por las personas, como si de cada uno pensásemos ser el último.
Ahora, en este año de 2007, nuestras autoridades culturales quieren celebrar con boato el octogésimo aniversario de la Generación de 1927. ¿Por qué los ochenta años? ¿Por qué no se hizo a los setenta y cinco o no se espera a los cien? Puestos así, podríamos celebrar infinidad de eventos: que hace 759 años, el rey Fernando III reconquistó Sevilla; que hace 677 que se publicó el Libro de Buen Amor; que hace 199 se estrenó la Quinta Sinfonía de Beethoven; o que hace 118 se inauguró la Torre Eiffel. ¿Sigo?
Si queremos celebrar acontecimientos culturales, bastantes habrá que se ajusten más al esquema tradicional. Por ejemplo, que hace cien años que Antonio Machado publicó Soledades, Galerías y otros poemas; y ya deberíamos saber la importancia del "eje" Bécquer, Juan Ramón, Machado para los poetas del 27. O que, hace cien años también, Picasso tuvo la maravillosa locura de pintar Las señoritas de Avignon.
La "culpa" de que yo me haya metido en esta vorágine celebracionista la tiene Andrés, el de Benalmádena, que nos dice que ayer, 17 de enero, no mencionaba a Cela, de cuya muerte han pasado seis años. Primero digamos que no han sido seis, sino uno menos, ya que murió en 2002; pero eso da lo mismo. Segundo, le querría decir a Andrés que a los artistas les pasa como al vino, que necesitan de los años para ver si adquieren solera o se quedan en nada. A Cela, como a los demás, habrá que darle tiempo, pues el tiempo lo pondrá en su justo lugar. Pero, si queremos festejos, tal como la fecha de su muerte, podríamos recordar que en 1957 (cincuenta años) ingresó en la Real Academia. O que el año próximo se cumplirán los veinticinco de la publicación de Mazurca para dos muertos, novela que a mí, particularmente, me agrada más que La colmena. O también, ¿por qué no?, que en 1977 (treinta años) publicó aquella excentricidad de la Crónica del cipote de Archidona. Mientras tanto, todo lo que digamos de él no son más que anécdotas y chismorreos, como esa tan curiosa de que él, que tanto presumía de haber sido perseguido por la censura, se ganó el sustento, entre los años 1943 y 1944, trabajando para la censura. Don Camilo, como le gustaba que lo llamasen, nunca lo negó y hay un libro de Justino Sinova que lo cuenta bien. Y tercero, que, entre tanta fecha citada, no garantizo haber acertado en todas.
1 comentario:
Pues lo que acabo de leer, muy bonito, es el homenaje como escritor que se merece; lo demás son sus circunstancias, como diría Ortega. Además, algo lo habrá curado el tiempo a estas alturas pues, al menos desde la Academia sueca, fue reconocido y galardonado por lo que escribió.
Andrés Viejo.
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