José Antonio, compañero del instituto, me preguntaba esta mañana, un poco escandalizado, qué me había hecho el pobre Agustín Peláez para tratarlo como lo traté ayer. José Antonio es un amable y buen compañero que me aclara cualquier duda que, en mi amplio desconocimiento de las cuestiones informáticas, pueda planteárseme. José Antonio es, también, un seguidor de esta agenda en la que voy dejando humildes muestras de mi preocupación por el lenguaje. Esta mañana me decía: "Vamos a ver, yo leo el texto que criticabas y me entero de lo que dice." Esto fue en un cruce por un pasillo y no pudimos hablar más. Retomo ahora la cuestión con la confianza de que José Antonio lea también esta nota. Gracias.
El lenguaje es una capacidad específicamente humana que supera la mera comunicación, posible en muchos ámbitos distintos al humano. Se comunican los simios, se comunican las ballenas, las abejas; se comunican los seres unicelulares. Lo cierto es que nos queda muchísimo por saber de los actos de comunicación no humanos. Pero ese lenguaje nuestro, articulado en un doble nivel, está muy por encima de cualquier otro conocido.
Y, como en todos los campos de nuestra vida, lo importante es el progreso, el avance, la lucha por una perfección que, aunque no se consiga, siempre debe ser la meta. En el campo de la medicina, de la biología, de la física, siempre se busca ir un poco más allá y luchamos, en el peor de los casos, por mantenernos en un nivel y no retroceder. ¿Por qué no ha de ser igual con el lenguaje? Facultad que no se practica y usa, facultad que se atrofia.
Cuando yo era pequeño, teníamos que llenar nuestros ratos de ocio con unos entretenimientos diferentes a los actuales; entre ellos, la lectura ocupaba un espacio importante. Y la lectura de los clásicos universales de la literatura infantil (Salgari, Verne, Stevenson, Twain, etc.) no solo enriquecían nuestra imaginación sino que nos servían para aumentar nuestro vocabulario y afinar nuestro estilo. La gente, en general, tenía a gala hablar y escribir bien. En los siglos XVIII, XIX y primera mitad del XX, se confundía entre escritores y periodistas pues estos hacían de aquellos y aquellos actuaban como estos: Bécquer. Larra, Azorín, Unamuno, Machado, Cela... publicaban muchas de sus obras antes en periódicos que en libros. Creo que fue Azorín quien acuñó la expresión voluntad de estilo, es decir, la conciencia de querer hacerlo bien. Y diríamos lo mismo de los políticos. Proverbial es en España la frase expresarse mejor que Castelar. Hoy, las cosas son, por desgracia, muy diferentes y se habla y se escribe mal.
Porque hablar, hablamos todos y nos entendemos para ir tirando; escribir, más o menos aceptablemente, también lo hacemos todos. Pero a lo que hay que aspirar no es a solo hablar, sino a hacerlo lo mejor posible; te quería hablar, José Antonio, de lo que afirman los Libros de estilo de los principales periódicos españoles, pero veo que me voy alargando. Me limito, pues, a darte un ejemplo de lo que quiero decir. Subtítulo del SUR de ayer: El mercado de El Palo vuelve a su ubicación original tras más de dos años en las antiguas cocheras para júbilo de todos los vecinos. Se entiende, pero su estilo es malo y, gramaticalmente, incorrecto. En él se dicen tres cosas: 1. El mercado vuelve a su lugar original; 2. Ha estado más de dos años en las cocheras; 3. La gente se alegra. ¿A qué se refiere 3? En buena lógica, a 1; sin embargo, tal como está escrito debiera pensarse que se refiere a 2. ¿Cómo se evita la confusión? Redactando de otra manera; por ejemplo, así: El mercado de El Palo vuelve, para júbilo de todos los vecinos y tras más de dos años en las antiguas cocheras, a su ubicación original. No es la única forma, pero resulta más correcta que la empleada.
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