viernes, noviembre 10, 2006

ORO PARECE, PLATA NO ES

Cuando Zalabardo y yo discutimos, él me dice, a modo de insulto, que soy un calambur, porque aparentando decir una cosa digo otra diferente. Lo cierto es que Zalabardo es muy raro en esto de motejar a la gente, pues lo mismo que dice calambur, otras veces dice carapapa o, cuando ya está muy enfadado, me llama alcaudón, que es como llaman a los de mi pueblo los de los pueblos vecinos.
Yo me defiendo diciéndole que no tiene razón, que lo que pasa es que a veces no sé cómo decir las cosas de manera que, sin herir, queden suficientemente claras. Que lo consiga o no es otra cosa; y me preocupa porque en mi ánimo no entra nunca hacer daño a nadie.
En el lenguaje también hay palabras que desconciertan porque quien no está acostumbrado a ellas entiende algo muy diferente. Eso pasa con quien sea ignorante del lenguaje taurino y oiga decir que el picador se está colocando bien la mona, que no es sino la protección metálica que lleva en la pierna derecha. Aunque más que palabras, que las hay, lo que abundan son los giros lexicalizados (dos o más palabras que se utilizan siempre juntas y que significan algo muy diferente de lo que por separado quieren decir).
La gastronomía es una buena fuente de tales casos. A quien no sea de nuestro país, por fuerza le tiene que extrañar que nosotros podamos comer ropa vieja (que es un guiso hecho con la carne y sobras de otra comida anterior), olla podrida (que es un cocido al que se le agrega jamón, gallina y otras exquisiteces) o duelos y quebrantos (comida tan popularizada por el Quijote y que consiste en una fritada con huevos, torreznos y sesos). En pastelería podemos regalarnos con un buen brazo de gitano o con un pedo de monja (dulce mejicano esponjoso de harina de trigo).
Si bajamos a otros ámbitos tenemos el caso tan característico del ojo de buey, que ni es ojo ni buey, sino una ventana circular. O el ojo de boticario, que es un lugar seguro de la farmacia para guardar estupefacientes y otros medicamentos. La palabra ojo nos da mucho juego, porque aparte de los ejemplos dados tenemos ojo de perdiz, ojo de gallo y ojo de pescado, que es una verruga plana que sale en las manos. Muy polisémica es la expresión pata de gallo, que designa una planta, un determinado dibujo en un tejido, un dicho necio o despropósito y un tipo de arruga.
¿Y quién no ha callado alguna vez alegando que hay ropa tendida, es decir, que está presente alguien que, a nuestro criterio, no debe enterarse de aquello de lo que se habla? Pero, para terminar, me gustaría contar el origen de por qué a los mozos de caballos en las corridas de toros se les llama monosabios (aunque el DRAE diga mono sabio). Lo cuenta José Mª Iribarren en El porqué de los dichos, curioso libro con el que me entretengo de vez en cuando. La historia es que allá por 1847 se estrenó en un teatro de Madrid un espectáculo de variedades en el que intervenía un grupo de monos amaestrados, que causaron sensación. Pocos días después, en la celebración de una corrida de toros, los mozos aparecieron estrenando una vestimenta que, casualidades de la vida, coincidía en los colores con la ropa de los monos del circo (pantalón azul y camisa roja). El público de los tendidos, ocurrente y chistoso, empezó a gritar: "¡Los monos sabios!". Y con ese nombre se quedaron.

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