domingo, noviembre 26, 2006

EL PRIMERO

Había ya terminado la nota de ayer cuando, muy alterado, se me acercó Zalabardo y me pidió que revisara las de los días anteriores. Extrañado por su estado, le pedí que me aclarara su petición y él solo decía: "Tú, mira; tú, mira". En fin que miré. ¿Y qué vi? Aquí pueden ya tocar las campanas, pues tras la nota "Nadie está libre" pude ver lo que ya desconfiaba encontrar algún día: ¡un comentario! Era de José Antonio Garrido quien, tras frases elogiosas que agradezco, preguntaba si algún uso como el que allí comentaba (hablaba de infinitivos incorrectos) se podría incorporar a la lengua. Como hace pocos días, durante el desayuno, ya habíamos hablado de esa cuestión, me parece que este es el momento de abordarla.
Lo primero que hay que plantear es que la lengua, todas las lenguas, se comportan como organismos vivos que, desde su nacimiento, viven un proceso de transformación constante en el que unas cosas se pierden mientras otras se añaden y que unas veces están de mejor buen ver y otras buscan ocultarse de la gente para que no se les vean los achaques. Pretender que no cambien, que no evolucionen, es absurdo. Si las lenguas no cambiaran, aún estaríamos hablando latín o sabe Dios qué. Lo que hay que procurar es que los cambios no produzcan, en la medida de lo posible, deterioros. A un profesor mío, el recordado y admirado Manuel Alvar, le oí decir en Granada: "Si no puedes mejorar la lengua que has recibido, procura al menos no empeorarla".
Pero lo que José Antonio pregunta es si giros o usos en principio erróneos pueden llegar a formar parte del cuerpo normativo de la lengua. La respuesta es simple: basta que dicho uso se generalice. La lengua no es de los académicos, ni de los literatos, ni de los gramáticos; la lengua es del pueblo y aquellos no tienen otra opción que bendecir los usos generalizados. Así como suena lo pienso yo, que no me contradigo si a la vez defiendo que se debe procurar proscribir los usos inadecuados.
Pero vamos con ejemplos. En el ssiglo XVIII, Benito Feijóo criticaba el uso de la palabra remarcable de la siguiente manera: "Esta voz francesa no significa ni más ni menos que la castellana notable [...] Teniendo, pues, la voz castellana la misma significación y siendo más breve y de pronunciación menos áspera, ¿no es extravagancia usar de la extranjera, dejando la propia?" Sin embargo, aunque el DRAE no la recoge, sí aparece esta palabra en dos diccionarios tan prestigiosos como el de María Moliner y el de Manuel Seco.
Pero donde a mi juicio se ve mejor esto que decimos es en los casos de etimología popular. Hay palabras que el pueblo no entiende, no en su sentiddo, sino en su forma, y, tratando de dotar de sentido a algo que en apariencia no lo tiene, las pone en relación con otras, dando lugar a términos nuevos, "incorrectos", que acaban por generalizarse. Algunos casos: en la expresión clásica estar en pelota, pelota viene de pelo, porque muchas pelotas de juego estaban embutidas de pelo (véase el Tesoro de Covarrubias) y la expresión significaba 'quedarse desnudo de medio cuerpo para arriba como los jugadores de pelota'. Pero, pasado el tiempo, esta pelota se confundió con otras "pelotas" y se pasó a decir estar en pelotas, con el sentido de 'estar totalmente desnudo'. O el caso curioso de pionono (por Pío IX), el pastel de bizcocho y crema, que es una derivación de un nombre francés, que no se entendía, pet de nonne (pedo de monja). El resultado final no puede ser más distante del original. O el caso de andalias (en lugar de sandalias) porque se creía relacionada la palabra con andar; y, aunque se avisa que es vulgarismo, andalias queda recogida en el DRAE. O el nombre de la salamanquesa, salamandra llamada así porque se le atribuían efectos mágicos y en alguna época se pensó que en la Universidad de Salamanca se cultivaban estudios nigrománticos.
Como vemos, todos son usos en su origen criticables por ajenos a la normativa y que en la actualidad aceptamos como absolutamente normales. Y que nadie se rasgue las vestiduras. Confío en que lo dicho responda a la duda de José Antonio.

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