lunes, noviembre 13, 2006

CUANTO PEOR, MEJOR

No es que yo defienda ese lema; Zalabardo, tampoco. Lo que sucede es que nos encontramos en una situación en la que parece que ese debiera ser el lema que hay que perseguir, el objetivo al que se debe aspirar. Hablo, naturalmente, de la forma en que nos expresamos.
Que hablamos mal es un hecho casi, casi incontestable. Hablan mal los políticos, hablan mal los periodistas, hablamos, y escribimos, mal (¡ay!) los profesores. ¿Cómo queremos, si esto es así, que hablen bien nuestros alumnos? ¿Cómo queremos que hable bien, si parece que los modelos se han perdido, el común de la gente?
Como dice Lola Galán en el suplemento Domingo de ayer en El País, lo que reina por todas partes es un lenguaje gráfico, zafio, lleno de tacos, de latiguillos y muletas que despojan de gracia, naturalidad y vitalidad a lo que decimos y que carece del menor asomo de entonación. Si vemos la televisión, todo el mundo grita, quiere hablar sin escuchar al oponente, se dicen banalidades. Si atendemos a cualquier serie nacional, los guionistas no hacen sino declarar que se inspiran en el habla de la calle y eso les sirve de excusa para soltar tacos, abusar de mucho de que, vale, te comento, esto es como que no me apetece, tú mismo, pues va a ser que no (o que sí, lo mismo da) y todo por el estilo.
Hoy, en el claustro que hemos tenido, mis compañeros y yo, tras los resultados de la cacareada Prueba de Evaluación de Diagnóstico, hemos pedido que todos los profesores, todos los Departamentos, nos obliguemos a ser más rígidos en la exigencia de unos mínimos expresivos por parte de los alumnos. Un compañero me decía el otro día: No entiendo cómo puede aprobar todas las asignaturas un alumno que apenas comprende el texto que le doy para que lo lea.
Ignoro cuál será la respuesta. Por lo pronto, ya alguien ha sugerido que el Departamento de Lengua (¡cómo no!) redacte unas mínimas normas de lo que se debe exigir. ¿Hacemos un protocolo? Pues vale. Ah, César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes recomienda que se vuelva al método de leer en voz alta en las clases. Por ahí se podría empezar.

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