lunes, noviembre 27, 2006

PROPIEDAD

Me preguntaba Javier, hace unos días, si a mí me pasaba lo que a él, que, según la expresión que utilizó, "lee corrigiendo". Yo creo que eso es producto de una deformación profesional que nos alcanza a todos los profesores de Lengua. Al menos, creo que en esto soy igual que él y no puedo evitar, mientras leo, tener blandido el rotulador rojo en espera del desliz que acuse la falta de cuidado del autor del texto, ya sea este una novela, una información periodística o el simple rótulo de un establecimiento.
Pero Zalabardo me dice que en mí esta actitud es más acusada y que en muchas ocasiones me comporto como un auténtico inquisidor que, cuando no hay una falta flagrante, aquella que es imposible negar porque su resplandor llama la atención de todos, le busco revueltas al asunto con tal de condenar. Zalabardo lo que quiere es zaherirme, pues bien sabe que eso no es verdad. Lo que a mí me pasa, le digo, es que, como el caricaturista, procuro exagerar los rasgos para que el resultado final sea más visible. El inquisidor cree estar en posesión de la verdad; yo solo pretendo que nos acerquemos, conjuntamente, a ella. Muchas veces he expuesto ante mis alumnos la teoría del error y la equivocación: todos nos equivocamos en mútiples ocasiones; yerra quien persiste en la equivocación sin reconocer su fallo.
Es algo parecido a lo que sucede en la lengua cuando tratamos de la corrección y la propiedad. La corrección consiste en acomodar la lengua a las exigencias gramaticales y expresivas del sistema. Los límites de la corrección, según los gramáticos menos exigentes, los pone la ambigüedad. Eso sucede muchas veces cuando un alumno al que corregimos lo que ha dicho se defiende argumentando "¿Pero no se entiende lo que he escrito?". Entonces le respondemos "Sí, pero...". Y en ese pero radica la propiedad, que es el ajuste exacto entre la palabra que se emplea y lo que se desea significar con ella.
Podemos ver lo que digo con un ejemplo tomado del SUR de hoy. En un reportaje sobre la presentación de un libro que cuenta la huida de muchos malagueños tras la toma de la ciudad durante la Guerra Civil, se utilizan las siguientes expresiones: "...las tropas nacionales tomaron Málaga", "...ataques de los buques franquistas varados en el cercano mar..." o "...niños, mujeres, ancianos y adultos, a pie o en caballerizas..." ¿Se entiende lo que se dice? Claro que sí. ¿Se comete algún dislate contra la sintaxis o la morfología? Por supuesto que no. Sin embargo (aquí entra la precisión) hay que corregir algo. Por ejemplo, llamar nacionales a las tropas de Franco; ¿es que las otras no lo eran? En una guerra civil todos son nacionales. El fallo, si de fallo queremos hablar, estriba en que durante muchos años de dictadura se nos ha machacado con un sentido equívoco de nacional. En el segundo ejemplo, naturalmente que los barcos no estaban varados ('sacados a la playa y puestos en seco o encallados en la costa, las rocas o un banco de arena') sino fondeados, es decir, 'asegurados al fondo mediante anclas'. En el tercer caso, pienso que no hay más que una simple errata, pues al autor del texto, o a quien lo haya compuesto para su edición, se le ha colado de rondón una z y ha dicho caballeriza en lugar de caballería.
Y, aunque podamos parecer pedantes, los profesores de lengua tenemos que cuidar de estos aspectos y denunciar las posibles transgresiones. Podemos tomar como lema de nuestra actuación lo que ya dijo Juan de Valdés, autor del Diálogo de la lengua, en el siglo XVI: "...solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está bien la afectación."

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