Leo hoy un interesante reportaje sobre la situación del español en el mundo. Casi 440 millones de hablantes, idioma oficial de 21 países y destacado en algunos en que no lo es (por ejemplo, 36 millones de hablantes en los Estados Unidos). A eso se une el dato de que, según recientes estudios, el número de hablantes nativos de español crecerá a un ritmo superior al de hablantes del chino, francés, inglés y ruso. Solamente le supera en este aspecto el árabe. Para que estos números adquieran dimensión espectacular, nuestra lengua debe enfrentarse a varios desafíos: mayor difusión de su estudio como segunda lengua y fortalecerse como herramienta de comunicación científica, diplomática y de negocios. A la vez, ganar terreno en su uso en Internet, donde frente a una presencia del 69 % del inglés, nosotros no representamos más que un escaso 3 %. Incluso el alemán, que dobla este porcentaje, nos gana.
Todo lo anterior significa que los 40 millones de hispanohablantes que somos en España no representamos sino una pequeña parte; que México, con 96 millones, nos dobla sobradamente en número y que Colombia (con 41 millones) nos iguala, mientras que Argentina (36 millones) nos anda muy cerca. No nos debemos creer el ombligo del mundo; ni siquiera del mundo hispanohablante. Y no olvidar que las variantes idiomáticas del área americana no son meras curiosidades, sino tan dignas de ser tenidas en cuenta como cualquier variante producida en el área española.
La responsabilidad es grande, pese a todo, porque todavía hay mucha gente que espera que seamos el modelo sobre el que apoyarse, el espejo en que mirarse. Y porque la lengua, no lo olvidemos tampoco, nació aquí. En los estados Unidos se amparan leyes de 'english only' y en Francia, el Estado obliga a cuantos investigadores trabajan al amparo de ayudas oficiales a utilizar la terminología científica que periódicamente va apareciendo en el Journal officel. ¿Qué hacemos nosotros?
Zalabardo me da en el brazo como diciendo que ya está bien. Le hago caso y paso a otro asunto, por ejemplo el de las construcciones de ambigua interpretación en nuestra lengua. No son en absoluto raras y creo que constituyen un fenómeno que se dará en todas las lenguas. Por ejemplo, si yo digo no todo el mundo compra un gato coincidiremos en aceptar que hay información insuficiente para tener la certeza de a qué tipo de gato nos referimos. También estaremos de acuerdo en que determinadas construcciones reflejas en las que hay un sujeto de persona son tremendamente ambiguas. Eso pasa con los embusteros se reconocen; ¿es los embusteros sujeto activo de una construccción reflexiva (se reconocen a sí mismos) o recíproca (se reconocen unos a otros) o es un sujeto paciente de una construcción pasiva (son reconocidos)?. La lengua recurre, para evitar esta ambigüedad, a la construcción impersonal (se reconoce a los embusteros).
Pues bien, pese a que El País, en su Libro de estilo, impone que los titulares han de ser inequívocos, hoy aparece uno que no lo es tanto: Las dos elecciones de Hillary Clinton. Su simple lectura nos genera la siguiente duda: ¿Ha elegido o debe elegir ella?, ¿será ella la elegida?Necesitamos seguir leyendo para saber que se refiere a esto último.
No hay comentarios:
Publicar un comentario